Seguía ahí tumbada y con el brazo punzando de dolor, mi estómago rugía por comida y no podía levantarme de ahí.
Escuché unos
pasos acercarse e inmediatamente fingí estar dormida, aunque mi respiración aún
seguía acelerada, ninguno se percató de que estaba realmente despierta.
— ¿Estará bien mi
hija? —preguntó alguien.
¿Su hija?, de qué
estaba hablando.
—No lo sabemos,
ciertamente sufrió una gran contusión con el choque, pero en cuanto despierte
le haremos los análisis correspondientes y les diremos cómo se encuentra, está
en buenas manos.
—Mi hija…mi
hija—sollozaba una mujer.
Poco a poco fui
abriendo los ojos y me encogí en la cama, un hombre con bata me vio y de
inmediato sacó a todos los que estaba ahí.
—Serene, ¿estás
bien? —preguntó aquel desconocido.
—Si…o no lo sé…
¿dónde estoy? —susurré sin fuerzas.
—En el hospital,
chocaste y te trajeron aquí.
—No, yo no
choqué, yo no manejo—balbuceé torpemente.
—Pues así te
encontraron atrapada dentro del auto, ¿quieres ver a tus padres?
— ¿Padres? —pregunté.
—Sí, el señor y
la señora Boucher—contestó con una severa mirada mientras me veía una y otra
vez.
—No, no conozco a
esas personas, ¿quiénes son?
—Espera un
momento—abrió una puerta y se retiró.
No sé de qué me
estaba hablando, hace tiempo que yo no veía a mis padres, no después de su
accidente.
Mi mente empezó a
evocarme imágenes sobre algunas situaciones, pero en todas yo era una niña, una
chiquilla pequeña que jugaba con otros niños y me di cuenta de que no sabía qué
me estaba pasando en ese momento.
—Amnesia
retrógrada—dijo el hombre entrando nuevamente a mi habitación.
— ¿Qué? —grité
perdiendo la cordura.
—Ese es tu
padecimiento, la contusión lastimó ciertas partes de tu cabeza y pudo haberte
dañado en la memoria—comentó apacible.
—No entiendo.
—Puedes recordar
todo lo que te suceda de hoy en adelante, pero no recuerdas qué hacías antes de
aquel accidente.
—Ajá—asentí con
la cabeza.
—Por eso debemos
darte rehabilitación, en un momento estarán tus padres aquí.
Apenas y podía
creer lo que me decía aquella persona, que supongo era un médico. Pasó muy poco
tiempo cuando dos personas entraron donde yo
me encontraba.
—Hija—lloriqueó
una mujer tirándose junto a mi cama.
— ¿Quién eres? —pregunté
confundida.
— ¿Hija? —preguntó
el señor que estaba a su lado.
— ¿Quiénes son? —interrogué
entrecerrando los ojos y forzando a mi mente para recordar todo.
Comencé a llorar
de impotencia pataleando una y otra vez.
—No puedo…no
puedo… no puedo—gritaba para mis adentros.
—Calma
Serene—dijo la mujer.
— ¿Quién eres?
¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te recuerdo? —dije llorando mientras trataba de no
salir de mis casillas.
—Somos tus padres
Lewis y Nadine Boucher—dijo el señor.
—Perdonen, pero
no tengo idea de qué me hablan.
La señora no
soportó más y salió corriendo de la habitación mientras se cubría la cara con
las manos.
—Serene,
recuérdanos por favor—rogó el señor.
—Créeme que lo
intento, pero no puedo, me siento tan…tan…impotente—gemí
tratando de ahogar un grito de dolor.
—No te preocupes hija te juro que te recuperarás,
no importa si tengo que vender la empresa, juro que lograrás recuperarte de
esto—dijo con tanta esperanza que deseé poder comprender todo.
No me importaba el no recordar a ese señor, pero
si ese era mi padre, creo que llegaría a quererlo como tal, se veía alguien tan
tierno, me demostró que daría todo por mí, por alguien que ni siquiera lo
recuerda, que lo trata como alguien ajeno a su vida.
