Ese mismo día lo transferirían de escuela.
El
príncipe de Kouba no merecía un premio por haber perdido en la competencia. Ante
los ojos de su padre, el rey, su hijo
merecía estar con los mejores y para él era obvio que esa chica que ganó el
concurso era mucho mejor que su hijo. Incluso pensó en sacarlo del Special Art
College. Un colegio privado donde podías ver a hijos de superestrellas, jóvenes
cantantes que ya habrían grabado un par de discos e incluso a actorcillos que
ya habrían filmado dos películas. Era la mejor escuela privada para todos los
contendientes a artistas o a personas famosas. Aunque el príncipe estudiaba ahí
para cultivarse culturalmente en las artes.
Es
por eso que el rey había mandado a investigar a la chica ganadora. Dónde vivía,
su edad, su peso, su talla, su estatura, la escuela a donde asistía, los
lugares que concurría. No fue nada sencillo, primero tuvo que pagar a dos
detectives y entrevistar personalmente a los vecinos, amigos y familiares no
tan cercanos de aquella joven.
Era
injusto transferirlo de escuela, por lo que una oferta jugosa para la joven y
sus padres haría falta para convencerlos de que fuera ella quien se
transfiriera de colegio. Una escuela pública no era digna de una dama tan
competente como ella y, a demás, debía asegurarse de que ella no hiciera algo
extracurricular por lo que su hijo podría fracasar.
—Ha
llegado una carta directo del palacio—anunció la madre de Nahyra mientras
sacudía el sobre en el aire.
—Es
para toda la familia, para todos los Venturi—recalcó el padre mientras buscaba
el abrecartas entre los cajones.
Nahyra
apenas pudo escuchar el alboroto en el comedor y fue como por fin cerró su
libro de estadística para poder salir a ayudar a sus padres con cualquier cosa
que hiciera que los cajones cayeran al suelo. Nunca había visto a su madre
llorando ni a su padre tan feliz, a tal punto de casi dar saltitos de alegría
por todo el comedor.
—Podrás
dejar de trabajar—dijo su padre mientras le rodeaba la cintura con el brazo.
—Sí,
por fin podrás estudiar lo que tú quieras y como quieras—dijo su madre
enjuagándose las lágrimas de felicidad que escurrían por sus mejillas y se
regaban sobre el sobre.
No
lo comprendía, ¿ella dejar de trabajar?, si dejaba el trabajo seguramente tendrían
que comenzar a vender algunos artículos de su casa para poder mantenerse
económicamente estables y al mismo tiempo pagar sus estudios, que aunque no era
lo más caro ya que asistía a una escuela pública, debían pagar los de sus
cursos de música.
Ella
inspeccionó el sobre con las marcas de las lágrimas de su madre. El papel era
grueso y suave, tenía repujadas las letras de su apellido y en un color dorado.
Como si realmente fuese importante. Revisó el interior del mismo y estaba
aterciopelado con el grabado del escudo de la familia real.
Un
sobre del palacio que contenía un mensaje tan importante que le cambiaría la
vida.
«Estimados integrantes de la familia
Venturi. Con motivos de compensación de la recientemente rechazada beca
estudiantil obtenida como primer premio del concurso de música y canto hemos
decidido darle la oportunidad a Nahyra Venturi para estudiar en el Special
Art College con una beca del 100% incluyendo los gastos del material
estudiantil que requiera.
Esperando su pronta respuesta deseamos
que la señorita ganadora del primer lugar asista a este colegio.
Atentamente: La familia real»
—
¿Qué te parece pequeña?, podrás asistir a la mejor escuela de artes de todo
Kouba. En la misma escuela en la que estudia el príncipe—musitó su padre
entusiasmado.
—Lo
pensaré—respondió Nahyra y regresó cabizbaja a terminar de resolver sus problemas
para la escuela.
