Continuamos el camino el chofer y yo a toda marcha y el celular
volvió a sonar.
— ¿Bueno? —contesté.
—Serene, más vale
que te apresures, tu padre está de pie frente al baño esperando a que salga—colgó
y me quedé perpleja viendo mi móvil.
—Señorita, ya
llegamos—musitó el conductor.
Le pagué y bajé
del auto.
Voy caminando
hacia el interior de la casa por el caminito empedrado que conduce a la entrada
del departamento.
Toco y nadie
abre, intento con el timbre y nadie abre, me asomo por una rendija que quedó
entre las bisagras de la puerta y veo a mi padre sentado en el recibidor con la
cara roja de ira.
Decido empujar la
puerta y ésta se abre de golpe azotado contra la pared y llamando la atención
de mi padre.
— ¡¿Dónde
estabas?! —gritó exasperado.
—Fuera con
Pauline haciendo un trabajo—mentí tranquilamente.
—Hace un momento
el joven Cordier me marcó para decirme que estabas en una cita con él y que
llegarías tarde ¡y lo hizo desde tu teléfono, así que no me mientas! —gritó
perdiendo los estribos.
Ferdinand al
escuchar todo lo que estaba sucediendo salió del baño corriendo, lo que me hizo
sonreír y tranquilizarme.
—Señor Boucher,
ya le dije que yo no le marqué nunca—espetó en mi defensa Ferdinand.
— ¿Entonces de
quién era esa voz señor Cordier?
—Yo que voy a
saber, yo no estaba con su hija—respondió a la defensiva.
—Serene—giró
hacia mí mientras me encogía en mi asiento— ¿Quién era?
—Ya te dije que
estaba con Pauline y te habló un chico que estaba en el equipo, si no me crees
háblale—le tendí el móvil y enseguida lo tomó.
Se levantó y
caminó fuera de nuestra vista dentro de la casa de Ferdinand.
—Oye, ¿qué rayos
pasó? —preguntó con apenas un susurro.
—Chris le dijo
que había salido contigo—admití.
— ¿Quién es
Chris?, ¿hablas de la zorra del salón? —reí.
— ¡No! —Externé
contenta—hablo de Christopher…el chico pelirrojo.
—Ahora veo, y por
qué el poco hombre no pudo decirle que estaba él contigo.
—Yo que sé—respondí
encogiéndome de hombros.
—Es que
simplemente eso no fue correcto.
— ¿Estás celoso? —levanté
las cejas de una forma pícara y divertida, a lo que él respondió con un
sonrojo.
Entrelazó los
dedos y dejó caer sus manos entre sus piernas.
—Yo no estoy
celoso o bueno…—pasó su mano a través de su cabello—no, definitivamente no
estoy celoso—concluyó levantándose del sillón.
Mi padre regresó
después de la llamada y me vio ahí sentada sola.
—Toma—estiró la
mano con el celular—dile al joven Cordier que lo siento y que mañana habrá una
reunión con los inversionistas, también te quiero ahí a ti—se despidió y lo
dirigí a la salida—por cierto discúlpame tu también—pausó sus palabras—la
reunión es a medio día.
—Pero tengo
clases—repelé.
—Pediré permisos
para que faltes—abrió la puerta y salió.
La verdad no me
preocupaban las clases, me preocupaban los resultados del examen de
regularización que serían entregados justamente mañana.
Ferdinand no
aparecía y decidí subir a su habitación a ver si se encontraba ahí.
Abrí la puerta y no lo encontré, tome una hojita de su buró y anoté el
recado que mi padre me indicó.
Mi padre te ofrece sus
más cordiales disculpas y perdona por las molestias que te provoqué, espero me
puedas perdonar por eso. Por otra parte mañana debes asistir a una junta de
inversionistas en “Meilleur Mode”
Atte: Serene Boucher
PD: La junta es al medio
día, justo a la hora en la que entregan los resultados.
PPD: Espero que en
realidad puedas perdonarme.
Doblé con
especial cuidado la nota y la deposité en el mismo lugar en el buró. Abrí la
puerta y la cerré cuando salí.
Giré para ir
debajo de las escaleras y al dar la vuelta para recargarme con la puerta y ésta
se cerrara con mi peso vi a Ferdinand de frente. Estaba viéndome con una
malvada sonrisa en el rostro.