— ¿Papá? —Pregunté en un nuevo intento de asimilar
todo— ¿tienes una empresa?
—Sí.
— ¿Qué haces en tu empresa?
—“Nuestra” empresa—recalcó esas palabras—se llama
“Meilleur Mode” y ahí trabajamos los dos como presidente y vicepresidenta,
aunque tú te encargabas de contratos, inversiones y esas cosas.
— ¡Papá! —grité emocionada.
Ahora lo podía recordar, recuerdo la junta de inversionistas
que debíamos tener, mi castigo (por desgracia), una pelea que no recuerdo por
que la tuve en una casa, supongo que en mi casa.
—Eres tú—lloré mientras él me abrazaba fuertemente.
—Pequeña, lo sabes, me recuerdas—dijo con la voz
partida.
—Sí, te recuerdo.
—Gracias Serene, iré por mamá para ver qué puede
decirte.
—No te preocupes, yo puedo buscarla.
Me levanté torpemente y salí al pasillo para
encontrarla llorando en una banca.
— ¿Mamá? —titubeé.
—Serene—se levantó de un salto y corrió hacia mí.
Todos nos abrazamos, tal y como una familia normal, como supongo que antes lo
hacía.
— ¡Me ha recordado! —gritó mi padre con demasiado
entusiasmo que tuvieron que salir a callarlo.
—Dios, esto es tan…—no pudo seguir hablando y
calló en llanto nuevamente.
—No…no llores—susurré—estoy segura de que pronto
te recordaré.
*********************************************************************************************
Ya había pasado
cerca de una semana desde mi accidente y recordaba a mi madre, a papá, a mi
casa y mi escuela.
—Estás lista para regresar a clases—musitó mi mamá
a la hora del desayuno.
— ¿Estás segura? —dudó mi padre.
—Ayer el médico dijo que hoy podría intentar
aunque sea por un momento ir al colegio para ir ambientándose.
—Muy bien—aceptó papá—yo la llevaré hoy.
Terminé mi desayuno entusiasmada, pues para mí
éste sería como mi primer día de la universidad.
—Hemos llegado—interrumpió mi padre.
—Gracias—bajé torpemente del auto y comencé a
avanzar hacia la entrada.
Corrí hacia el interior y di una vuelta con
alegría, al fin en la universidad, al fin fuera de casa.
Tocaron el timbre y me dirigí hacia donde iba una
multitud de chicas, golpeé accidentalmente a una de ellas en el hombro y ésta
se giró para encararme.
— ¿Qué te pasa? —Preguntó molesta— ¿no te bastó
con lo de la vez pasada?
— ¿De qué hablas? —Interrogué algo avergonzada—
¿Quién eres?
Soltó una carcajada ante mi pregunta y se cogió el
estómago.
—No te hagas la idiota, soy Chris—se dio la vuelta
y me dejó ahí, salí corriendo tras de ella para averiguar qué había pasado
entre nosotras.
—Perdona—grité llamando su atención— ¿te hice
algo?
—Déjame pensar—apoyó uno de sus dedos en el
mentón—peleamos, me llamaste zorra, estuviste a punto de golpearme… ¿Quieres
que continúe?
—No…no…perdona—musité confundida.
No podía ser así, mis padres me dijeron que yo no
era conflictiva y ella me dice todo eso, no se a quien creerle, no sé quién soy
realmente.
Comencé a llorar justo donde me quedé mientras una
chica con la mirada fija en mí se acercó con una sonrisa.
—Ser—saludó dándome dos besos en las mejillas.
—Hola.
— ¿Cómo te fue en la reunión?—preguntó.
—No fui—musité aún confundida.
— ¿Tienes algo?
— Perdona pero ¿quién eres? —pregunté por fin.
—Pauline…tu mejor amiga—contestó tan confundida
como yo— ¿no me recuerdas?, la adicta por los zapatos, la que te hace burla
todo el tiempo.
