Ambos caminaban a la par, como si fuesen parte de un ejército que se movía con perfecta sincronía. Las calles se encontraban un poco vacías y los locales pequeños comenzaban a cerrar mientras que los vendedores ambulantes salían a ofrecer sus productos. Algunos vendían totani con patate o simplemente lasaña a la bolognesa, otros salían a vender pasteles tradicionales y hechos en casa así como bebidas calientes para ese clima tan poco afable.
— ¿Tienes frío? —preguntó Roger rompiendo el cómodo
silencio en el que ambos se encontraban. Ainara lucía espléndida en la noche,
pensó Roger, la tenue luz que permanecía en el cielo iluminaba la larga y
frondosa cabellera del color de los más finos chocolates Italianos y, estaba
seguro, de que olía exactamente igual a ellos.
—No, estoy preocupada por mis hermanas y mi tía, no
sé cómo reaccionarán al ver la carta, ni siquiera sé cómo debería reaccionar yo
pero…—se detuvo al ver que estaba brindándole más información de la que ella
misma había querido admitir—. Bueno creo que no debería interesarte demasiado
esto—separó su brazo del de Roger y se abrazó con ellos. Había estado con Demian
el suficiente tiempo como para darse cuenta de que no a todos los hombres les
agrada que una mujer sea tan sentimental, se dijo para poder quedarse callada y
no molestar a Roger.
Para él no pasó desapercibido ese repentino cambio
de humor en Ainara ni las palabras que le dijo para justificar su actitud,
deseaba romper esa barrera que se tornaba cada vez más alta cuando él creía que
había logrado escalar unos centímetros más para traspasarla. Todo esfuerzo era
inútil con ella.
—No tienes por qué saberlo, yo tampoco sabía que mi
abuelo había tenido alguna mujer en su vida y bueno, no me estoy deshaciendo en
un mar de lágrimas precisamente—justificó Roger mientras pasaba el brazo por
los hombros de Nara.
—Pero tú no viste al fantasma de tu abuelo muerto
ayer y yo sí ¿es que acaso no lo entiendes? —se apartó de él de un empujón y
apretó el paso de vuelta a casa.
Roger se veía confundido ante la tentación de
mandar todo a la mierda y dejarla seguir con sus lamentos o seguirse derecho
hacia la casa de las Bloom para enfrentarlas de una buena vez. Pero la seria
fragilidad que había mostrado hace unos segundos era alguna señal de que por
fin había logrado escalar el muro, pensó mientras inconscientemente dirigía sus
pisadas hasta la casa de las Bloom.
Llegó hasta el ya memorizado portón verde de la
casa de aquellas misteriosas mujeres que, hasta donde él sabía, habían crecido
prácticamente solas y con vidas dedicadas completamente al trabajo. Observó el
rectángulo mecánico atornillado a la pared con botones que tenían distintos
números, presionó uno y la voz de una mujer se escuchó un poco distorsionada, tal
y como las voces de las grabaciones fastidiosas de los celulares justo cuando
se agotaba tu saldo.
— ¿Quién es?
—Roger Cadzow, el dueño de los hoteles de Capri…
—Sí, si eso ya lo sé—murmuró aquella mujer
interrumpiendo a Roger quien de inmediato supo quién le había contestado. Una
media sonrisa complementada con una mirada de ternura se grabó en su perfecto
rostro. Caminó al interior de la enorme casa, reparando en los daños que había
sufrido su jardín. Eso no luciría bien para alguien que deseaba atender una
florería, se dijo. Se tuvo que poner en cuclillas para olisquear una flor
solitaria que crecía casi en la puerta de la casa, justo a un lado de los dos
escalones que se encontraban en la entrada.
Ainara abrió la puerta de la casa y observó cómo
Roger estaba agachado con la mano posada en el alelí que Reyna había sembrado
como prueba de que ella podría atender el invernadero de detrás de la tienda y
no Kim, quien no había podido cultivar ni siquiera un poco de pasto que había
puesto en el jardín trasero de la casa.
Roger alzó la mirada y vio a una radiante Ainara
sosteniendo la puerta para que él entrara, después de todo ella si había
aceptado su invitación a comer en su casa, claro que no esperaba que ella
cocinara él pensaba en mostrarle sus dotes culinarios obsequiados por las
raíces francesas de su madre; cosa que Brandon, Carlos o Matías no habían
logrado desarrollar.
—Bueno no te quedes ahí ven, entra a casa y
muéstrales lo que tengas que mostrarles de una vez por todas—Roger notó que sus
ojos se oscurecían y que la antes dulce voz de Nara había tomado un tono de
completa hostilidad y de una furia que seguramente sería canalizada hacia él.
—Pero antes de darles la noticia quiero cocinar
algo, te dije que tendrías que pagarme con una comida…aunque justo ahora creo
que deberíamos iniciar con una cena—Ainara no pudo evitar poner los ojos en
blanco y hacerse a un lado para dejarlo pasar, después de todo estando todas
ahí ella no corría el riesgo de volver a tener otro accidente con Roger. Aunque
ella odiaba decirlo, comenzaba a querer que esos accidentes tardaran menos en
ocurrir.