Recargó su mano
empujando la puerta para abrirla y acercó su rostro poco a poco al mío. Cerré
los ojos pensando que me besaría, pero se desvió hacia mi oído y me susurró
“cuídate”.
Me puse a llorar
ahí, justo en ese instante y él sólo se fue y me dejó llorando ahí hecha un
ovillo contra la pared.
Al terminar de
llorar mis párpados pesaban y sentía los ojos claramente hinchados. Dispuesta a
bajar tomé mi bolso de la recámara de Ferdinand y me regresé con a nota que le
había escrito.
—Deja eso ahí—me
sorprendió su voz logrando que diera un pequeño salto.
—Es mío, me lo
llevo.
—Déjalo, está en
mi casa y creí haberte dicho que no volvieras a poner un pié en mi
departamento—demandó.
—Lo sé y por eso
me voy Ferdinand—tomé el papel y lo guardé en mi bolso.
—Te he dicho que
lo dejes.
—Y yo te he dicho
que no—reté.
—En verdad, si no
me lo das no te irás de aquí.
—Es que ahora no
tiene sentido nada de lo que contiene.
— ¿Entonces por
qué te lo llevas? ¿Por qué no me lo quieres mostrar?
—Porque nada de
esto te incumbe—respondí irritada.
—Dámela—espetó.
—No—me crucé de
brazos y me planté ahí tan valiente como pude—no te la daré.
—Entonces no te
irás—salió a paso firme mientras lo seguía pisándole los talones.
Cerró la puerta
por dentro y lanzó la llave por la ventana ¿qué trataba de hacer?, cerró la
ventana con seguro e hizo lo mismo con el resto de ellas.
— ¿Qué haces? —interrogué.
—Me aseguro de
que no te puedas ir hasta que no me des esa maldita nota—contestó algo irritado.
— ¿No hablas en
serio verdad?, todo este drama es por una nota, ¡¿te das cuenta de lo patético
que es todo esto?! —grité.
—No es nada patético
Serene, estoy harto de que no puedas actuar bien conmigo, de que cada cosa te
parezca indiferente—musitó con toda la tranquilidad del mundo.
— ¡No puede ser! —Dejé
caer mis brazos a los costados y levanté la mirada hacia el techo.
—Pero así es, así
que más vale que te relajes porque pasarás aquí mucho tiempo—subió de regreso a
su habitación mientras yo iba detrás de él.
Cerró la puerta
en mi cara golpeando mi nariz y provocando que me saliera un poco de sangre,
corrí asustada hacia el baño mientras me presionaba la nariz con los dedos.
Al llegar abrí la
puerta y me introduje a lavarme las manos, a cara, me puse papel como loca por
toda la nariz y me recosté bocarriba como siempre me decía mi madre.
Pasé un largo
rato ahí dentro esperando a que mi nariz parara de sangrar y cuando esto sucedió
me digné a salir del baño para hacerle frente a Ferdinand.
— ¿Qué te ha
sucedido? —preguntó asustado.
—Me golpeaste con
la puerta—mascullé irritada.
Sus ojos se
abrieron demasiado con sorpresa y algo que interpreté como arrepentimiento.
— ¿Te encuentras
bien? —susurró.
— ¿No te parece
demasiado tarde como para preocuparte? —demandé.
—Si…perdona—agachó
la cabeza y se desplomó en el sillón.
—Pero puedes
dejarme salir—musité.
—Claro que no,
dame la nota, ese fue el trato—se puso de pié para pasarse frente a mí.
—Bueno Einstein,
aunque te de la maldita nota, tiraste las llaves y no podremos salir—reclamé.
—Buen punto—frotó
su barbilla con el pulgar para pensar en algo—derribaré la puerta y listo.
—Como quieras, no
es mi casa—me encogí de hombros para restarle importancia.
—Está bien, voy
por algo para poder derribar la puerta.
—O podrías llamar
a un cerrajero para que nos abriera—sonreí con ironía.
—Buena idea.
Sacó su móvil y
buscó en internet alguno cercano a su casa, llamó y dio la dirección para que
vivieran.
El lugar estaba
en un silencio incómodo, pues nadie tenía nada que decir.
—Toma—extendí la
nota.
—No la
quiero—musitó negando con la cabeza.
—He dicho que la
tomes.
—Y yo que no la
quiero.
¿Cuándo fue que
cambiamos los papeles?, se supone que yo no quería que él la viera.