Una imagen repentina de ella en motocicleta cruzó
rápidamente.
—Un poco, tú tienes una moto, es todo lo que
recuerdo de ti, perdóname.
—Bueno, es algo, entonces es cierto que tienes
amnesia—suspiró con tristeza.
—Sí, pero poco a poco he ido recordando cosas, así
que supongo que pronto llegaré a acordarme de ti—la observé, pero ella tenía la
mirada perdida en otro lado, giré para localizar aquello que observaba y llegó
un chico a reunirse con nosotras.
—Uff, ya llegó, yo me largo—comentó irritada.
— ¿Quién es?
—Deja que él te lo explique todo, a ver si así
recapacitas—comentó antes de irse.
El muchacho me observaba con una sonrisa, como si
con el simple hecho de verme le alegrara la existencia.
— ¿Quién eres? —me atreví a preguntar.
—Ferdinand Cordier.
—Bien, me debo ir a clases.
—Qué casualidad, yo también.
— ¿Estudias conmigo?
—Más que estudiar.
Decidí no decir nada más, no sé qué esperarme de
él y peor aun si no lo conozco, cómo quisiera recordar todo.
—Llegamos—interrumpió el chico.
Abrió la puerta para que yo pasara y agradecí su
gesto, supongo que no es tan mala persona, si hace eso no lo parece y
sinceramente espero que no lo sea.
—Siéntate cerca de la ventana, ese lugar es tu
favorito—susurró mientras nos dirigíamos a la esquina del salón.
Tomó un asiento al frente de mí y giró para
conversar.
—Veo que los rumores son ciertos.
— ¿Tu y yo somos algo? —pregunté avergonzada, pero
decidida a terminar con esto.
Sus ojos se iluminaron con mi pregunta y sus
labios esbozaron una linda sonrisa.
— ¿No lo recuerdas? —preguntó un tanto divertido y
no pude evitar sonreír de vuelta.
—No, por eso te pregunto—solté una risita y él se
inclino acercándose a mí.
— ¿Segura de que no? —volvió a preguntar.
—No—me limité a responder.
Se acercó demasiado a mí hasta que posó sus labios
sobre los míos en un beso tímido hasta que me liberé de esa hermosa sensación.
— ¿Ya lo recuerdas?
—Eres… ¿mi novio? —titubeé, no pensé que tuviera
novio, mis padres jamás me dijeron nada de esto.
—Sí, soy tu novio y estoy celoso de un tal Chris,
un tipo pelirrojo que coquetea contigo—dijo con mala cara.
—Entonces creo que dejaré de hablarle, si es lo
que quieres—contesté mordiéndome el labio.
—Eso me gusta, te veré hoy en mi departamento
¿sí?, debo agradecerte algo que hiciste por mí.
—Pero no sé dónde vives.
—No te preocupes, yo pasaré por ti, yo si sé dónde
vives.
—Muy bien ahí te espero cariño—contesté
instintivamente.
—Muy bien—sonrió ampliamente.
Las clases pasaron una tras otra mientras yo
trataba de recordar algo sobre las clases anteriores, pero todo era inútil,
ninguno de esos profesores despertaba algo en mí.
Entró el último maestro, un señor de cabello cano,
con lentes, demasiado alto y con un cuerpo casi esquelético.
Puso su portafolio sobre la mesa y se dispuso a
iniciar la clase.
—Bien jóvenes, saquen el libro y respondan el
bloque número siete, lo revisaré dentro de dos clases, dense prisa y no
hablen—ordenó.
— ¿Quién es? —le susurré en el oído a Ferdinand.
—El profesor de psicología empresarial—musitó de
vuelta.
—Gracias—le sonreí a mi novio.
—No es nada, oye por cierto sí pasamos el examen
de regularización.
Mi mente comenzó a trabajar en cuanto escuché la
palabra “examen”. Y pude recordarlo.
