Capítulo I- Rosa

Capítulo I

Ainara, Kimberly, Reyna y Tess Bloom, son las cuatro hermanas que habían vivido separadas desde que comenzaron sus estudios universitarios para después hacer su vida muy aparte del resto de su familia.
Kimberly se había graduado con honores en la prestigiosa universidad de Harvard como abogada y trabajaba en un exitoso buffet de abogados que ya habían logrado ganar casos de algunas estrellas de Hollywood. Reyna había dedicado su vida al estudio de las letras, había publicado ya una serie de poemas que se vendían bien y pretendía convertirse con su próxima publicación en la número uno en ventas de su libro en el New York Times. Tess era la excelencia académica en persona con dos licenciaturas, una en administración de empresas y otra en contaduría pública, quizá no en Harvard, pero sí en una prestigiosa universidad en Suiza donde había aprendido el gran secreto de ser banquero, cosa que jamás dudo en explotar. Finalmente tenemos a Ainara, quien no dudó en tomar la decisión más complicada de su corta vida; emprender una cafetería que años más tarde se convertiría en una de las cadenas restauranteras más grandes en América y parte de Europa, que quizá si supiera darle una mejor administración tarde o temprano abarcaría un gran mercado en Asia
Roger, Brandon, Matías y Carlos Cadzow. Los hermanos que dedicaron toda su vida a la cadena hotelera de sus padres que ellos mismos, años más tarde, modificarían y arreglarían para hacerla una enorme corporación de servicios de hospedaje y alojamiento.
Brandon, el hermano mayor que quedó a cargo de la administración de los hoteles y del diseño de la decoración del interior de cada cuarto para hacerlo ideal al momento de darle a las diversas personas un recorrido por los pasillos de tan elegante sitio. Matías, el segundo, quien estaba a cargo del departamento de recursos humanos y por lo que contratar personal era un trabajo tan maravilloso y adecuado para él, sobre todo al momento de elegir a las recepcionistas… Carlos, el que supervisaba a todos los trabajadores de los hoteles y también la limpieza del mismo, odiaba que las cosas estuvieran fuera de sus respectivos lugares, los que obviamente él asignaba para cada cosa. Y Roger, el estratega, el que hacía los estudios de mercado y la publicidad turística de la Isla Capri para darle ganancias a su amada cadena hotelera, pero también el cabeza dura que incluía a las hermanas Bloom dentro de esos estudios.
Roger salió caminando por la puerta del hotel de la ciudad a observar todo lo que estaba a su alrededor. Los árboles tan verdes y perfectamente recortados con la silueta redonda como siempre, el césped perfectamente recortado a la altura que Carlos había decidido, un camión de mudanzas junto a la vieja casona que comprarían en un par de semanas y que hacía un escándalo monumental… Se vio obligado a detener abruptamente su caminata para ir a observar todo lo que estaba pasando. Fue directo al camión de mudanzas con el símbolo de un sol saliendo tras unas colinas para ver a quienes serían sus nuevos inquilinos y poder darse una idea de cómo convencer a los foráneos de llegar al hotel.
Al aproximarse cada vez más al enorme camión de mudanzas el ruido se hacía insoportable e irritante. Estuvo a punto de reclamar y de decirles que se detuvieran y que dejaran de hacer tanto ruido, los inquilinos llegaban a su hotel para poder re-la-jar-se, no para escuchar el alboroto de personas sin educación y que tras de ser nuevos ahí tenían los suficientes pantalones para plantarse cerca de un hotel que vivía de la recreación y relajamiento de sus inquilinos; para armar un escándalo monumental. Pero detuvo su andar cuando un cuarteto de espectaculares mujeres de curvas despampanantes apareció frente a sus ojos dejándolo con la boca literalmente abierta y con los ojos abiertos como platos.
—Oye, deja de holgazanear y lleva estas cajas hacia el sótano, enseguida te pondré a hacer más cosas—indicó imperativa una mujer de larga cabellera atada en una cola de caballo que se le meneaba al compás de sus pasos con los finos stilettos—. Te estoy hablando, ¡muévete!