No
quería dejar a sus amigos y a su familia atrás para cumplir un sueño tan
superficial. Era egoísta. No, egoísta era quedarse en su escuela y entonces ser
una carga más para su familia; sin embargo aunque ella trabajara todo el día no
alcanzaría el dinero para seguir pagando sus dos escuelas y aparte los gastos
de la comida y otras deudas que de por sí ya estaban haciendo que su dinero se
redujera cada vez más.
Impotente,
lanzó la calculadora contra la pared y comenzó a golpear su almohada con rabia.
Reacomodó todo y se sentó en la orilla de su colchón.
Debía
aceptarlo, no dejaría de trabajar pero debía aceptar la beca. Una ayuda para
mis padres no vendría nada mal. Quizá mañana podría despedirse de sus amigos
para poder dar paso a su nueva vida porque, dijeran lo que dijeran, esa carta
cambiaría su destino a como dé lugar.
***
Por fin había amanecido y
podría darle la noticia a sus padres, a sus amigos, profesores y a sus
compañeros del conservatorio de música. Les diría a todos un “hasta luego”,
sólo sería un par de años hasta que terminara sus estudios en aquel colegio
para personas ricas y presuntuosas. Sólo serían dos o tres años máximo y ya
volvería a su vida habitual.
—Papá, mamá he decidido
aceptar la beca para estudiar ahí. Será divertido—sonrió y los abrazó.
Ella
giró hacia la salida con la intención de marcharse camino a la escuela y vio
una serie de maletas ordenadas en la entrada. ¿A dónde se iban de viaje?, quizá
debería charlar con ellos acerca de los gastos extra y las deudas acumuladas,
no quería dejar de asistir toda una semana a la escuela con la intención de
trabajar a tiempo completo para pagar ese viaje.
—Oigan, si iban a salir de
viaje debieron decírmelo— reclamó mientras acercaba las sillas de la mesa para
poder hablar.
—Pero nosotros no nos vamos
de viaje, eres tú la que se va.
—Yo no iré a ninguna parte,
sólo debo tomar el transporte y listo, estaré en la escuela. El que me cambie
de instituto no significa que me deba ir de casa o que me vaya del otro lado
del mundo, sólo debo salir a la esquina y tomar el transporte que me llevará
hasta allá—dijo con calma mientras regresaba las sillas a su lugar.
Sus padres intercambiaron
una mirada difícil de descifrar y fue su padre quien salió corriendo por la
calculadora.
—Verás Nay, lo que gastarás
en un mes de transportes y comida serán de aproximadamente unos…—comenzó a
teclear los números en la calculadora y sonrió—…de unos 4,500 pesos, en cambio
hemos encontrado un departamento amueblado cerca de la escuela que cuesta alrededor
de 2,000 pesos y con la comida serían unos 3,000 mira—mostró su calculadora y
picó con el dedo la cantidad con tres ceros.
—Ok, como digan. Yo debo
irme a la escuela—cogió su bolso con una libretita y un lapicero y se fue
caminando.
El camino se le hizo más
largo de lo habitual, aunque realmente había tardado lo mismo. Pero, caminar
como si fuera un día más y caminar hacia tu último día con tus amigos tenían
demasiada diferencia uno del otro. Abrazó con nostalgia el bolso y apresuró el
paso. Su cabello recogido en una perfecta cola de caballo ondeaba con el viento
y sus mejillas se sonrosaban conforme avanzaba.
Cuando por fin llegó a su
salón y abrió la puerta una lluvia de serpentinas y confeti la atacaron para
abrir paso a sus amigas con una enorme bolsa negra repleta de regalos.
— ¿Qué…qué demonios es todo
esto? —preguntó confundida y molesta.
—Tu fiesta de despedida,
nos enteramos porque tu madre nos avisó y quisimos hacer algo por ti.
Nahyra no sabía si reír y
agradecer o llorar, así que hizo ambas al mismo tiempo y tomó la bolsa de
regalos para inspeccionar las cajas de diferentes tamaños y distintos
envoltorios. Osos, corazones, notas musicales, papel metálico, moños, todo,
todas las cosas que a ella le gustaban estaban envolviendo los regalos.