Yo reprobé y presenté el de regularización, justo
un día después de mi accidente me darían los resultados, el mismo día que la
junta de los inversionistas.
—Lo recuerdo—susurré para mí.
— ¿Qué? —preguntó Ferdinand.
—Ahora lo recuerdo, reprobé el examen—dije
entusiasmada.
—Si—sonrió.
—Y tú…tú eres un inversionista de mi empresa, de
la empresa de mi padre.
—Sí—volvió a contestar.
—Y…espera, espera, espera, creo que estoy
recordando algo más—me detuve un momento y me froté la sien como si así pudiera
lograr recordar algo—sí, tu… ¡Ferdinand! —espeté en el salón y todos giraron a
verme.
—Señorita Boucher, si tiene algo que decirle al
joven Cordier los dos se pueden retirar—musitó el maestro con amabilidad.
—Gracias—me levanté y tiré el brazo a Ferdinand
para que me siguiera afuera.
Salimos a paso rápido y bajamos las escaleras para
llegar hasta atrás del edificio de la facultad y ocultarnos tras los arbustos.
—Tú no eres mi novio—reclamé lo más tranquila posible—eres
Ferdinand, el maldito chico engreído.
—Hace un momento tú me llamabas
cariño—rió.
—Trataste de aprovecharte de mí Ferdinand—reclamé con la voz
esta vez más recia.
—Era sólo una broma ¿sí?, deberías ser menos amargada—mi
estómago se retorció con sus palabras.
¿Yo una amargada?, ¿acaso una amargada se teñiría el pelo de
anaranjado?, ¿o perdonaría a un idiota un centenar de veces todo por tratar de
llevar las cosas bien con él? ¡No!, yo no soy ninguna amargada.
—Fíjate primero cómo actúas para poder juzgarme—respondí y
giré sobre mis talones para retirarme a llorar tranquila en el baño. Pero una
mano me detuvo en seco.
—No Serene, fíjate tú en lo que hacemos los de más a tu
alrededor y después, cuando te hayas dado cuenta de todo aceptaré cualquier
insulto que me digas—sonrió con satisfacción y se retiró.
Saqué mi celular y marqué el número de la empresa para
charlar con mi papá.
— ¿Bueno? —contestó una de sus asistentes del otro lado de
la línea.
—Buenas…tardes…me gustaría hablar con mi padre, soy Serene.
—En un momento la comunicamos.
Sonó aquella musiquita de espera que me indicaba que había
alguna junta importante o que se encontraba ocupado mi padre, cuando un “clic”
del otro lado sonó.
—Bueno, Serene—contestó mi padre.
—Me voy a casa papá, pero la limusina la llevó mamá y yo no
puedo manejar, no estoy preparada—dije con la respiración entrecortada.
—Bien hija, enseguida no puedo, tengo una juta importante
aquí que debo atender, dile al joven Cordier que venga de inmediato a la junta
y de paso te vienes con él—sugirió.
—No, papá, quiero ir a casa, no me siento bien como para
iniciar también a trabajar—excusé.
—Pero te necesito aquí, ¿cómo vas con lo de tu amnesia? —cambió
rotundamente de tema.
—Olvidado—reí—quiero decir que recuerdo ya todo, esto me ha
servido demasiado, pero no me creo capaz de manejar de nuevo.
—Muy bien hija, pero yo no puedo ir y tu mamá tampoco, dile
al joven Cordier por favor, también te necesito aquí—rogó.
—Está bien, iré para allá—mascullé mientras rodaba los ojos.
—Te espero, cuídate—colgó por fin y guardé el celular en mi
bolso.
Caminé alrededor de la universidad tratando de alejar mis
pensamientos un rato de los estudios, a cada paso reflexionaba sobre las
posibilidades de llegar a la empresa sin tener que pedirle nada.
Pero hoy era mi día de suerte, Christopher estaba en la
cafetería sólo, tal vez él podría llevarme.
Me acerqué corriendo a la cafetería para ir a pedirle el
favor aunque aún dudaba sobre si debería después de lo que me hizo.
