Me quedé dormida
en el sillón mientras veía una película con mi amiga, una de esas pelis
románticas con las que te dan ganas de darte un atascón de chocolate y helado
porque te entra la depresión de la actriz.
Me acomodé en
los cojines por la flojera que me producía el levantarme y repetir la rutina,
el no poder decidir un día para tomarlo libre, pues en cuanto lo agendaba había
una madre soltera o un padre enamorado marcando a mi número diciendo “Vi su
folleto y me encantaría ver una de esas casas en blablablá avenida, a las
blablablá horas para hoy si se puede” y contestar con amabilidad que sí, aunque
estuviera atareada en esos días, pero a ellos eso no les importaba.
Me levanté a mi
pesar y preparé agua para un exquisito café orgánico que Joanne había comprado
en una de esas expo de jardinería, eco no se qué y esos cachivaches. El agua
comenzó a hervir y metí dos rebanadas de pan de caja en la tostadora para
untarlas después con mermelada de zarzamora cultivada en mi jardín por mi
amiga, creo que si no fuera por ella tendría toda la casa botada y el jardín
lleno de maleza. Tener a mi amiga aquí tenía sus ventajas.
Joanne bajó olisqueando en la cocina, su perfecto
olfato le advertiría que estaba preparando un desayuno para mí sola, adiós
tranquilidad.
—Eres una pésima
amiga, has preparado el desayuno y me dejas vestida y alborotada ¿acaso no
merezco una taza de café o un pan tostado?, en verdad que eres pésima y yo que
pensaba quitarte al “Aries” de encima.
—Con eso no
juegues que es delicado Joon, así que mantente al margen del tema y no te
preocupes, cómete mi desayuno porque yo voy retrasada al trabajo—voy gritando
mientras subo las escaleras con dirección a mi habitación.
Ni modo, esta
vez tendré que bañarme con agua fría si es que quiero llegar a tiempo a recoger
todos mis instrumentos de venta a las oficinas, aunque pensándolo bien si llego
tarde probablemente me podré librar del engreído hijo del jefe. Maldición, debería
haber alguien más que vaya a entregar informes directo a la oficina del jefe.
Jodida suerte de mierda.
Me introduje
debajo de la regadera y abrí el grifo, me había olvidado de que el agua estaba
fría y pegué un brinco acompañado de un agudo grito que habría asustado a
cualquier persona, incluida a mi amiga, quien subió corriendo a preguntar si
estaba bien. Ella siempre preocupándose por mí.
Salí de la ducha
en tiempo record, pues estaba enjabonándome el cuerpo al mismo tiempo que
enjuagaba mi cabello, exactamente tardé cinco minutos en entrar y salir limpia
y reluciente, además de que el agua fría ya me había despertado por completo.
Me puse un traje de Chanel que mi madre me había comprado cuando terminé la
universidad, cogí mi portafolio, las llaves de mi auto y con un escandaloso “¡Hoy
llego tarde!” me despedí de Joanne para salir como rayo al trabajo.
Al llegar al
edificio subí las escaleras como loca para pasar tarjeta por la recepción,
probablemente con el drama que le armé al hijo del jefe, llegar un minuto tarde
ahora sería un delito y eso se arreglaría con una baja en mis comisiones. Pero
sólo un poco más, cuando tuviera el tiempo suficiente saldría a encontrar un
empleo que se ajustara a mi carrera o por lo menos tener dinero para mi propio
despacho.
—Hey Maggie—me
llamó la chica de las llamadas—. El hijo del jefe es un hombre monísimo, te
juro que si no lo aprovechas yo he de consolarlo—soltó una risita.
—Pues todo tuyo
amiga mía, no estoy interesada en él, sería extraño salir con el hijo del jefe,
además de qué…—por un momento pensé en decirle lo tan malo que era y lo odioso,
pero tal vez si omitía esas partes ella tontearía con él y yo sería libre de
sus insufribles flirteos—…sólo no es mi tipo, un gran chico pero en definitiva
terminaríamos matándonos, probablemente sólo sea un buen amigo y punto, oye
¿Sabes si ya llegó el jefe?
—No, pero su
hijo está en la oficina, podrías pasar el rato con él.
—No intento
“pasar el rato”, necesito tratar un tema con él, ya no puedo seguir con las
casas de la zona, una se está casi derrumbando y bueno, el terreno no es la
gran cosa como para ofrecerlo en venta, quiero cambiar la zona, sólo es eso y
bueno… ¡¿yo que debo estar dando explicaciones?! —sacudía los brazos y ella
rió.
—Ya, déjalo,
pero te advierto que el chico lindo que está en la oficina del jefe venía
hablando dinámicamente con el hijo del jefe ¿sabes cómo se llama el futuro
heredero de la empresa?