Se quedó sin palabras y
tuvo que cubrir su boca tratando de retomar el ritmo de su respiración.
—Muchas gracias a todos, no
se hubieran tomado la molestia pero es agradable. Saber que a todos ustedes les
he agradado y que ustedes a mí es el más grande recuerdo que me llevo de
ustedes y siento no poder verlos de nuevo.
Todos se quedaron en
silencio observándola de manera seria. ¿Acaso había hecho algo mal? Y si así
era no sabía qué ni por qué de la nada todos se quedaron quietos y el murmullo
cesó.
—No exageres, te seguiremos
visitando—clamó su amiga mientras se acercaba a ella para tomarle las manos y
entonces Nahyra calló en la cuenta de que no sabían nada acerca del cambio de
casa y bueno, ella tampoco se había enterado hasta hoy en la mañana.
—La verdad es que dudo que
puedan visitarme tanto como esperan. La verdad es que no sólo me cambiaré de
escuela, también me cambiaré de casa—murmuró y todos callaron nuevamente.
Ella comenzó a sacudir los
hombros y se cubrió el rostro.
Había estado evitando el
llanto desde la llegada de la carta y justo ahora se hacía presente, y en
público. Recogió la bolsa de regalos con la bolsa que había llevado en la
mañana y salió corriendo hacia los casilleros para poder llorar tranquila y así
guardar todas las cosas que estaban dentro de éste.
Fotografías, hojas,
recuerdos, todo, absolutamente todo lo arrancó de las paredes y lo arrojó a la
basura. No tenía caso guardar esas tonterías. No cuando jamás volverías a
disfrutar de esos momentos junto a tus verdaderos amigos.
Sorbió su nariz y continuó
su camino hacia la salida.
El último día portando el
uniforme color vino de todas las escuelas públicas, su ultimo día viviendo con
su familia, su último día en su trabajo. Todo, absolutamente todo llegaba a su
fin. Caminó y caminó por mucho tiempo hasta que sus pies reclamaron un descanso
y se subió a una banca que encontró en el parque. Seguía llorando y gimoteando
aunque estuviera a más de tres kilómetros lejos de sus problemas y recuerdos.
— ¿Qué le pasa señorita?
—preguntó una voz melodiosa.
Alzó la vista para reparar
en la mirada de preocupación que tenía un joven sobre ella. Sus ojos eran de un
azul tan extraño que casi parecían de un tono violáceo y esas gruesas y
hermosas pestañas. Se le hizo familiar, no sabía de dónde, pero era alguien a
quien ya había visto.
— ¿Te conozco? —preguntó
tímidamente y se enderezó. Él le extendió un suave pañuelo para que se limpiara
después de tanto llanto y le dio la mano para ayudarle a levantarse—. Oye he
preguntado algo.
Dariel sonrió complacido
porque ella no lo reconociera y estuvo a punto de soltar una carcajada, pero
resistió.
—Probablemente, la verdad
muchas personas me conocen—dijo en un tono divertido mientras seguía sonriendo.
— ¿Acaso eres un actor, no,
un cantante o quizá el chico del clima de algún noticiero? —entrecerró sus ojos
y observó atentamente al chico en cuestión.
Que tonta, no podía darse
cuenta de quién era la persona con la que estaba hablando, ni siquiera se daba
cuenta de que su uniforme tenía el escudo del reino ¿qué no era obvio?, creía
que todos en Kouba lo conocían y bueno, no era por sentirse tan especial ni
maravilloso, pero él era inconfundible, ¿cómo es que ella no lo había notado?
—No soy nada de eso pero no
importa ahora; lo importante es que te lleve a tu escuela porque pareces tener
un uniforme y el estar fuera a estas horas sería riesgoso y más si estás sola—la
cogió de la mano y tiró de ella para llevarla a una escuela cercana a la plaza.