Roger pasó y fue directo a la cocina para asaltar
el refrigerador y para ponerse a preparar su exquisita salsa para unos filetes
a la carbonara. Kimberly pasó por ahí y observó como Roger cortaba jitomates
con suma concentración en los movimientos; le dieron ganas de correr por la
cámara y tomarle fotografía a esa hazaña casi irreal, un hombre bello,
considerado y seguramente tierno y todo un caballero estaba cocinando en su
cocina, pensó.
Nara imitó a su hermana y se asomó por la puerta
para observar más de cerca al impresionante ejemplar masculino que ocupaba todo
el espacio en la cocina y que realizaba unos cortes en los jitomates que en él
se notavan tan perfectos.
—Niñas ¿por qué están viendo…—musitó Yaya en cuanto
observó que sus queridas sobrinas estaban espiando al pobre del joven Cadzow.
Pero a cambio recibió una señal para que se callara y se uniera a ellas en su
labor para espiarlo.
Yaya se permitió acompañar a sus sobrinas en la
ardua labor de admirar a semejante hombre cocinando en su santuario culinario.
Abrió completamente la puerta sólo con la intención de que Roger observara a Ainara
mirándolo pero ella se retiró antes de que él lograra atraparla en el acto.
Roger observó como la tía de las Bloom lo estaba observando, esa misma mirada
con la que su madre alguna vez les expresó el enorme cariño y aprecio que les
tenía a los tres.
—Me has pegado un buen susto—dijo Roger para
invitar a una conversación a la famosa tía.
—No era mi intención, perdona—se disculpó de forma
correcta y protocolaria, seguramente ella era de la generación de sus padres,
esa generación en la que la educación formó una parte fundamental en toda
Italia e incluso de una pequeña y hermosa isla familiar como lo era Capri.
—Era un juego…
—Clara—complementó la tía al ver que Roger no tenía
ni la menor idea de cómo se llamaba—. Veo que no soy tan famosa como decías joven
Cadzow— Roger alzó una ceja con sorpresa, jamás había escuchado su apellido con
esa perfecta pronunciación en boca de una mujer, siempre lo llamaban Roger,
así, a secas.
—Claro que sí, sólo que no me parecía justo
llamarla Yaya, eso no es tan cortés como se esperaría de un caballero como yo—estiró
la mano para tomar la suave, delicada y pequeña mano de aquella mujer un tanto
mayor, pero que ya tan pronto le había tomado aprecio. Besó sus nudillos y la
bajó con un movimiento suave.
—Gracias joven Cadzow pero me temo que me gustan
las informalidades, puedes llamarme Yaya—se encogió de hombros, un movimiento
que había notado como propio de las Bloom y que realizaban tan seguido que lo
podía decir, era casi involuntario aquel encogimiento de hombros, se dijo.
—En ese caso creo que me puedes llamar Roger—pasó
por un costado de Yaya para alcanzar la sartén en la que se estaban asando los
jitomates. Removió con una pala las verduras ennegrecidas y las retiró del
fuego para después agregar en una licuadora con un poco de ajo, orégano y
albahaca. Molió ruidosamente bajo la mirada de supervisión de la tía de las
Bloom.
— ¿Qué es lo que preparas? —preguntó Clara, pues no
pudo reprimir ese deseo por ayudar en la cocina y necesitaba saber lo que aquel
hombre quería preparar y algo más, descifrar con quién de sus cuatro sobrinas
podría emparejarlo.
—Filetes a la carbonara, una receta tradicional de
los Cadzow—respondió Roger lleno de orgullo. Si bien el ser mujeriego no lo
destacaba de sus hermanos como lo hacía Matías, o ser extremadamente cuidadoso,
limpio y precavido como Carlos; o peor aún, arreglar todo con pequeños detalles
que siempre sorprendían a sus familiares como era el caso de Brandon. Su fuerte
era la cocina y vaya que poseía talento para el arte de la comida.
—En ese caso te dejo continuar solo—culminó Yaya
antes de retirarse y dar un largo suspiro después de su agotador análisis hacia
el hombre que estaba segura, pretendía a su noble sobrina Ainara.
Alguien con ese encanto masculino que desprendía
Roger Cadzow de manera natural, con aquella sonrisa de lado que encantaría a
cualquier mujer o con esa facilidad para preparar una comida y al mismo tiempo
verse tremendamente sexy con una sartén en la mano era la clase de hombre con
el que siempre Clara había visto a la menor de las cuatro sobrinas. Alguien de
carácter fuerte pero tan sensible como la misma Ainara Bloom.
Yaya continuó observando en la casa. Tantas cosas
habían cambiado desde que todas sus hermanas se habían ido, la madre de las
cuatro pequeñas que rondaban hoy en la casa había sido la primera en retirarse
después de que se embarazó de Ainara y fue prácticamente abandonada
por…Francis, sí, Francis Ribbens quien prefirió enlistarse en el ejército antes
que cuidar de la familia que estaba creando.