—Chris—dije jadeando después de mi carrera.
— ¿Serene?, no…no esperaba verte aquí.
—Bueno, pues heme aquí—sonreí.
—Me da gusto volver a verte. Pero antes te debo una
disculpa—se levantó de su asiento—fui un idiota al comportarme así contigo,
simplemente no debí ni siquiera pensarlo.
—Ya Christopher, no era necesario eso, aunque aún puedes
hacer algo para encomendar tu error—sonreí pícaramente.
—Lo que sea con tal de que me perdones—sonrió.
—Necesito ir a la empresa de mi padre, pero no tengo mi
auto, ni mi limusina y mis padres no pueden recogerme y necesito un transporte
urgentemente; y pensé que tal vez tú podrías…
—Claro, ¿A qué hora debes estar ahí? —cuestionó.
—Exactamente a la hora de la salida.
—Pues entonces de una vez vayamos al estacionamiento.
Me ofreció su brazo y yo me pesqué de él rápidamente.
Caminamos platicando de cosas triviales.
— ¿Entonces era cierto lo de tu amnesia? —preguntó
sorprendido.
—Sí, aunque ya no hay secuelas, recuerdo todo
perfectamente—sonreí nuevamente.
—Pues las cosas aquí estuvieron feas.
— ¿A sí? —traté de esconder mi curiosidad sobre el tema,
pero él de inmediato lo notó.
—Chris y Eve no dejaban de hablar pestes de ti Ser, aunque
Ferdinand…—paró de hablar y dio un largo suspiro—él estuvo todo el tiempo
pendiente de tu salud, le contó a Pauline que estuvo yendo al hospital a verte,
pero no dejaban pasar mas que a tus padres y que él se quedaba sólo en la recepción
esperando a que salieras de aquel lugar. Hasta que pasó casi una semana y tú
aún no despertabas. Pero no se dio por vencido, de hecho estuvo molestando a
cada persona preguntando por ti, pero jamás me dijo nada, todo esto me lo contó
tu amiga—se encogió de hombros como si eso no valiera nada.
—Yo no…no lo sabía—bajé la cabeza y comencé a caminar un
poco encorvada mientras mi estómago se desmoronaba poco a poco dejándome un
gran vacío, como si mis emociones se hubiesen esfumado.
— ¿Estás bien? —preguntó Chris un poco preocupado.
—Sí, no me pasa nada—musité.
—Bueno, pronto llegaremos al estacionamiento.
—Espera, debo hacer una llamada—saqué mi móvil y busqué
entre mis contactos a Ferdinand.
— ¿Bueno? —contestó después de cuatro llamadas.
—Hola Ferdinand, mi padre te espera enseguida en la empresa,
tenemos junta—advertí.
—Muy bien, iré para allá…—guardó un enorme silencio—
¿quieres que pase por ti?
—Amm…—esperé aproximadamente un minuto sin dar respuesta—no,
no es necesario, tomaré un taxi.
—Como quieras, allá te veo—colgó.
Regresé a mi lugar junto a Chris mientras íbamos al
estacionamiento. Llegamos y caminamos entre los espacios que dejaban entre cada
coche para llegar al auto de Chris, cuando de pronto alguien chocó conmigo
logrando que cayera al suelo.
—Fíjate por dónde andas—repelé mientras me ponía de
pié—Ferdinand—susurré asustada.
— ¿Qué haces aquí? ¿No que ibas por un taxi?
— ¡Ser, date prisa! —gritó Chris llamando la atención de
Ferdinand.
—Ya veo, perdona por interrumpir—dijo molesto.
—No, no es lo que piensas.
—No, no creo que lo sea—contestó amargamente.
—Por favor déjame explicarlo—rogué.
—No Serene, no me debes ninguna explicación, pero yo si te
debo una—sacó un ramo de flores de una bolsa que llevaba.
Eran rosas rosas, olían delicioso y no pude evitar aspirar
una bocanada de aire.