Trató de meterla en algún salón hasta
que ella le informó que su escuela estaba lejos de ahí.
Siguieron caminando hasta
que mejor la llevó hasta su casa. Una calle que tenía casas que se veían viejas
y descuidadas. Donde cada tres pasos había alguien pidiendo limosna. Nahyra
sacó su cartera y depositó algunas monedas en un trastecito que una mujer
alargó hasta ella.
Dariel se quedó
sorprendido. Si ella vivía en aquel lugar significaba que no tenía mucho dinero
y aun así compartía lo poco que tenía con alguien que seguramente era más pobre
que ella.
Continuaron su camino hasta
que dieron con su dirección.
—Todo un placer conocerte…
—Dariel
Cosustta—complementó él con una risita burlesca al ver su expresión de
sorpresa—. El gusto es mío…
—Nahyra Venturi—dijo
avergonzada mientras agachaba la mirada.
Él se dio la media vuelta y
corrió. La había visto, la había visto y estado con la futura transferida por
la beca del concurso. A la estúpida chica que rechazó la oferta de estudiar
dentro del palacio. Soltó una maldición y sacó su móvil para marcarle al chofer
de la familia real para que lo recogiera en la dirección done se encontraba.
Una chica pobre, perdió
ante una chica pobre que recibía una educación tan común, igual que la
educación de un plebeyo y aun así pudo derrotarlo —realmente todos lo
derrotaron pero él sólo se fijó en el primer lugar—. Se sentía humillado al
haber ayudado a esa chica que lloraba en un parque.
¿Por qué lloraba?, la duda
asaltó a su mente en cuanto detuvo su carrera. No, no le preocupaba el hecho de
que llorara, le preocupaba el hecho de que ella estuviera en su misma clase y
peor aún, que gozara del dinero de la familia real para pagarle los estudios.
Eso sí que era molesto
Llegó hasta el palacio y
entró angustiado abriendo de par en par la puerta y llamando la atención de la
servidumbre que llevaba toallas, ropa sucia, ropa limpia, charolas y escobas
justo en ese momento.
— ¡Joven príncipe!, usted
debería estar justo ahora en la clase de canto ¿qué hace aquí en palacio si su
presencia no ha sido requerida? —exclamó una de las criadas que sacudía las
enormes cortinas del salón principal.
—Es injusto que me corran—el
príncipe hizo un puchero infantil y se dejó caer en el sofá-cama que estaba
cerca de la criada. Necesitaba desahogarse por un momento con alguien que no
fuera su padre—. Verás, acabo de encontrar
la razón de mi desgracia y no sé qué hacer, incluso la acompañé hasta su
casa y charlé con ella.
— ¿Ella?, entonces ha
conocido a la señorita Venturi.
—No, a Nahyra.
—Por eso príncipe, Nahyra
Venturi—musitó la sirvienta corroborando así, que el príncipe no era la persona
más inteligente del universo. Tal y como las cocineras habían informado.
Él se quedó callado
mientras lamentaba el inicio de su día, acababa de conocer a su peor enemigo en
la faz de la tierra y debía comenzar a tomar clases con ella a partir de mañana.
Así que se tomaría un día de descanso para poder digerir tanta información.
«Pero ella es pobre» pensó mientras se retorcía sobre el sillón para
acomodarse, «sería bueno para ella asistir ahí»
— ¡No! — Gritó asustado mientras
se levantaba de golpe y golpeaba uno de los cojines—. Ella no puede estudiar en
el mismo colegio que yo—gritó decidido mientras un brillo deslumbrante
iluminaba sus ojos y dejaba perplejo a todo el personal de servicio que pasaba
justo por ahí.
—Señor—interrumpió una de las
personas que barría el gran salón—. Me temo que aquí no puede venir y gritarnos
como se le antoje—tomó una escoba y golpeó la punta de sus pies furiosa.