—A comer todas que la cena está servida—dijo Roger
saliendo con una charola plateada y con seis platos montados en ésta, Yaya se
estiró para tomar dos platos y aligerarle la carga a Roger, ya se había tomado
la molestia de hacer de cenar y no podía quedarse parada sin ayudar en algo,
odiaba sentirse inútil.
—Que delicioso huele, Roger más te vale que la cena
esté deliciosa o no dejaremos que Nara te acompañe a casa—musitó Kimberly
mientras tomaba su lugar en la mesa y le dirigía un pícaro guiño al chef del día.
—Si esa es la recompensa creo que tendré que
preparar también la de mañana—contestó hábilmente logrando que Ainara se
quedara petrificada en el último peldaño de las escaleras.
La escena era fascinante para Ainara. Un hombre
sirviendo la comida para cinco mujeres, pudo haberse quedado en la escalera por
más tiempo contemplándolos; pero la boca suelta de Kimberly había decidido
hablar a sus espaldas y, por más doloroso que fuese admitirlo, ella sí pensaba
en acompañarlo hasta sus hoteles y poder charlar un rato sobre la reacción de
sus hermanas al ver la carta que se les mostraría al finalizar la cena.
—Para que lo sepas Kimberly yo me quedo en casa,
tengo cosas importantes qué hacer como para salir a despedir a alguien que bien
puede ir solo a su casa—contestó Ainara con su ya típico encogimiento de
hombros.
— ¿Lo apostarías? —preguntó Roger con ojos
desafiantes mientras le servía el filete a Kimberly. La diversión que bailaba
en los ojos azulados de Roger le parecía hasta cierto punto excitante y no pudo
evitar sonreír, sí, ella iba a apostarlo.
—Sí, estoy muy segura de mí misma como para hacer
una ridícula apuesta infantil—dijo Ainara mientras Roger se aproximaba a su
lugar para servirle el filete.
—Una cena, solos en mi restaurant mañana si es que
esta noche vamos a mi hotel—susurró en el oído de Ainara para que sus hermanas
no escucharan nada al respecto.
Los vellos de su columna vertebral se erizaron al
sentir el fino aliento de Roger tan cerca de su cuello, temí volver a quedar
prendada de un hombre tan parecido y a la vez tan diferente a Demian. No debía
volver a cometer el mismo error. El hombre es el único animal que tropieza dos
veces con la misma piedra, se repetía Ainara forma de mantra, como si decir esas palabras
evitaría que ella callera rendida ante el encanto de Roger.
Él no obtuvo otra respuesta más que un asentimiento
de cabeza y la mirada desconcertada del resto de mujeres que estaban sentadas
en la mesa.
El silencio del comedor sólo se vía repleto del
sonido de los cubiertos que chocaban contra el plato o pequeños murmullos de
Reyna y Tess, quienes charlaban sobre la apuesta de su hermana.
—Seguramente algo de adrenalina en su apuesta si no
Nara no hubiese aceptado—murmuró Reyna mientras comía un pedazo suave del
exquisito filete que había preparado el futuro hombre de su pequeña hermana.
Así es, ella ya daba por sentado que Ainara se iba a casar con Roger Cadzow—.
Tess apuesto a que Nara se queda con él—dijo desviando la mirada a un animado
Roger que charlaba con la tía Yaya.
—Cien euros a que en una semana ella lo saca a
patadas en el trasero—murmuró con cierta diversión Tess. Ambas cerraron el
trato con un apretón de manos y siguieron con su apetitosa comida.
Carlos comenzaba a sospechar de la usencia de
Roger, según él había dicho que sólo iría a mostrar algo importante a Ainara o
quizá se estaría revolcando con ella y le enseñaría aquella cosa tan
“importante”. Seguía sonriendo a pesar de que Meredith le había revelado que
quería dar el segundo paso en aquella relación. Sí, quizá habían sido más que
amigos y bueno unas cuantas escapadas del hotel para estar en su cama lo
corroboraban, pero había un largo trecho entre sólo sexo y una relación seria.
Matías entró a la habitación de Carlos en busca de
un problemilla para encender el ánimo que estaba tan tenso desde que Roger se
había ido con su tableta electrónica. Observó a Carlos sentado en la orilla de
su cama y con la cabeza entre las manos murmurando algunas maldiciones.
—Charly, Charly, Charly, ¿a quién estás maldiciendo
esta vez? —entró preguntando Matías logrando que Carlos sonriera por un momento
pues conocía perfectamente a su hermano como para saber que estaba buscando una
pelea.
—A nadie Matías, sólo estoy preocupado.
—No me hagas reír Carlos si no te conociera lo
suficiente diría que alguien te ha pateado el trasero con un zapato con púas—se
sentó al lado de su hermano y le ofreció un pequeño golpe en la cabeza—adivino,
¿ha sido tu morena de ojos claros?
—Meredith, se llama Meredith y en efecto quiere una
relación seria—Matías soltó una carcajada que resonó en toda la suite, golpeó
amistosamente el hombro de su hermano y lo derribó sobre la cama. Ese era el
inicio de la pelea que estaba buscando.