—Perdone señorita—carraspeó para aclararse la garganta, estaba tan nervioso que por primera vez en su vida no sabía qué decirle con exactitud, ella estaba un paso delante de él. Tan imponente y fría aquella dama que asustaba a cualquier hombre que como él, tratara de acercarse. —Yo no soy uno de sus trabajadores, soy el dueño de los hoteles de esta isla.
— Y yo soy la mujer maravilla ¿por qué no se deja de bromas y comienza a trabajar?, esto es muy irritante, tanto para usted como para mí—continuó hablando la mujer mientras Roger iba aumentando su irritación.
—Estoy hablando en serio, por favor señorita, si no me creé puede venir a ver el hotel, ahí tenemos toda la documentación, pero no me importaría ayudar con su mudanza.
—Entonces si estaba dispuesto a ayudar ¿por qué viene a reclamarme?
Roger no pudo responder, aquella mujer logró sacarle una sonrisa con semejante actitud tan arrolladora. A cualquier hombre le hubiera causado pavor ver a una dama tan decidida y mandona, pero a él le parecía curioso su actuar y la forma en la que movía los labios cuando estaba a punto de pegarle una regañina a alguien.
Continuó llevando cajas de un lado a otro sin importarle qué tan pesadas fuesen, después de todo, hacían años que no realizaba ningún trabajo físico importante o por lo menos pesado y ya que las circunstancias requerían de su ayuda masculina no desaprovecharía la oportunidad sin más.
Cuando terminó, el sudor  recorría cada parte de su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, pero el toparse con cada una de las hermanas en la casa lo mantenía de un buen ánimo y sobre todo con las ganas de quedarse ahí a ayudar por más tiempo.
—Muchas gracias por ayudarnos, ¿le gustaría quedarse a tomar la limonada con nosotras? —invitó la que suponía era la mayor de las cuatro.
Tenía el aspecto de una muñequita de porcelana, de piel blanca como la nieve y mejillas sonrojadas por el ejercicio realizado en la mudanza, el cabello cobrizo le caía justo a la altura de los hombros y el vestido naranja se le ceñía a la cintura provocando que unos simples holanes se volvieran el objeto más sexy en ella.
 —Oh, perdone usted, ni siquiera nos hemos presentado—interrumpió una de las otras tres mujeres. —Mi nombre es Kimberly Bloom, ellas son mis hermanas. Tess.
Una chica de cabello obscuro y corto, de figura alargada y atlética se levantó de la silla mecedora y le tendió la mano con firmeza.
— Reyna.
La mujer de ojos orientales y piel bronceada se acercó alegremente hacia donde estaban ellos. Venía de cocinar algo o por lo menos tenía el aroma de diferentes especias que Roger no logró reconocer. Olía a un curry bien hecho.
—Y Ainara, perdona su irreverencia de verdad lamento que te haya dado una primera mala impresión, es la menor.
Enseguida le saludó Ainara con un movimiento de manos, sin atreverse a acercarse a él. No pudo evitar reír, aquella mujer lo tenía enganchado por completo y esperaba que ella se diera cuenta de lo que su actitud tan tajante le podía provocar a algunas personas.
— ¿Ainara, cierto?, ven a saludar, no muerdo—musitó mientras daba un paso al frente ante la mirada de diversión de las otras tres hermanas. — Te juro que no hago daño—siguió bromeando y avanzando hacia ella en su juego privado.
—No dé ni un paso más, mi hermana ha tenido el decoro de presentarnos, pero nosotras no tenemos el gusto de conocerlo y para serle sincera, ni siquiera tengo las ganas de hacerlo.
—Me llamo Roger Cadzow y soy uno de los cuatro dueños de la única cadena de hoteles en Capri. La dirijo con mis hermanos Brandon, Matías y Carlos…y estaríamos muy agradecidos de que fueran a ver el que está aquí a unas cuantas casas de la suya, las estaremos esperando con ansias.
—Wow un hotel, sería magnífico ¿no? —preguntó Kimberly al resto de sus hermanas mineras Ainara hacía un gesto de negación a las espaldas de Roger.