—Joven príncipe—intervino
la chica encargada de las cortinas—, pero si piensa arruinar la estadía de esa
mujer en su escuela me temo que se verá obligado a dedicarle demasiado tiempo
de su día, lo cual indicaría que realmente le importa.
—O tal vez significa que me
tomo la molestia de alejarla de mí porque no me importa.
Y con ese gran ánimo se
levantó del sofá y salió del palacio.
La servidumbre que
presenció todo ese acto ya se había dado cuenta de todo lo que estaba mal con
su príncipe, pero esperarían a que lo descubriera por él mismo.
Nahyra inició su turno en
el trabajo dentro de la biblioteca pública ordenando todos los libros que se
habían quedado dentro de los cestos en el turno matutino. “Fantasía”, “infantil”,
“misterio”…fue recorriendo pasillo por pasillo y letra por letra para poner los
libros.
—Disculpa Nay ¿ha llegado
el libro de Blanca nieves? —preguntó una pequeña pelirroja a la cual le hacía
falta uno de los dos dientes frontales.
—Lo siento Gema, pero me
temo que Raquel lo ha pedido prestado y no tiene ánimos de devolverlo, te
prometo que en cuanto regrese tu libro lo apartaré en un lugar especial sólo
para ti—le dio un golpecito en la nariz con el dedo índice y corrió de regreso
al pasillo de la literatura infantil para coger otro libro de princesas que
pudiera agradarle.
Sí, la sirenita—el cuento
adaptado—sería perfecto para ella. Jamás se le ocurriría arruinar la infancia
de esa pequeña mostrándole el cuento de Cristian Andersen.
—Ten, aquí tengo uno que te
encantará, es mi favorito—dijo esto último a modo de secreto mientras la
pequeña se aferraba al libro y algunas páginas se maltrataban de las orillas—.
Espero que lo cuides porque tienes una semana para devolverlo—aunque estaba
segura que en tres días volvería a verla para que preguntara de nuevo por su
preciado libro de los siete enanos.
—Oye Becka, llama a la casa
de Raquel porque debe entregarnos un libro desde hace una semana—gritó mientras
acomodaba el último libro en la zona de terror.
De inmediato se puso a
ordenar el área de la tienda y de los recuerdos y regalos, necesitaba dejar
todo en orden antes de irse para poder darle la noticia a la bibliotecaria y a
Becka, necesitaba saber su horario para repartir el tiempo entre sus tareas, la
escuela y su trabajo.
Antes, todo eso ya estaba
arreglado. Entraba a las siete de la mañana y salía diez minutos antes de las
dos de la tarde, corría a cambiarse el uniforme en su casa y salía para llegar
a la biblioteca y trabajar ahí hasta las ocho de la noche, que era cuando se
cerraba para poder hacer su tarea en el tiempo restante. Y no sacrificaría ese
horario por una simple escuela de artes.
— ¿En qué piensas Nay? —preguntó
Becka una vez que el último lector se retiró de la biblioteca.
—En mi traslado Becka, me
cambiaré de casa yo sola, sin mis padres, ¿puedes creerlo?
—Yo sólo escuché por la
radio que serías transferida al mismo colegio que el príncipe Dariel, pero no
sabía lo de la casa.
— ¿La radio?
—Sí, Kouba es un país en
pleno desarrollo y me temo que las noticias que tengan que ver con la realeza
se hacen saber como si fueran la octava maravilla—musitó Becka con cierto aire
de fstidio.
—Ya veo, pero bueno como te
decía, mi papá ya hasta hizo los cálculos para demostrarme que todo saldría más
barato si me mudaba.
— ¿O sea que ya no
trabajarás por aquí?
— ¡Claro que sí!, así deba
de tomar un avión para venir hasta la biblioteca lo haré, este es algo más que
un trabajo para mi Becka. Me sería imposible dejarlo pero tendré que hacerlo
por un mes, usaré todas mis vacaciones para eso y juro que no volveré a faltar—le
entregó las llaves a su amiga y Nahyra se fue directo a casa en el colectivo de
las 8:15 pm.