—No me digas que te casaras porque te tendré que
partirte la cara a golpes—soltó el puño sobre la cara de Carlos, quien pudo
evitarlo con un brusco pero efectivo movimiento para derribarlo y dejarlo
debajo de él.
—No me casaré jamás Matías sabes bien que lo mío no
es eso de entregar anillos y demás chorradas que se hacen cuando cortejas a alguien.
Ella sabía bien que yo quería sexo con ella y me lo ofreció sin más. Es ella
quien ha venido con sus problemas a mí—culminó y fue su turno de impactar su
puño en la mandíbula de Matías. Ambos salieron persiguiéndose por la cocina
para después pasar como relámpagos hacia la habitación de Brandon en busca de
ayuda.
Brandon trató de salir de ahí en cuanto vio a sus
dos hermanos aproximarse en una mezcla de insultos y golpes propinados entre
los dos, pero fue imposible huir cuando Matías le atizó un golpe en el
estómago. Un golpe perdido sin duda alguna. Brandon entró a la pelea propinando
golpes a Matías y defendiendo a Carlos.
— ¡Ya basta los tres! —gritó Roger entrando a la
suite y azotando la puerta contra la pared—. Joder, uno los deja solos por un
par de horas y esto se vuelve todo un caos. Matías ve abajo a ocupar el papel
de la recepcionista que hace falta, Carlos tu manda a traer la limpieza a la suite
para que arreglen el desastre o te pondremos a lavar la casa los tres y tu
Brandon ve a arreglar cualquier cosa que haga falta en la habitación—dijo imperativamente
mientras escudriñaba con la mirada dónde había dejado el bonche de papeles
donde estaba la carta.
—Un momento—respondió Matías—. ¿Tú que vas a
hacer?, lo siento pero no eres nuestro padre, además eres el menor de los
cuatro así que también te pones a hacer publicidad para el hotel o te juro que
voy ahora mismo y me llevaré a Ainara de paseo, quizá yo si pueda…—no pudo
terminar la frase porque Roger ya estaba sobre él—. Vaya Carlos, aquí si hay
alguien que piensa en las gilipolleses como casarse—se burló y arrojó a Roger
como si fuese una simple basurilla.
—Interrumpo su momento de celos—musitó Brandon, el
más razonable de los cuatro hermanos Cadzow—pero Roger ¿dónde has estado?
—Con las Bloom y justo ahora vine por algo
importante para ellas, enseguida me voy…¿alguien sabe donde mierda están los
papeles que dejé en mi habitación? No los encontré cuando entré—miró furioso a
sus hermanos que fingían una cara de inocencia que hasta el más astuto se habrá
creído—. ¡Dónde están los papeles! —estalló después de darse cuenta de que
realmente le importaba tanto una carta para poder regresar y ganarle la apuesta
a Ainara.
—La ama de llaves ha recogido todo lo de las
habitaciones y antes de que nos culpes debes saber ya que tú debes recoger tus
cosas para que eso no suceda—reclamó Carlos a la defensiva uniéndose así a los
otros dos que no estaban dispuestos a dejarse vencer por Roger.
—Gracias—dio la media vuelta y salió con las manos
en puños. No se había enojado tanto con sus hermanos desde que la última
navidad con sus padres ellos arrasaron con el pastel de chocolate preparado por
su mamá y vaya que ese día les había propinado una golpiza que dio como
resultado un par de jóvenes con el labio roto y los ojos morados. Qué infancia
aquella, sacudió la cabeza y continuó con su camino de regreso a la casa de las
Bloom, probablemente no le creyeran que la carta era real, pero el podía
convencerlas por otros medios.
Fue directo a la bodega donde se supone que debería
estar todo el personal acomodando las últimas cosas de la limpieza para
retirarse, probablemente todos los documentos seguían en el bote de basura y él
lograría salvarlos, pero eso sólo era una posibilidad también estaba el hecho
de que fuera demasiado tarde y ya se hubiera vaciado en los contenedores.
—Hellen, querida Hellen—cogió de la mano a la ama
de llaves y se la llevó a los labios como solía hacer para obtener lo que
quería de una mujer. Ese fue un consejo que Matías le había dado cuando aún
estaba en la secundaria tratando de salir con Michelle Florence y lo había
conseguido.
— ¿Qué es lo que quieres? —interrogó el ama de
llaves con una voz cansada y molesta.
—Has tirado ya la basura que estaba en mi
habitación ¿no es cierto? —la acusó, creía que tomar ese camino fingiéndose
molesto porque ella hiciera semejante acto le resultaría eficiente para que
ella le entregara los documentos y él no tuviera que sacar esos papeles de la
basura.
—Aún no, están apilados dentro de una bolsa si
quieres llévatelos pero escucha bien—dio un par de pasos amenazadores hacia
él—. No vuelvas a dejar papeles importantes regados en el suelo—Roger no tuvo
otra opción mas que coger la bolsa y asentir con un gesto mientras se retiraba
de la bodega. Subió por las escaleras y llegó hasta la suite, donde de
inmediato asaltó la bolsa en la búsqueda de la carta, No la hallaba hasta que
escuchó un crujido dentro de la bolsa y supo entonces que la había vuelto a
romper; sacó los documentos hasta que cayó una hoja en tonos caoba, tal y como
las hojas de los árboles en otoño cuando caen con el viento de una forma
rítmica.