—Creo que
Michael Nichols, pero no lo recuerdo, enseguida subiré y lo investigo sólo para
ti—le hice un giñó y salí volada al ascensor, ya iba tarde de por sí, pero
aquel letrero me hizo tentarme a hacer un berrinche frente al elevador, que con
una horrible caligrafía decía:
“Fuera
de servicio”
Definitivamente
no era mi día, quizá una señal de que no debía pedir el cambio…no, esa forma de
pensar era de Joon, yo no creo en señales del destino o por lo menos no tengo
planeado hacerlo, ahora sólo subiría las mugres escaleras hasta la punta del
edificio y ya, eso sería todo, no pensaría más en eso, de eso se encargaría el
técnico del edificio. Ese tema queda cerrado.
Me quité los
stilettos y emprendí mi ascenso hacia la oficina. De sólo el primer piso fueron
más de cien escalones «sí, los estaba contando». Subí de manera consecutiva
siete pisos y mis piernas ya me ardían y qué decir de mis pies, agradecía que
aun los pudiera sentir, pues muy a mi pesar tendría que subir otros siete pisos
si no es que más y todo porque el incompetente del técnico del edificio no
puede reparar una jodida avería en un cochino elevador.
Por fin estaba a
tan solo dos pisos de mi ansiado punto de encuentro, jamás había estado tan
feliz de estar tan cerca de la oficina del jefe y menos a sabiendas de que su
hijo estaba justamente ahí esperando a que yo pusiera un pie dentro de ella, pero
no, yo no era esa chica fácil que muere por un hombre porque no lo necesito y
menos a alguien tan autoritario y estúpido como él, pero le debo un favor a
Joon y otro a la chica de los teléfonos.
Llegué casi a
gatas a la punta de la enorme escalera, y al alzar un poco la vista de mi
cómodo asiento vi unos hermosos y pulcros pantalones color blanco, un saco a
juego y un rostro afilado detrás de unos lentes de sol café claro. Con una
perfecta sonrisa, aquel ser de sexo masculino me tendió su mano y sin dudarlo
la acepté. Sus manos estaban más suaves que las mías, seguramente no hacía
nada, aunque sus músculos marcados me decían todo lo contrario.
—Disculpe mi
intromisión señorita, ¿pero se puede saber qué hace sentada en la escalera?,
debería estar ahora mismo en la oficina, no tomando un descanso, y, en caso de
que lo que quiere es descansar, debería hacerlo dentro de la oficina, estoy
seguro de que sería un gusto tenerla ahí dentro—desplegó una sonrisa tierna y
sincera y se llevó mi mano hacia sus labios.
—Gracias, pero
conozco el camino así que no tiene porqué hacerme compañía hasta ahí, además
aun tengo piernas y estoy segura de que puedo caminar— traté de no ser grosera
con él, el hecho de que el elevador se descompusiera y me pusieran a caminar no
era su culpa—. Por cierto—añadí—gracias por levantarme. —me calcé los tacones y
comencé mi camino por el pasillo que conducía hacia la oficina.
—Bueno mujer, te
dejaré con el coqueto de tu jefe, yo podría servirte de guardaespaldas pero en
fin, espero que no resultes acosada después de que te vea con ese traje tan
ajustado—guiñó de una forma que cualquiera pudiera llamar sexy, pero para mí
sería apropiado definirla como tonta o quizá arrogante.
Caminé con la
cabeza en alto y enseguida el jefe se levantó de la silla para saludarme de una
manera cortés y educada, pero lo arruinó todo cuando preguntó:
—Buenos días
Señorita Margaret, ¿cómo se comportó mi hijo el día de ayer?, espero que bien.
—Oh, veo que le
han informado—murmuré por lo bajo—. No fue malo y no hizo algo indebido—mentí,
pues el desgraciado había dicho cosas demasiado sugerentes—. Bueno, pero creo
que ahora me debe unas comisiones por la venta de una casa.
— ¿A quién esta
vez?
—Oh, veo que no
le han contado todo, él compró la de Avenida Monroe, una buena elección, ahora
creo que debo decirle el porqué de mi llegada. Bueno, he pensado que quizá
podría considerar cambiarme de zona, quizá a una cercana, pero alejada de la
que me han asignado, es inaudito el hecho de que me pongan a vender casas sin
que me hayan capacitado y además es imposible venderlas.
—Me parece
coherente su razonamiento señorita Lew, pero eso lo debió solicitar con nuestro
jefe del departamento de ventas, me parece un tanto increíble que no lo haya
encontrado en las escaleras, venía de un traje blanco el día de hoy.
Mierda, mierda y
más mierda, no podía estar pasando esto, el estúpido y sensual hombre era el
jefe en ventas, ¡demonios!, debí dar una malísima primera impresión mientras el
“señor buenos modales” me levantaba del suelo.