Llegó cansada y sin ánimos
de hablar con sus padres, ellos ya se habían tomado la molestia de ir a dejar
todas sus cosas a su nueva casa y lo único que permanecía en su habitación era
la cama con los postes abarrotados de pegotes de diferentes cosas que a veces
salían como promoción en algún producto que compraba con su mamá en el super.
El príncipe, esta mañana el
príncipe estúpido la escoltó hasta su casa mientras la tomaba de la mano. No
pudo evitar sonrojarse ante el recuerdo y cubrió su rostro con una almohada
maldiciendo su ingenuidad y torpeza ante él.
—Hija, ya nos vamos—alertó
su padre mientras tomaba un de las últimas maletas y dejaba la casa—, a partir
de hoy dormirás en esa casa y nosotros te iremos a visitar cuando podamos.
Ella recibió un papel con
la dirección de su nuevo hogar y se montó en un taxi para que le mostrara el
camino, ya le daría tiempo de ir a explorar en su nueva colonia y hacerse de
amigos. Lo que ahora necesitaba era averiguar qué ruta del colectivo la llevaba
hacia la biblioteca pública.
La dejaron frente a un
enorme portón blanco que impresionaría a cualquiera que se posara frente a él,
incluso ella tuvo que revisar el número exterior para verificar que realmente
esa fuera su nueva casa. Introdujo la llave en la cerradura y ésta se abrió
para revelar un enorme departamento amueblado que sería el sueño de cualquier
solterona millonaria.
Su propio departamento, por
fin podría tener su independencia además de poder tener dinero para sus gastos.
Era obvio que no le iba a pedir a sus padres otra cosa que no fuera el dinero
de la renta porque la beca cubría los gastos de la escuela y ella, con su
trabajo, se encargaría de cubrir sus propios gastos.
Sacó su computadora
portátil e ingresó a un mapa donde introdujo la dirección de su nuevo colegio y
la suya, así podría verificar cuánto tiempo tardaría en llegar caminando. “5
minutos” decían las letras rojas. Salió para comprobarlo y en efecto, sólo
debía doblar hacia la derecha en una esquina y ahí estaba, el colegio era su
vecino.
Regresó a su departamento y
se acomodó en su recámara para comenzar a ordenar todo, pero es que todo ya
estaba en su lugar y no hacía falta que limpiara o acomodara algo. Todo se
había hecho ya en esa casa.
Revisó el teléfono de la
casa y les marcó a sus padres para avisarles que había llegado bien y agradecer
el detalle de acomodar todo mientras ella trabajaba.
Estaba a punto de agradecer
cuando una mujer de baja estatura y de cuerpo relleno salió de lo que era la
cocina y le ofreció unas galletas de bienvenida.
—Muchas gracias, usted debe
ser la dueña de la casa—dijo de inmediato Nahyra mientras le tendía la mano
para saludarla.
Aquella señora soltó una
carcajada y se sobó el estómago.
—No señorita, soy una de
las sirvientas de la familia real y se me ha encomendado que cuide de usted
mientras siga asistiendo al Special Art College en compañía del príncipe.
Nahyra se quedó sin
palabras y estuvo a punto de desmayarse.
—Muchas gracias pero no
necesito de sus servicios.
—Dígaselo al rey, él mismo
me dio la orden, quizá pueda convencerlo de que me deje regresar a palacio para
volver a mis actividades normales con las demás sirvientas.
— ¿Qué ellos no pueden
hacer las cosas solos?