—Si así te retirarás de aquí allá estaremos en un par de horas, ahora toma esa limonada y puedes irte—Ainara salió de la recámara mientras era observada y juzgada con cuchicheos por sus hermanas bajo la mirada incómoda de Roger, quien no sabía qué más hacer o qué pretextos ocupar para seguir ahí admirando a aquella misteriosa mujer.
—Fue un gusto, gracias por la bebida pero debo regresar a trabajar, espero que nos llevemos bien y no comenzar con el pie izquierdo. Mandaré al resto de la familia para darles la bienvenida, seguramente les agradarán mucho—les ofreció a las tres mujeres una sonrisa cautivadora y se dirigió a la salida.
Se detuvo en seco justo bajo el marco de la puerta, observando cómo Ainara se ponía en cuclillas para olfatear las flores de su jardín, rosas probablemente, y después extendía la manguera rociándolas de agua con una gran pasividad y concentración. O al menos él pensaba eso porque ella no se había dado cuenta de su presencia para comenzar a insultarse mutuamente.
Estuvo contemplándola unos minutos hasta que una mano tocó su hombro haciendo que pegara un bote y dejara de admirar tan embelesado a Ainara.
—Perdónala, puede llegar a ser un poco testaruda, pero si la tratas bien ella te tratará bien—sugirió Tess mientras recorría con la mirada todo el jardín. —Ella ama las flores, le han dado paz desde que era una niña, aunque internamente lo sigue siendo, es de las mujeres que en cuanto se apodera de una manguera te persigue hasta mojarte de pies a cabeza, sólo es cuestión de que confíe, le ha afectado regresar a la isla y bueno, otros asuntos personales—sonrió y se introdujo de regreso a la casa.
Roger salió de la casa hacia donde estaba Ainara, pero pensó que probablemente no era momento para usar sus encantos con ella, las cosas podrían esperar, pero el hotel y sus hermanos no.
En el trayecto al hotel no podía dejar de pensar en lo atractiva que le resultó Ainara con ese vestido entallado y su cabello recogido, no podía dejar de suspirar por ella. Llegó a la recepción del hotel y subió hasta la suite, donde todos sus hermanos se reunirían para discutir sobre la llegada de las cuatro misteriosas hermanas de las que habían sido informados por su queridísimo hermano Roger.
—Joder Roger, parece como si te hubieran dado—comentó con risas Brandon.
—Vete a la mierda, acabo de regresar de ver a las nuevas inquilinas de la casa de los Rucherson, son cuatro bellas mujeres pero pueden ir descartando a una, tiene una actitud de mierda—declaró mientras se sentaba en la orilla de la cama.
— ¿Eso quiere decir que si te dieron y no fue bueno? —Inquirió Brandon con una ceja enarcada y lleno de sorpresa—. Porque aquí entre familia comenzábamos a creer que lo tuyo no eran las mujeres.
—Maldita sea Bran, ya te dije que les vale un pepino con quien me acueste, pero para tu información me he acostado con tantas mujeres como lo han hecho ustedes.
—Pero debes admitir que no tenías un buen gusto como nosotros—rió a carcajadas Carlos mientras interrumpía la disputa de sus dos hermanos.
—Ya basta, ustedes, parecen viejas peleando por nada, joder, por cierto chicos ¿cómo son las nuevas inquilinas? —interrogó Matías mientras escrutaba con la mirada a Roger, quien era el único que había mantenido contacto con ellas.
—Pues son cuatro mujeres hermosas, o bueno, por lo menos para mis gustos son hermosas…
—Ya estuvo que parecen hombres—interrumpió entre risas Carlos quien fue silenciado a bola de golpes propinados por sus tres hermanos.
—Bueno, mejor véanlo por ustedes mismos, las he invitado y dijeron que vendrían a ver el hotel en cuanto se desocuparan, déjenme decirles caballeros que ellas son muy educadas y, pobres de ustedes donde las asusten, en verdad son unas mujeres magníficas, bueno, con excepción de una pero a ella pueden descontarla de las otras tres—concluyó Roger mientras todos los hermanos comenzaban a discutir sobre su estrategia para mantenerlas atentas y entretenidas mientras ellos se dedicaban a lo suyo.