—No lo vi, pero
enseguida lo busco, no tardaré y enseguida le diré lo que me dijo, aunque
supongo que él se encargará de todo eso.
Al terminar de
hablar bajé con los tacones en mano y corriendo para poder alcanzarlo,
seguramente él ya había bajado todos los pisos mientras yo comenzaba a
descender. Llegué a uno de los que daban con las oficinas de los archivadores y
me introduje ahí al recordar que ellos tenían su propio elevador. Cuál fue mi
sorpresa al ver que el jefe de ventas estaba parado en el umbral de la puerta
del elevador. Escuchando mis pasos él giró y me observo, un destello
petrificador tuvo lugar en sus hermosos ojos. Escudriñado mi rostro se acercó
poco a poco y me tendió su mano.
—Soy Leo Bériault,
gusto en conocerla jovencita…
—Margaret Lew, pero
puede llamarme Maggie, me abstengo a las formalidades—le tomé la mano y la
sacudió como si cerráramos un trato, creí que me acosaría al igual que el hijo
del jefe, pero no, él era completamente correcto y educado.
Las puertas del
elevador se abrieron y me dejó pasar primero, presionó el botón que llevaba a
la planta baja y, aprovechando la intimidad que nos otorgaba el elevador,
decidí exponer mi idea, quería ser completamente directa, lo más directa
posible.
—Disculpe Sr.
Bériault, pero me parece que he trabajado demasiado y que me merezco un favor
mínimo, necesito que me cambie de zona, que me asigne alguna otra donde las casas
que venda no tengan fallas o que por lo menos las puertas no emitan ese
horrible chirrido al abrirlas o que se traben…en fin, creo merecer algo con más
calidad que simples casonas a medio construir.
—Si es eso lo
que quiere está bien, obtendrá su traspaso de zona, pero debe otorgarme una
cena tan siquiera, deseo conocerla mejor— besó mi mano mientras el elevador se
detenía en el estacionamiento, las puertas se abrieron y el hijo del jefe nos
vio en esa situación tan compleja.
—Margaret—saludó
Michael mientras taladraba con su mirada al Sr. Bériault— te espero en la
oficina de mi padre, debemos hablar de negocios y sobre un merecido ascenso que
no podemos dejar esperar—fue muy evidente cómo después de esas palabras le dio
un repaso de arriba abajo al hombre que tenía a un costado.
—Señorita
Lew…quiero decir Maggie, por favor espero una pronta respuesta y que me indique
a dónde quiere ir—murmuró el Sr. Bériault mientras caminaba hacia un deportivo
en color azul rey, un hermoso modelo de auto para un hombre de negocios.
—No me digas que
estaban hablando de una cita—externó Michael una vez que se fue Leo—. Por
favor, no quiero romperle la boca a mi amigo…
—Espera, espera,
espera ¿él es tu amigo? —ni yo me creía lo que estaba pasando, era como uno de
esos episodios sacados de “dimensión desconocida”.
—Claro, él
estaba hablando conmigo precisamente sobre cambiar de zonas…—perdí el hilo de la
conversación después de esas palabras para ponerme a pensar.
O sea que ya
estaba dicho que cambiarían las zonas y sólo lo aprovechó para conseguir una
cita conmigo…
—Hey Maggie,
¿sigues ahí? —interrogó Michael mientras sacudía su mano frente a mí.
—Claro, oye
¿cuántos años tiene tu amigo?
—Veintisiete,
pero es una buena persona…es decir es pésimo novio, es un mujeriego, no
deberías salir con él…—inició con su discurso de “No existe mejor persona que
yo”.
—Una última cosa
antes de que me vendas tu libro de “veinte razones para salir conmigo y no con
otros hombres”. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Pues es el
treinta de Marzo ¿Por qué lo preguntas?
—Simple
curiosidad— tomé con fuerza mi bolso y subí por las escaleras hasta que
llegamos a la oficina de su padre que ahora también era suya. Me abrió la
puerta como primera demostración de caballerosidad «demasiado tarde» pensé
mientras me introducía a la oficina que tenía un aroma a queso añejo.
—O alguien anda
sin zapatos o hay ratones por aquí—murmuré sin pensar en que alguien me estaba
escuchando y de forma descarada, pero la cara que puso el jefe me dejó helada
al darme cuenta que él si había escuchado lo que dije—perdone no era mi
intención…—traté de remediarlo, pero la lengua se me trababa en mediada que
trataba de encontrar alguna excusa.
—Ya déjelo así,
en fin te dejo con mi hijo para que te explique cómo estará eso del ascenso—se
levantó del escritorio y huyó casi corriendo de la oficina.