—El rey está lo
suficientemente ocupado como para detenerse siquiera a quitarle el polvo a su
escritorio, pero el príncipe es algo especial— «por no llamarlo torpe» se dijo
y regresó con su bandeja de galletas a la cocina—, de todas formas espero que
mañana pueda resolver todas las cosas antes de irse al colegio. Le recuerdo que
sus clases comienzan mañana y en la oficina del director le darán su horario,
uniforme y útiles escolares—hizo una reverencia y se fue a un pequeño cuarto
que estaba a un lado de la cocina.
Exploró el departamento y
en la mesa del comedor, justo a un lado de un cesto con frutas falsas, se
encontraba una nota con las iniciales de la familia real. Decidió dejarla donde
la encontró para leerla en cuanto se levantara mañana por la mañana.
La sirvienta comenzó su día
ordenando los trastecillos de plástico que le habían mandado ayer para que
Nahyra pudiera llevar un almuerzo decente al colegio en su primer día.
Seleccionó uno en forma de manzana y lo relleno con rodajas de pepino con limón
y sal. Un almuerzo ligero porque no pasaría mucho tiempo dentro de la escuela.
Subió a la habitación de la
nueva estudiante y tocó un par de veces hasta que por fin logró despertarla, de
inmediato la llevó hasta la bañera y se encargó de acomodar la habitación de
Nay con la intención de que todo quedara limpio para cuando ella regresara.
Nahyra desayunó todo lo que
la sirvienta preparó y tomó la lonchera floreada que estaba en la barra de la
cocina.
—Muchas gracias, el
desayuno estuvo esquicito—musitó mientras se retiraba con una sonrisa directo a
lo que de hoy en adelante sería su primer día en el Special Art College.
Se quedó observando el
portón enorme que se abría por secciones y pasó al interior, revisó su bolso y
hurgó en búsqueda del croquis que había guardado la noche anterior. El bolso se
había quedado en casa de sus padres con todas las cosas ahí dentro, ahora
tendría que pedir indicaciones para llegar a la dirección para que le dieran su
nuevo uniforme y así poder comenzar las clases dentro de unos hermosos salones
que por fuera parecían incluso más lujosos que su actual departamento.
Estuvo esperando a que
algún estudiante se apiadara de ella para mostrarle el camino correcto. Por lo
menos ahora ya sabía dónde encontrar los baños, el comedor y el teatro; pero el
tiempo para verse con el director se estaba acabando y no quería dar una mala
impresión en su primer día.
Cada vez que ella caminaba
y trataba de pedir indicaciones los estudiantes la miraban de arriba a abajo y
murmuraban duras críticas sobre su vestimenta, quizá en su antigua escuela no
le habría importado, pero ahora era diferente porque era la pobre en una
escuela rellena de niños ricos.
Dio la vuelta dispuesta a
retirarse mientras sentía cómo las lágrimas escocían detrás de sus párpados, no
soportaría ningún insulto más antes de ponerse a llorar de impotencia. Siguió
corriendo hasta que golpeó a alguien con el hombro y tuvo que detenerse a
ofrecer disculpas.
—En verdad lo siento, es
que estoy buscando la oficina del director para que me de mi uniforme y…
Por poco Dariel pasa por
alto la presencia de aquella chica que desvergonzadamente estaba dirigiéndose a
él como si fuera un chico más dentro de la institución. Tuvo que hacer acopio
de todo su esfuerzo para poder reconocer el rostro de su eterno rival de ojos
verdes que ahora llevaba unas prendas extrañas cubriendo su cuerpo.
Ese día se había arreglado
con una media coleta sujetada con dos trencitas, lo cual la hacía completamente
irreconocible, era como una especie de camuflaje femenino para atacarlo cuando
menos se lo esperara. Se quedó meditando si ayudarla o no, pero la lástima y su
“gran bondad” lo hicieron decidirse por obrar bien con aquella chica.
—Nahyra, sólo dirígete al
teatro y a mano derecha está la sala del director, aunque seguramente no sepas
cuál es el teatro…da igual sígueme—se puso a caminar hasta llegar a la
dirección.
— ¿Siempre tienes esta
clase de monólogos?