—Eran para ti, pero veo que no necesitas a otro pelagatos
que esté tras de ti—arrojó las rosas al suelo justo entre nosotros—no esperes
ver esto nunca más.
— ¿Por qué haces esto? —Pregunté iracunda—haces un hermoso
detalle y al final lo arruinas, siempre es así con cada cosa, con la cena, las
veces que salimos, nuestros fortuitos encuentros, siempre es lo mismo
contigo—grité desenfadada.
—No Serene, te equivocas—sonrió decepcionado—tú eres la que
tira todo por la borda, siempre quiero hacer algo por ti y tú no te tomas la
molestia en reconocerlo, en apreciar nada, me mentiste, ¿y ahora me hechas la
culpa?, estás muy equivocada si crees que todo este tiempo fuiste tú la que me
perdonó.
—No Ferdinand—fue lo único que alcancé a decir mientras mis
emociones huían de mí dejándome vulnerable ante él.
—Olvídalo Serene, hasta aquí llegó mi paciencia.
—Ferdinand—murmuré una vez más.
—Te dejo Serene, que disfrutes de tu compañía—abandonó el
estacionamiento y al pasar junto a Chris chocó su hombro contra él.
—Serene…—se acercó Christopher.
—Solo llévame a la empresa por favor—respondí tajante.
Sin ningún comentario más subimos al auto y nos pusimos en
marcha rumbo a la empresa.
Me senté en la parte trasera y con cada tope o cambio de
velocidad mi cuerpo temblaba, aún le tenía miedo a los autos, aún no lo podía
superar.
Llegamos muy rápido y descendí sin voltear a ver a
Christopher, sólo escuché un leve “adiós, cuídate” proveniente de él, pero no
tuve el valor de responder.
Entré rápidamente sin dirigirle el saludo ni la vista a
nadie, tal y como si el resto del mundo fuera invisible para mí.
Entré abruptamente a la sala de juntas donde ya todos
estaban esperando, pero mi mirada fue hacia alguien en particular. Vi el
asiento vacío junto a él pero preferí parame junto a la pizarra electrónica
donde se mostraban los nuevos diseños.
—Qué bueno que se haya podido reunir con nosotros señorita
Boucher—inició mi padre.
—Sí—respondí cortante, todos me observaron mientras clavaba
mi mirada en un punto invisible en la pared de enfrente.
—Bien, comencemos con el primer punto, los he llamado aquí
debido a que son los mayores inversionistas y necesitamos que decidan qué
temática utilizaremos para nuestra temporada otoño invierno—dio inicio la junta.
— ¿Qué les parece el animal print?—sugirió un hombre
extraño—hace años que impuso moda, podríamos intentarlo con un look retro.
Ferdinand levantó la mano para pedir la palabra.
—Joven Cordier—cedió la palabra mi padre.
— ¿Qué le parece la temática de el amor?—me sonrió y yo
fruncí el ceño.
—Interesante tema, ¿qué sugiere para él?
—Una mescla en tonos rosa, coral, rojos, lo típico de San
Valentín—y rieron todos ante su comentario, todos menos yo.
Levanté por fin la mano para dar mi propuesta.
— ¿Si señorita Boucher?, ¿tiene alguna otra propuesta? —contestó
mi padre.
—Sí…ehm…me gustaría la temática de “sentimientos
encontrados” —alcé una ceja pícaramente hacia Ferdinand y él torció la
boca—sería como una mezcla de colores encendidos, amarillos, fucsias, rojos,
anaranjados, verdes, azules…de ese estilo—terminé mi idea y mi padre me miró
sorprendido mientras que Ferdinand sólo me observaba con hastío.
Ferdinand pidió nuevamente la palabra y mi padre se la cedió.
—También sería buena idea algo que diga “celos” por sí
mismo, algunos tonos encendidos, pero obscuros…algo así como negros, grises,
verdes fuertes…colores de penumbra—sonrió socarronamente esperando alguna
reacción de mí, pero no le di el gusto.