Recogió la hoja del suelo y fue sorprendido en el
acto por sus hermanos, quienes con cara de curiosidad le arrebataron la hoja
dejándolo solo con una esquina de la carta entre sus dedos.
— ¿Cuándo pensabas comentarnos esto? —Interrogó
Brandon mientras miraba con reproche a su hermano, quien tenía las manos dentro
de los bolsillos para evitar el impulso de estrangular a los tres por meterse
en asuntos que no son de su incumbencia—. Admito que quizá podríamos ser como
una piedra en el zapato, por decirlo con palabras que mamá usaría pero no
tenías por qué esconderlo. Esto nos concierne a todos tanto como a ti, esta
también es nuestra familia—continuó haciendo que Roger se sintiera como una
mierda, aplastando y haciendo puré cada argumento válido que tenía para no
mostrarles eso.
—Lo siento—fue lo único que se le ocurrió decir en
ese momento, para él decirle lo siento a sus hermanos era como pisar excremento
en la acera, era mucho peor que eso, se dijo—. ¡Vamos! ¿qué más quieren que
haga? —indagó al ver que sus hermanos no mostraban emoción alguna, al
contrario, seguían en espera de sus palabras—. ¡Joder Carlos! deberías de saber
todo esto ya que eres quien acomoda los papeles, pensé que tu lo sabías—echarle
la culpa a sus hermanos le habría resultado hace quince años, pero no ahora que
eran unos profesionistas y estaban lo suficientemente maduros para hacer ese
tipo de problemas a un lado.
—Yo no tengo nada que ver aquí, sabes bien que con
tus papeles no me meto y Brandon tiene razón, esto nos importa a los cuatro, no
tenías por qué ir con las Bllom antes que con nosotros—culminó Carlos
destrozando por completo los pretextos de Roger, ¿acaso se podría estar más
expuesto?, no tenía ninguna sola cosa con la cual defenderse, le habían hecho
añicos todos sus pretextos.
—Ya dije que lo siento—les arrebató la carta de las
manos y salió de la suite cerrando de un portazo.
El frío impactó en el rostro de Roger lanzando
mechones de su rubia cabellera hacia atrás y tornando sus mejillas de un tono
blanquecino a uno rosado. Era todo un deleite poder percibir la imagen de un
hombre como él en medio del frío, con una carta de amor y tristeza en la mano
que le daría a sus hermanas, pensaba Ainara mientras veía la figura de Roger
por la ventana.
Él tocó el timbre y de inmediato el portón se
abrió, esperaba que tardaran un poco más para tardar en darles la carta, no
quería que reaccionaran todas al igual que Nara y mucho menos que su tía
comenzara un vasto y enrevesado interrogatorio sobre aquel escrito del que no
tenía la menor idea.
Ainara le abrió la puerta y él pasó con todo el
miedo del universo sobre sus hombros, en verdad temía que todas se pusieran a
llorar frente a él, con una mujer era suficiente, ¿pero cuatro? Ya era
demasiado. Si empiezan a llorar en definitiva las abandonaría, no tenía por qué
aguantar las pesadumbres de cinco mujeres, se dijo.
—Oh Roger has vuelto, ¿qué era lo que nos querías
mostrar? —preguntó Yaya mientras daba unas palmaditas al sillón para que tomara
asiento. Roger le tomó la palabra y se aproximó al sofá para poder tener un
lugar en el que acomodarse cuando las lágrimas comenzaran a amenazar al las
mujeres de la casa.
Roger extendió la hoja y la puso sobre la mesita de
centro para que alguien la leyera y de inmediato las tres hermanas se lanzaron
por ella. Ainara se sentó en el descansabrazos del sillón para poner una mano
en el hombro de Roger como señal de apoyo; ella misma sabía que en cuanto
terminaran de leerla dejarían de dirigirle la palabra por no haberlo dicho
antes, quizá se libraría de que Kim la culpara pues con ella pasaba la mayor
parte del tiempo, pero no de Reyna y de Tess, ellas seguramente le harían una
serie de preguntas desagradables sobre la carta y ella no las respondería
porque, obviamente ella tenía las mismas dudas.
—Roger no pasará nada—susurró Nara y frotó su brazo
para brindarle consuelo—. Suelen ser comprensivas y discretas cuando se lo
proponen—hizo una falsa sonrisa para no preocuparlo más de lo que ya estaba.
Tess comenzó a darle lectura a la añeja carta desde
el principio hasta el final mientras Reyna no perdía detalle de alguno de cada
palabra que aquel hombre traicionado había escrito en ese papel expresando con
cada palabra sentimientos diferentes. Kimberly ya había empezado a llorar
después de escuchar la voz de Tess, siempre supo que su hermana era buena para
leer cosas, poseía un don en aquella voz que le daba dramatismo a las cosas,
desde niñas lo habían notado. Tess tenía la piel de gallina, no quería seguir
dando lectura a la carta, pero al ver tan fuertes a sus hermanas y sobre todo a
su tía, que a pesar de haber realizado sonidos guturales durante la lectura; no
había dejado que las lágrimas invadieran en su rostro.