Roger se dio a la tarea de limpiar la suite mientras los otros chicos se dedicaban a pelear por las mujeres sin siquiera conocerlas.
—Me vale mierda lo que pienses Bran, he dicho que quiero a la más chica de todas—decía Carlos mientras Roger barría el suelo. —Mientras tú Cenicienta limpias el piso, yo me iré a dar una vuelta para ver que más cosas hay en el vecindario, espero que el suelo esté pulido cuando regrese.
Roger no le respondió, no tenía ganas de volver a romperle la nariz a Bran, aunque todos eran fornidos y esbeltos él siempre fue el golpeador de ellos, quizá de ahí la química que había entre Ainara y él. Caminó fuera de la suite para bajar a la recepción y confirmar la cantidad de reservaciones que habían tenido desde la semana pasada, necesitaban nuevas estrategias de venta y paquetes turísticos.
Tomó el listado que le entregó la señorita encargada de la recepción y comenzó a analizar las estadísticas que tenían todos los registros.
Hace una semana habían tenido todo el hotel reservado, pero en esta semana sólo lograron reservar la mitad de las habitaciones. Algo debía estar mal con las instalaciones como para que hubiera tan bajo afluente de personas por ahí.
Caminó de un lado a otro mientras trataba de pensar en una solución para su problema, pero en lo que real y lamentablemente pensaba era en Ainara, quien había quedado en pasarse por el hotel para ver cómo era.
Y mientras él pensaba en Ainara. Ella se encontraba desempacando todos los cuadros de su anterior casa en Canadá y viendo los posibles lugares donde los colocaría ahora que se había mudado de regreso a la Isla donde habían crecido con su abuela y lejos de su madre para poder pagarles los estudios, pero eso a ella ya no le importaba, ahora lo que le interesaba era revivir la antigua florería de su abuela y que años después pasaría a su madre para al final acabar en manos de ellas.
Comenzó haciendo a un lado mesas y sillas para poder clavar en la pared las tachuelas y proseguir con el acomodo de cuadros. Se detuvo en el proceso para admirar una foto enmarcada de sus hermanas con su abuela y su mamá embarazada, ella aun no nacía. Todas se encontraban en una vieja y ahora añeja banca que había hecho el abuelo fuera del rancho donde pasó la navidad en la que se calló de las escaleras y tuvo que quedar un mes con un maldito yeso en el brazo. Todas sonreían, incluso era una de las pocas veces que había visto a su madre realmente feliz y descansada.
Una fuerte llamada a la puerta la despertó de su ensoñación y corrió hacia ella para abrir, su sorpresa creció al ver a tres guapísimos hombres parados en el marco de la puerta y sonriendo con un gesto de sorpresa al verla y cierto aire de amabilidad.
—Ya sé quiénes son, son los hermanos del otro incompetente que no sabe cargar unas simples cajas ¿me equivoco? —comenzó a hablar bajo la mirada estupefacta de los apuestos muchachos.
—Bueno…—dudó Carlos—. Sí, has acertado con nosotros y para que quede claro nosotros no somos iguales que él ¿sabes? —le susurró muy de cerca a Ainara—.El es el diferente de la familia, debe tener un problema en la cabeza—bromeó y le guiñó un ojo, a lo que Ainara respondió poniendo los ojos en blanco—. En fin veníamos a ver quiénes eran nuestros misteriosos inquilinos, es toda una suerte de que sean unas féminas y no más hombres que resulten toda una competencia para Matías con las chicas.
—Bueno, ahora que saben que somos mujeres creo que se pueden ir, no tenemos nada que decir y por lo que veo ustedes tampoco—Ainara trataba de ser lo más cortante posible para que dejaran de molestarla, pensaba que quizá si no mostrara interés ni nerviosismo dejarían de ir corriendo a llamar a la puerta bajo el pretexto de “comprobar quiénes eran los nuevos inquilinos”.