Me quedé parada
con los brazos cruzados en espera de alguna explicación coherente como para
seguir parada ahí perdiendo mi tiempo que bien podría estar siendo utilizado en
la venta del resto de casas que me faltaban y en especial de conseguir la venta
de las once asignadas para mi glorioso viaje de vacaciones.
Seguía parada y de
brazos cruzados mientras él rodeaba su barbilla con su índice y pulgar, ya
estaba harta de seguir esperando a que dijera algo, pero parecía igual de
incómodo con ese silencio que yo estaba esperando ansiosa para romper.
—Bueno, si no
tienes nada más que decir yo me largo que como verás debo vender más casas si
deseo seguir comiendo—externé mientras me abría paso entre los papeles del
suelo para salir de la oficina cuando él me tomó por el brazo y me hico
retroceder hacia el escritorio en busca de apoyo para no caer de mis tacones.
—Yo quiero
decirte que mi padre piensa en ascenderte a gerente de ventas de la zona, ¿sí
sabes lo que esto implica no? —preguntó mientras arqueaba una ceja.
—Claro que lo sé
y de inmediato iré a agradecerle, estoy muy feliz con esto, de verdad—dije
mientras trataba de separarme de él.
Me tiró de la
mano para que me estrellara contra sus pectorales y estuve forcejeando para
separarme de él y del escritorio que no me dejaba escapar del cuerpo de mi
agresor. Y yo que creía que podíamos ser amigos.
—Por favor ahora
no Michael, es horario de trabajo para mí, quizá podría verte después en un
restaurant, te daré la oportunidad de que elijas, en verdad no quiero esto, ya
basta…
La puerta se
abrió con gran estruendo y azotó en contra de la pared para volver a cerrarse,
se asomó la chica de los teléfonos…Nancy, la chica de los teléfonos.
—Oops, perdonen
mi interrupción, creo que no era el momento…
—No interrumpes
nada Nancy, es más, justo ahora quería presentarte a nuestro nuevo jefe—tomé la
mano de Michael y la aparté para poder posarme entre él y Nancy—Nancy, él es
Michael Nichols, Michael, ella es Nancy Fork
nuestra telefonista…ahora si me disculpan voy retrasada a una cita en
una casa—recogí mi bolso que yacía tirado con mi estuche de maquillaje de fuera
y partí para dejar solos a ellos dos y que quizá eligiera mejor Michael, ¿Qué
no había sido ya lo suficientemente directa?, tal vez con un buen puñetazo en
la cara se le bajaría el ego y se daría cuenta de que ni en un millón de años
encajaría con él.
Bajé corriendo
las escaleras, deteniéndome de vez en cuando para tomar aire o para descansar
por tanta carrera que ya había pegado en mi mañana y la que me esperaba en la
tarde. Suspiré mientras seguía descendiendo escalón por escalón y sintiendo
cómo mi talón rozaba con la áspera plantilla de mis tacones. Probablemente
mañana tendría unas ampollas horribles, pero valdrá la pena si sólo consigo
vender las once casas restantes.
Iba bajando el
último escalón cuando mi tacón decide romperse y tirarme al suelo. Pero la
caída se me hacía eterna, pues mi trasero jamás impactó contra el suelo. Abrí
los ojos y vi al hombre de traje blanco parado justo frente a mí mientras me
sujetaba por la cintura.
—Disculpe si la
asusté Maggie, pero estaba a punto de caer y no pude…—balbuceaba torpemente en
un banal intento de excusarse.
—No se preocupe…Leo,
sí, Leo, yo debería agradecer que me ayudara a no romperme la columna con estos
escalones, en mi vida vuelvo a usar los tacones para venir a la oficina.
—Eso sería una
lástima porque Michel dejaría de disfrutar la vista de sus piernas—murmuró
mientras me ayudaba a ponerme de pié y a mantener el equilibrio que había
perdido gracias a mi tacón roto.—No te preocupes, enseguida mando por unos
zapatos—insistió por tercera vez Leo mientras me sentaba al pie de la escalera.
—No es
necesario, ya iré a mi casa a cambiarme.
—No, espera y
llamo a un asistente que te traiga algo, de todas formas quiero un momento de
privacidad, si no es mucho pedir…quiero hablar de negocios.
—Muy bien, pero
antes una pregunta.
—Adelante—dijo
él entrando en total confianza conmigo.
— ¿Cuándo es tu
cumpleaños?
—Bueno, no es la
pregunta que exactamente estaba esperando, pero es el 12 de Mayo ¿por?
—Simple
curiosidad—mentí.
La verdad ya me estaba creyendo la tonta teoría
de Joon, no podía sacarme de la cabeza la idea de salir corriendo y comprar
cualquier revista de chismes sólo para comprobar que Michael Nichols era un
Aries y si así era, pedirle a Joon la fórmula mágica para quitármelo de encima.
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