—Con amor Rich—terminó de leer la carta mientras
limpiaba el recorrido líquido que habían dejado las lágrimas por sus mejillas—.
Yo no sé qué decir—pronunció al tiempo que buscaba con la mirada un lugar para
acomodarse y no caer, pues sus piernas no resistirían después de desbordar
tantas emociones.
—Realmente no tienes que decir nada, de hecho nadie
tiene por qué decirlo—comentó Nara mientras apretaba un poco más el hombro de
Roger para darse fuerza y no llorar nuevamente—. Las dejaremos un momento,
tengo algo qué hablar con Roger—Ainara le hizo una seña para que la acompañara
al patio y poderle dar privacidad a sus hermanas, la necesitaban y, odiaba
decirlo, ella necesitaba de la compañía de Roger Cadzow.
—No se lo han tomado como yo esperaba—dijo Roger viéndose
confundido ante la nada coherente reacción de la tía de las Bloom.
—Te dije que podrían ser comprensivas si se lo
proponían y creo que ahora la preocupada soy yo, me espera una larga
noche—apesadumbrada suspiró y giró la mirada para encarar a la luna que se
alzaba imponente ante la obscuridad. Era luna llena, la misma luna que solía
contemplar en las noches con Demian, sacudió la cabeza para alejar esos
sombríos recuerdos. Se había prometido no dejarse vencer por él, ni física y
mucho menos mentalmente.
Roger permanecía de pie admirando la casa de
aquellas mujeres, no daba crédito a que ellas estuvieran solas y sin nadie, por
lo menos debería haber una casada o alguna divorciada o la típica hermana con
problemas severos por los que nadie se le acercaba. Para él no era normal que
ninguna de ellas tuviera alguna relación. Por lo menos en su caso eran cuatro
hombres y ninguno llevaba una relación estable, no porque no fueran capaces,
sino porque nunca habían querido una relación seria.
Comenzó a caminar para retirarse de la casa pues ya
no veía un motivo para seguir ahí. Ainara caminó para alcanzar a Roger y poder
acompañarlo al hotel. Ella tampoco tenía un motivo que la convenciera a entrar
a casa o más bien no quería entrar a su casa.
Ambos caminaron sin decir ninguna palabra, solo
dejando que el resonar del viento contra sus rostros llenara el vacío que
creaba el silencio. Las tiras de cabello de Ainara volaban para todas partes
haciendo que su cabello en contadas ocasiones impactara contra el rostro de
Roger e hiciera unas muecas de fastidio. Si algo odiaba Roger era tener los
cabellos de alguien en la boca, y el hecho de que fueran los de Ainara los que
ahora estuvieran en la suya lo hacía peor.
— ¿Podrías por favor sujetar tu cabello? —Preguntó
Roger parándose en seco en medio de la acera—. A veces tener cabello en la cara
suele ser molesto para algunas personas.
— ¿Podrías dejar de quejarte de todo lo que hago?
—imitó Ainara sus movimientos tal y como lo hacía con sus hermanas cuando ella
se enfadaba—. Suele ser molesto para algunas personas—colocó ambas manos en la
cintura y se paró recta para alcanzar los penetrantes ojos de Roger que la
observaban con enfado.
Él no respondió, sólo se dedicó a perderse en los
profundos ojos del color de una ola arrolladora en el mar. Se quedó inexplicablemente
mudo mientras sentía aquella extraña sensación de enamoramiento, aquella
molesta sensación de querer estar con ella y al mismo tiempo alejarse.
—Mejor cállate—espetó al tiempo que aceleraba el
paso con la intención de dejarla atrás y con ella sus extraños sentimientos—.
Puedes regresar a tu casa, no te obligué a venir conmigo.
—No me hagas decirlo—advirtió Ainara.
— ¿Decir qué?
—Que quiero acompañarte, quiero charlar un momento
contigo, odio decirlo pero necesito desahogarme con alguien que no me conozca
totalmente—declaró al tiempo que se ponía frente a él para impedirle el paso.
Sí, se lo había dicho y de forma directa, sin rodeo, había tardado años en
darse cuenta de que el darle vuelta a las cosas no era o suyo, por lo menos
aprendió algo de sus años con Demian.
—Que bueno, yo quiero conocerte—respondió mientras
frotaba las perlas del collar de Ainara. Sí, su piel debía ser tan suave como
unas perlas y tan resplandeciente como la mismísima luna que los acompañaba esa
noche—. Ahora creo que he ganado cierta apuesta que hicimos sobre acompañarme a
casa y sumando las cosas que has dicho que me debes, vaya, creo que me
alcanzaría para tenerte toda una semana en mi hotel—se atrevió a recorrer el
dedo índice sobre el hombro descubierto de Ainara llegando a la conclusión de
que, en efecto, su piel era aun más suave que la simples perlas que pendían de
su irresistible cuello.