—Está bien, ¿trabajan por aquí?…porque nosotros tenemos una vacante como recepcionista…—inició Matías deliberadamente tratando de entablar conversación con Ainara.
—Muchas gracias por la oferta, pero tengo un negocio que atender, si me permiten debo seguir arreglando y ajustándome a mi nueva casa y como podrán ver no tengo tiempo de hablar así que gracias—les cerró la puerta con total descortesía mientras ellos se quedaban con las palabras en la boca.
Se introdujo de regreso a los cuadros y volvió a poner frente a ella el retrato de sus hermanas y el resto de su familia o más bien del lado materno de su familia.
— ¡Ya llegué! —gritó Kimberly con su típico tono cantarín—. Espero ver todo en orden hermanita, no quiero tus cosas de nuevo tiradas por el suelo, ¿hey, me estas escuchando? —Cuando entró al comedor vio a Ainara observando con los ojos como platos la fotografía de la familia—. Muy bien, veo que interrumpo un momento emotivo de hija y fotografía.
—Espera un momento, ¿ella es la abuela? —interrogó Ainara sin prestar atención a la pequeña broma de la que había sido víctima.
—Pues sí, tal vez con menos arrugas que la última vez que la vi, pero es ella o por lo menos eso es lo que yo sabía—contestó Kimberly sin idea alguna de hacia dónde quería llegar su hermana—. Por cierto me acabo de encontrar con uno de los dueños del hotel y me ha invitado a ir a echar un vistazo ¿vienes? Las otras están liadas con sus cosas y bueno, no quiero ir sola con otros cuatro hombres a un lugar tan…ajustado, sí, ajustado es la palabra que buscaba.
Ainara asintió a la invitación y fue directo a lo que en algunos días se convertiría en su recámara por un bolso que combinara con el vestido. Una vez lista salió de la mano de Kim para ir directo al hotel situado, tal y como se lo había dicho Roger, a un par de casas más allá de la suya.
Cuando por fin estuvieron justo al frente del edificio, Ainara se quedó boquiabierta, era una de las estructuras más hermosas que había visto, claro que ningún edificio podía desplazar a los que alguna vez había visitado en sus vacaciones en Dubái, pero por lo menos se les asemejaba. Prosiguió a adentrarse en el Hall, donde esperaban sentados unos hombres de traje y corbata acompañados de unas mujeres altas y esbeltas que lograron intimidarla un poco.
Ainara comenzó a sentirse menos, simplemente no encajaba ahí, sin embargo cada vez que volteaba a ver a Kim se daba cuenta de que ella encajaba a la perfección y que ella bien podría estar con aquellas mujeres elegantes y pasar desapercibida. Su elegante porte de abogada recibida en Harvard también la había intimidado de cierta forma algunos años atrás.
Caminaron la una junto a la otra en dirección a la recepción, donde una señorita con los labios rojos y con un pequeño brillo que hacía que se le notaran carnosos, cosa que Ainara ya había comenzado a criticar—como lo hacía con todas las mujeres que se topaba—aparte de la manera en la que la blusa le marcaba el busto de una manera muy sugerente.
—Buenas tardes señoritas, ¿tienen alguna reservación? —inició a modo de scrip la mujer detrás del escritorio.
—No, de hecho los mismos dueños nos han invitado personalmente— respondió Kim con toda la parsimonia posible.
—Un momento, las haré pasar directo a la Suite—la chica tecleó unas cosas en el computador y le señaló a otra mujer uniformada que las llevara directo a la lujosa recámara, que era mucho más grande que la casa en la que ellas estaban viviendo y obviamente más limpia y organizada.
Caminaron sin hablar y escuchando sólo el eco de los tacones de la señorita que las guiaba a través de los amplios pasillos con lozas de mármol rosado y paredes teñidas en un tono distinto para cada piso, incluida la recepción. Kimberly supuso que por alguna razón los baños también lucirían elegantes y distintos cada uno. Tal vez no había estudiado administración, diseño o decoración de interiores pero había estado en tanos hoteles acudiendo a citas de trabajo como para reconocer una abrazadora estrategia de ventas.