—Todas son muy buenas ideas, ahora necesito un eslogan, sé
que los encargados de mercadotecnia se deben encargar de esto, pero necesito
ideas innovadoras, visiones diferentes fuera del mundo de la moda—musitó mi
padre en forma de charla motivacional, había visto ya varias veces ese truco
usado con el personal.
Pedí la palabra.
— ¿Qué les parece algo así como: “al igual que los
sentimientos, la moda es un asunto serio”?
—O algo como “usar Meilleur Mode, algo mejor que las
indirectas—intervino Ferdinand— ¿qué era eso?, ni siquiera tiene sentido su
execrable eslogan.
—Pues allá ustedes decidan, me retiro de la junta, debo
arreglar el papeleo—excusé para poder salirme de aquel lugar.
—También podría ser “huir de la moda no sirve de nada” —canturreó
Ferdinand mientras pasaba junto a los asientos.
—O qué les parece “no le hagan caso a las estúpidas
propuestas de Ferdinand Cordier” —ironicé irritada—eso sería excelente, así
tendríamos mayores ventas—mascullé ente dientes.
—Serene Boucher ven aquí—llamó mi padre—deja de comportarte
de esta manera tan ridícula, esto es serio—exhortó mi padre.
—Pues dígale al joven Cordier que deje de estar con sus
indirectas tan infantiles—respondí y giré hacia Ferdinand—en cuanto a ti—lo
señalé—si tienes algo que decirme prefiero que sea de frente.
Pasé a un lado de la mesa ignorando las miradas de los
señores al mismo tiempo que avanzaba. Tomé el pomo de la puerta, lo giré y salí
rumbo al estacionamiento.
Tuve que bajar corriendo las escaleras, pues los elevadores
estaban sin servicio.
— ¡Serene! —gritaba alguien siguiéndome, giré un momento
para ver quién era y, en efecto, Ferdinand si tenía algo que decirme. Pero no
me detuve.
Continué bajando tan rápidamente que Usain Bolt se quedaría
corto con mi carrera. Jamás volví a mirar hacia atrás, pero podía escuchar el
crujir de los escalones provocados por sus pisadas.
— ¡Serene! —Insistió— tenemos que hablar.
—Yo no tengo nada más que decirte—solté.
—De eso es lo que te estuve hablando, siempre te portas como
si tú no importaras, como si pensaras que jamás te escucharé, y eso es muy malo
Serene, tu opinión me importa—pasó su mano por la cabeza—incluso más de lo que
te imaginas.
—Es que eres tan…extraño, de pronto actúas como si yo fuera
la mejor persona del mundo y en unos segundos me tratas como si me odiaras, es
solo…que no te entiendo—acepté resignada a encararlo.
—Ya te dije que si me importas, me importa tu opinión, me
importas demasiado, pero es que tú no aprecias mis malditos detalles.
—Yo no llamaría detalle el sacarme de tu casa—sonreí con
amargura.
—Pero yo sí al beso que nos dimos antes de eso—mi corazón se
hinchó de alegría al saber que él había hecho eso en serio, que en ese momento
ya no estaba actuando.
— ¿En verdad fue un detalle? —me mordí el labio con
nerviosismo.
—Sí, para mí esos son detalles—admitió recargando su frente
contra la mía—y estoy a punto de demostrarte otro detalle—sonrió y posó sus
labios en los míos.
Me abracé a su cuello y el tomó mi cintura con sus fuertes
brazos, nos besábamos desesperadamente sobre las escaleras sin importarnos que
alguien pudiera vernos, ahora sólo existíamos nosotros dos.
Sus labios suaves y delicados se movían sobre los míos con
una delicadeza adorable, haciéndome sentir cada parte de ellos, sentir esa
frescura que tenían, saborear el agradable perfume mentolado de su boca. Y en
mi mente sólo estaba él, cada momento en el que lo encontré así, por accidente.
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