Ainara sentía que la piel quemaba en los puntos
exactos donde él iba tocando. No tenía aliento para negarse o para aceptar y
sólo podía hacer caso a sus pensamientos más primitivos, el deseo. Eso era lo
que él le provocaba, deseo de poder tocar cada centímetro de su cuerpo, deseo
de poder compartir con él aquellas cosas que por tanto tiempo había callado y
el deseo de llevar su vida junto a la de él.
Roger sentía aquel cosquilleo en las yemas de los
dedos cuando su piel rozaba la de Ainara, podía sentir el hervor de su sangre
cuando se atrevió a tocarla y a romper aquella barrera que hacía que Ainara se
encerrara con su soledad y sacara a cualquier hombre que se le acercara.
Comenzó a besar su hombro desnudo en medio de la acera, hasta que reparó en el
hecho de que estaban en la calle haciendo algo que él deseaba hacer en la suite
de su hotel.
—Ainara creo que deberíamos estar en camino hacia
el hotel—murmuró Roger aún aspirando el delicado aroma del perfume de rosas que
le sentaba tan bien a la personalidad de Ainara. Alguien tan linda y delicada
pero si te le acercas te pude espinar y dejar una gran herida, sí, exactamente una
rosa era la perfecta representación de Ainara— ¿Te gustan las rosas? —preguntó
Roger saliéndose del tema.
—Sí, no conozco a ninguna mujer que no le gusten
las rosas, por lo menos yo suelo tener ese romanticismo que se podría denominar
clásico—dijo pensando en a qué venía la pregunta, ¿qué tenía que ver las flores
con el hotel?
—Bueno, podríamos seguir al hotel, te tengo algo
preparado—dijo Roger tomándole la mano para conducirla hasta donde estaba el
hotel.
Nuevamente Ainara pisaba la recepción de aquel hotel,
esta vez estaba Matías en la recepción con un impecable frac negro que le
entallaba la diminuta cintura y los fuertes brazos, tenía un pin con su nombre
en letras itálicas y en un tono dorado como el resto de las mujeres que estaban
dando vueltas de un lado a otro.
— ¡Cuidado! —gritó Matías tratando de salir de su
puesto detrás del escritorio de la recepción. Ainara giró en un vago intento de
observar a quién le gritaba cuando una charola de plata la impactó de frente
regando el líquido blanquecino de una taza sobre su elegante y presentable
vestido rojo haciendo que en las zonas húmedas el color se tornara en un tono
vino y que las gotas escurrieran hasta por las puntas de su cabello—. Señorita
Bloom perdone por esto, el hotel se hará responsable de la lavandería, el
hospedaje por un día y una comida gratis en el restaurante la cuenta será
cubierta por el hotel—comenzó a disculparse Matías mientras sacaba un pañuelo
de algodón de la bolsa de su saco y limpiaba el vestido, ahora arruinado, de
Ainara.
Ella sólo puso una de sus manos sobre la nerviosa
mano de Matías para detenerlo, no deseaba llegar al hotel para ser recibida por
un expresso caliente la batiera de pies a cabeza pero en ese caso tampoco
quería la atención y los mimos de los hermanos Cadzow. Eso la hacía sentir
incómoda, tanta atención por parte de un hombre no era algo normal y mucho
menos de dos hombres.
—No es necesario Matías ya me encargo yo—dijo con
educación mientras se alejaba una par de pasos de los dos.
—Ainara quédate en el hotel, nos haremos cargo de
los gastos por eso no me preocupes—murmuró Roger ten un intento fallido de
acercarse a Ainara. Ella estaba indignada ¿creía que no podría costearse la
lavandería o el alojamiento en su hotel?, no por nada ella tenía su cadena
restaurantera y eso que ya se lo había explicado, se dijo, estaba más que claro
el error que había cometido en bajar sus defensas con él, haría lo miso que
hizo con Demian; construiría sus muros nuevamente para impedirse el ‘pensar en
él.
—Lo siento, debo ir a ver a mis hermanas, deben
estar preocupadas por mi—giró rápidamente y salió corriendo con sus tacones de
aguja de 12 centímetros lo más rápido que pudo.
Roger y Matías se quedaron justo en medio de la
recepción observando como aquella castaña huía a toda velocidad del hotel.
Matías nunca había visto a ninguna mujer correr con semejante velocidad montada
en unos taconsísimos, ese era un record para una mujer y un record de la mayor
estupidez que podía cometer un hombre.
—Tenemos que hablar Rogy, eres un desastre en estas
cosas—dijo mientras tiraba de la camisa a su hermano. Una vez que llegaron a su
habitación Matías la cerró con llave y le metió una palmada bien puesta en la
cabeza—. Eres un maldito torpe Roger ¿cómo se te ocurre decirle que tú pagabas
sus gastos en el hotel? Es decir, es una gran empresaria que ha manejado su
vida muy bien desde que su madre murió…
—Alto, alto, alto, ¿cómo sabes eso? —preguntó Roger
aun confundido de que Matías supiera más sobre Ainara Bloom que él.