En cada piso colgaban candeleros de cristal que parecía que tenían incrustaciones de diamantes y un baño en oro, tal y como los de las películas clásicas. Entre más se acercaban a la Suite más les llegaba el aroma a especias que rondaba por esos pisos, Ainara creyó reconocer algunos aromas, pero decidió callar en cuanto la guía la atrapó olfateando en el elevador.
—Bueno, espero que disfruten su estancia en el Meyeur Capri Hotel—hizo una inclinación y se dispuso a descender por el elevador dejándolas solas a merced de quienes estaban teniendo una fiesta en el restaurant.
—Al parecer hemos interrumpido Ainara, será mejor que vengamos en otro momento…—estaban dispuestas a regresar por donde vinieron cuando un fuerte agarre por los hombros a ambas.
Roger estaba con una enorme sonrisa en el rostro, había comenzado a creer que jamás irían y que sólo se trataba de una treta para escapar y no volverse a ver, y a decir verdad no creía que la misántropa de la hermana menor se hiciera presente ahí esa misma tarde.
—No se vallan, apenas estamos celebrando algo…uhm…no se qué celebramos pero tenemos reunión de hermanos ¿gustan quedarse? Creo que sería una buena forma de conocernos—ofreció Roger con gesto de súplica.
Kimberly aceptó encantada mientras Ainara le enviaba una mirada de reproche. ¿Cómo se le ocurría llevar a alguien como Ainara a una fiesta? Ella era la persona menos indicada para estar ahí. Poseía un instinto de servicio al extremo, tanto así que ella misma sabía que terminaría limpiando todo el desastre y mesereando en el evento.
Con un suspiro entró al elegantísimo restaurant.
La decoración hacía que entraras a un ambiente clásico, tal y como si estuvieras en un palacio donde se sentaban los reyes y reinas a degustar su sacrosanto almuerzo; las mesas redondas y con mantelería de seda color hueso le daban el toque elegante y femenino que necesitaba aquel lugar, el tapiz de las paredes color marfil y el suelo con lozas de mármol del mismo tono. Habían tantos pilares que no se podían contar, en el espacio que quedaba entre ellos habían ventanas de más de dos metros de alto y con cortinas de encaje del mismo tamaño que colgaban hasta llegar unos centímetros antes del suelo. En cada pilar estaba atornillada una lámpara con forma ovoide que justo en el medio le pasaba un aro de metal dividiéndola a la mitad.
Ainara dejó de prestarle atención a la decoración de aquel lugar para tomar un asiento vacío entre dos de los hermanos que aún no lograba reconocer, si bien podían pasar por cuatrillizos debía haber algo que los distinguiera.
En cuanto el mesero les llevó las copas de vino tinto comenzaron los problemas. Ainara se vio obligada a mantener las manos bajo la mesa para no verse tentada a acomodar todo lo que estaba sobre la mesa y dejar todo sin ninguna mancha, libre de suciedad, tal y como ella estaba acostumbrada.
Roger la observaba de reojo, cómo se removía en su asiento y miraba para todos los rincones del comedor en busca de alguna distracción, quizá esa era la oportunidad que estaba esperando para poder mantener una conversación más tendida con ella y no sólo discutir como ya había pasado en su casa, así que tomó la iniciativa. Roger se levantó de su cómoda silla para rodear la mesa y acercarse a Ainara, quien en ese instante se estaba llevando por primera vez en la tarde la copa de vino a la boca.
— ¿Quieres bailar conmigo? —le preguntó Roger en un susurro justo en el oído.
Las terminaciones nerviosas de Ainara dejaron de funcionar y sintió que se resbalaría de la silla hasta caer debajo de la mesa, tuvo que devolver el líquido rojo a la copa para no ahogarse mientras recibía palmadas en la espalda propinadas por su hermana. No sabía que responder, aquella voz tan viril y aterciopelada la había dejado helada y sin ninguna oración coherente para responder como estaba acostumbrada. Su única opción fue brindarle un asentimiento con la cabeza y rendirse ante su tonta reacción.