—Como quieras,
allá tú—musité guardando la hoja.
Me arrepentí de
ocultarla y la extendí sobre la mesita de centro que tenía en su sala.
—Quítala de
ahí—espetó arrojándola hacia otro lado.
Me levanté por mi
nota y la volví a poner en el mismo lugar.
—Te dije que la
quitaras—volvió a tirar la nota y yo me volví para ponerla en su lugar.
— ¡Esto es muy
infantil! —esbozó una sonrisa.
—Lo sé—sonreí con
generosidad.
—Pero aun así no
quiero esto—tomó la nota y la partió en cachitos—de todas formas vas a salir de
aquí.
—En fin, de todas
formas te diré que decía—imité su tono de voz.
Se puso cómodo en
el asiento y listo para escucharme atentamente.
—Pues mi padre te
dijo que mañana hay junta de inversionistas y que lo perdones por todos los
problemas que te causó—dije tranquilamente.
— ¿Eso es todo?,
¿por eso no querías enseñarme la nota? —musitó señalando los trozos de papel
que quedaron esparcidos por el suelo.
—Sí.
Ferdinand me miró
con incredulidad y al parecer comenzaba a sospechar que no le había explicado
todo.
— ¿Y eso es todo?
—insistió.
— ¿Acaso no
confías en mí?
Dudó su
respuesta, realmente desconfiaba y tenía razón en hacerlo, después de cómo me
trató no pensaba pedirle las disculpas que decía la hoja.
—Si…si confío en ti—culminó
y el timbre nos interrumpió.
Ferdinand intentó
abrirle al señor pero obviamente la puerta no se abría y yo estaba muriendo de
la risa detrás de él.
—Señor, abra por
afuera—reí sonoramente—para eso lo llamé, me quedé encerrado—admitió entre
carcajadas al igual que yo.
—Claro, como
ordene—dijo confundido el señor del otro lado.
No podía parar de
reír, a tal grado que me empezaba a faltar el aire, mientras que Ferdinand
totalmente apenado decidió irse a un rincón con la cara roja de vergüenza.
El señor logró
abrirnos la puerta y Ferdinand le pagó con un billete de quinientos. El señor
sorprendido porque no le pidiéramos cambio salió del departamento.
—Puedes
irte—señaló la puerta recién arreglada.
Salí y recogí las
llaves que habían sido arrojadas al suelo horas antes.
—Tómalas—extendí
las llaves en mi palma y él las tomó.
—Gracias.
Se instaló entre
nosotros un silencio incómodo. No sabía cómo despedirme.
Si le doy la mano
parecerá que estoy cerrando un trato con él. Pero no estoy lista para despedirlo
con un beso. Decidida a retirarme me di la vuelta para encararlo y estaba con
la mirada perdida viendo algo, no sé a qué veía o a quien; pero estoy segura de
que no era nada bueno.
— ¿Qué sucede? —pregunté
sacándolo de su concentración.
—No…no es nada—ve
con cuidado.
Me dio un beso en
la mejilla y me llevó a tomar un taxi.
—Pero mi auto
está aquí—señalé el lugar que ocupaba en su garage.
—Sí, perdona,
pasa a tomarlo—me acompañó con cuidado hacia el garage.
Definitivamente
algo malo estaba sucediendo.
— ¿Me dirás ya
qué te pasa? —me planté frente a él con los brazos cruzados.
—No es nada ya te
lo dije, ahora puedes irte y no te olvides de los resultados de mañana.
—Ni tú de la
junta en la empresa—me dio otro beso y me subí al auto.
Conduje hasta
casa con cansancio y tomando los atajos que habían en las avenidas para tardar
menos.
Los tiempos entre
cada cambio del semáforo eran largos y adormecedores, los cláxones no paraban
de sonar cada vez que cabeceaba ante la carretera, hasta que de pronto me quedé
dormida.
Algo me impactó;
mi visión se fue haciendo borrosa hasta estar completamente obscura, mi cuerpo
no reaccionaba y no podía pedir ayuda. Sentía un gran dolor en mi estómago,
pero cualquier intento de moverme lo agravaba más.
Desperté en la cama de un hospital o de algún centro médico. No había
nadie más ahí, solo estaba yo con un suero siendo suministrado por una aguja
conectada a mi brazo. No había ruido alguno ni movimientos en algún lugar. Es
como si estuviera a salvo pero sola, muy, muy sola.
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