—Digamos que las hermanas no son muy calladas. Me
lo ha contado Michelle, la cajera del super de la avenida Fiorella, ella me
dijo que dos de ellas estuvieron comprando un par de cosas e iban hablando
sobre la hermana menor, que supongo que es ella y bueno, no se necesita conocer
muy bien a las personas para darte cuenta que tiraste todo a la mierda, acabas
de destruir el ego de Ainara Bloom hermanito y yo que tu ponía la mira en otra
mujer—dijo soltando una risa de complacencia y satisfacción, después de todo
quizás él podría acercarse a ella dentro de un par de días o quizá semanas,
depende de cómo fuera la búsqueda de la nueva recepcionista.
—Gracias por tus palabras alentadoras Mat, pero yo
tengo trabajo que hacer.
—A ver si eso te quita lo estúpido—abrió la puerta
de la habitación y se retiró para dejar sólo a su hermano con su actitud tan
deplorable y con un aún peor sentido de la seducción.
***
Ainara se encontraba de regreso a su casa cuando
vio a un hombre tocar el timbre de su casa, se acercó corriendo y encaró al
hombre.
—Roger creí haberte dicho que quería ver a mis
hermanas…Demian—murmuró al darse cuenta del error que había cometido, debió
seguir corriendo pero su ira la había cegado pensando que se trataba del
persistente de Roger— ¿Qué haces aquí? —dijo casi sin aliento, tanto por la
carrera que había pegado del hotel a su casa como por la impresión de volver a
verlo después de casi dos tediosos años entre peleas y discusiones.
—Nany vengo de visita…
—Ainara Bloom por favor, tengo un nombre—dijo lo
más seria que pudo, no pensaba dejarse llevar por el llanto que se estaba
tragando para poder hablar seriamente con él.
—Está bien Bloom vengo a verte, necesito hablar
contigo cuando puedas y donde puedas…
—Mañana a las once en la cafetería de la esquina,
ahora largo, no te quiero ver en mi propiedad—declaró sin dejar hablar a
Demian.
—Nunca vas a cambiar Ainara, que bueno que
encontraste a alguien que te soporte, ese Roger debe tener unos nervios de
acero como para poder soportar a alguien como tú—ella no se contuvo más, le plantó
una bofetada en la mejilla para cerrarle la boca, odiaba su voz, odiaba la
manera tan despectiva en la que la miraba y odiaba aun más los gestos tan
definidos que no podía olvidar.
—A mí tampoco me sorprende que estés solo—culminó
mientras el portón se abría para dejarla pasar, para su nada grata sorpresa
salió Kimberly con los ojos rojizos por el llanto a ver a su hermana.
Kimberly se paralizó al ver a Demian Crawford
plantado al frente de su casa y peor aún, hablando con su hermana. Ella de
forma protectora se acercó a Ainara para posar su mano en la cintura de ella,
odiaba a ese ser tan miserable que fue el creador de una depresión descomunal
en Nara.
—Demian—saludó Kim con un movimiento de cabeza.
—Tú Kimberly también deberías acompañar a tu
hermana, las veo mañana—hizo una reverencia y se retiró, poniéndose su elegante
fedora en la cabeza mientras se alejaba.
Kim se quedó observando a su hermana mientras ésta
soltaba un suspiro de alivio, hacía ya tanto tiempo para ella desde que logró
separarse de él.
—Vamos a casa Nara, queremos hablar sobre la carta
y después ya hablaremos sobre aquel ser que se cree hombre, no merece que
llores por él o siquiera que le dediques tu pensamiento—antes de que pudiera
terminar de darle su explicación Ainara ya estaba como si nada frente a la
puerta de su casa. Kimberly tenía razón, se dijo, tenía la promesa de no volver
a sentir algo por él, ni siquiera lástima. Abrieron la puerta y se enfrentaron al
mar de lágrimas en el que se había convertido la sala, los pañuelos estaban por
todos lados y una caja de ellos estaba casi vacía.
—Veo que la carta no les ha caído muy bien que
digamos—murmuró Ainara hacia Kim, quien estaba con los ojos nuevamente llorosos
y con una mano en el pecho—. Oh por Dios Kim, esto ya es demasiado—dijo
llevándose las manos a la cabeza y alaciando su larga cola de caballo—. Tengo
algo que decirles—y como por arte de magia Kim recuperó la compostura y se
quedó seria ante la predecible noticia. Una vez que todas se quedaron calladas
evitando los sollozos ella se dispuso a hablar—. Demian ha estado allá afuera
hace un momento, me dijo que mañana hablaríamos y antes de que me digan algo,
él me lo dijo muy serio y creo que debería asistir, no me buscaría a menos que
fuera algo importante—concluyó esperando que sus hermanas no la atacaran con
sus fríos y sutiles comentarios.
—Bueno, cuentas con nuestro apoyo Nara, si te hace
algo no dudes en llamar porque, como dijo Tess, si se mete con una Bloom se ha
metido con todas y eso incluye a la tía Yaya—las hermanas se unieron en u
fuerte abrazo mientras Yaya observaba encantada la escena. sí, las extrañaba,
decidió y hacía años que le hubiese gustado tener una relación así con todas
sus hermanas y hermanos pero desgraciadamente ellos tomaron caminos distintos.
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