Roger la llevó de la mano hasta una de las esquinas del escenario y pusieron una pista para bailar un tanto lenta y apropiada para la ocasión, pensó Roger. Aprovechando la oportunidad Roger puso una de sus manos sobre la diminuta cintura de Ainara y con la otra tomó su mano libre.
Ainara posó su mano libre en el hombro del chico y se limitó a observar sus inadecuados zapatos altos que le impedían moverse bien, o por lo menos separar un poco los pies del suelo cosa que le agradó pues no tenía ni la menor idea de cómo bailar y mucho menos estaba con el ánimo suficiente como para recibir su primer clase de baile.
—Hey, si me ves de verdad te juro que no pasará nada—comentó de la nada Roger llamando la atención de Ainara y logrando que lo mirara directamente a los ojos—. Así está mejor, también puedes bailar sin tener que mirar el suelo y te moverás tranquila sin pisarme. Varias chicas ya han pisado mis zapatos con sus tacones, espero que no seas otra más en mi interminable lista.
—La verdad no me interesa cuántas mujeres te han pisado o con cuántas has bailado—Roger notó el tono de reproche que había en la voz de Ainara y lo hiso esbozar una media sonrisa.
—Bueno, no era mi intención que te pusieras celosa—murmuró por lo bajo y Ainara levantó una mirada asesina hacia su pareja de baile.
—No estoy celosa, de hecho no conozco a ninguna persona que estaría celosa por alguien como tú—alegó y dio un mal paso haciendo así, que su tacón se clavara en la punta de los dedos de Roger y haciéndola así, una más en aquella lista tan aclamada por todas esas chicas.
—Auch—exclamó mientras pausaba un poco para poder sobarse el pie—. Bienvenida a la lista—sonrió y volvió a recuperar su postura para continuar con el baile, ni el más mínimo incidente impediría que terminara de bailar con ella.
—Disculpa, la verdad es que no sé bailar—admitió mientras hacía un mohín—. Tenía la vaga esperanza de aprender a hacerlo pero los negocios me lo impiden, ya sabes cómo es esto de estar negociando con todo el mundo para poder hacer crecer tu empresa, supongo que para ustedes fue igual de complicado.
—La verdad para mí no lo fue, yo sólo hago estrategias de venta y publicidad, quien se debe partir el lomo haciendo eso es Brandon, él es el administrador de la cadena hotelera.
—Mira, y yo que creí que tú te encargabas de eso, debo haberlos juzgado mal—murmuró Ainara más para sí que para Roger, pero éste no pudo evitar escuchar que tanto murmuraba—. Por cierto si no quieres sufrir un nuevo accidente será mejor que me enseñes un poco a bailar, creo que ambos lo necesitaremos—se atrevió a pedir bajo la mirada desconcertada de Roger. ¿Acaso había dicho algo malo?
—Pues haces tu intento en vano, yo tampoco sé bailar, tenía la esperanza de que me guiaras, pero ahora veo que no es posible y que ambos haremos el ridículo—le regaló una sonrisa a su pareja mientras se balanceaban torpemente ignorando los furtivos comentarios que los hermanos de Roger les estaban propinando y de los que la mismísima Kimberly Bloom estaba siendo partícipe.
Continuaron así hasta que un viento gélido obligó a Ainara a pegarse al cuerpo de Roger mientras éste la sostenía firmemente contra su bien trabajado cuerpo. Ainara no pudo evitar recorrer con la mano todo el pecho del hombre que la mantenía bajo un agradable calor que al mismo tiempo la comenzaba a quemar por dentro. Lo observó detenidamente, sus facciones parecían suavizarse conforme transcurrían —lo que para ella pudieron ser horas— unos cuantos segundos. Roger, tomando la iniciativa nuevamente, se inclinó para plantarle un casto beso en los labios ante la mirada expectante de sus hermanos y de la prestigiosa abogada que se encontraban sentados en la mesa, pero peor aún, bajo la tierna mirada de Ainara.

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