El príncipe se sintió
ofendido y dio la vuelta indignado.
—No puedo creerlo, ¿no
sabes lo que es un monólogo? —gritó Nay mientras lo señalaba con incredulidad.
—No tienes derecho a señalarme
ni a levantarme la voz…
—Aquí tú no eres un
príncipe, eres un estudiante como cualquier otro, incluso igual que yo.
—Claro que no, tú y yo
somos muy diferentes—picó el abdomen de Nahyra y se alejó con la mochila
colgando de lado.
Nahyra no le prestó mucha atención
ni le dio tanta importancia a esa discusión y se introdujo a la oficina del
director.
Lo primero que percibió al
entrar a la oficina fue la vitrina llena de trofeos de diversas cosas, todos
tenían un enorme “#1” grabado en ellos. No existía un trofeo de segundo lugar o
una medalla de “gracias por participar”, todas y cada una de las competencias
habían sido ganadas por los estudiantes de la Special Art School.
El director se acercó
sigilosamente colocándose detrás de Nay y le pegó el susto de su vida. La había
visto contemplando todos los premios dorados así que no dudó en gastarle una
broma para darle la bienvenida.
—Nahyra Venturi ¿no?, te
estaba esperando porque debo asistir a una reunión importante con el profesor
de música y no tengo demasiado tiempo para darte tu pequeño discurso de
inducción. Así que te será asignado un guía escolar para que te acostumbres a
la escuela en esta semana
»Puedes pasar con las
secretarias o con un consejero escolar para que te den tu horario, uniforme y
materiales escolares. Ahora mismo está en camino tu guía, quien te llevará a la
clase de actuación para que experimentes lo que es estudiar en el SAC.
El director se fue y sacó a
Nahyra para que se encontrara con una chica rubia de estatura baja y con un
pequeño morral colgando a un lado que le daba el aspecto de un enanito salido
de un cuento de hadas.
—Hola, soy Nahyra Venturi…
—Ya lo sé—farfulló molesta
y se fue caminando con la intención de que Nay comprendiera que debía seguirla—
¡date prisa! —gritó exasperada al ver que aquella chica seguía parada mirándola
con una mueca estúpida.
Nahyra la siguió
rápidamente hasta que llegaron a una especie de teatro pequeño donde todos se
encontraban vestidos como fenómenos de circo. Habían trapecistas, payasos, el
maestro de ceremonia, los elefantes…había todo un circo en ese diminuto
espacio.
Se quedó observando a todos
los actores y de vez en cuando soltaba alguna risita con un chiste contado por
uno de los payasos. Gritó de emoción y éxtasis cuando los trapecistas aparecieron
haciendo sus piruetas en el aire arriesgando su vida por eso. Disfrutó con la
hermosa interpretación de unas chicas que se envolvían en tela y bajaban y
subían de formas diferentes y hasta se olvidó de que esa era su clase de
actuación.
— ¡Hey muñeca, te
necesitamos en el escenario! —gritó el profesor haciéndole señas a Nahyra.
Ella se puso de pié de un
brinco y corrió escaleras abajo. La necesitaban, esa era su oportunidad para
descubrir su verdadero talento.
— ¿Para qué eres buena? — preguntó y Nay se detuvo en seco meditando su
respuesta.
El canto, era buena en eso
pero seguramente otras tres personas también lo eran, era buena con la
música…pero si todos estaban en una escuela de arte era de suponer que por lo
menos más de la mitad del grupo tocara ya alguno. No se le ocurría algo para lo
que fuera buena o por lo menos algo digo de considerarse una “habilidad” porque
era obvio que aguantar la respiración por casi un minuto no era una habilidad
que pudiera ser aprovechada.
—Necesito tu respuesta para
esta semana, si no me la das no podré incluirte en mi clase y daremos de baja
esta materia, quizá en el verano puedas recuperarla.
Ella asintió y salió
lentamente con la pregunta rondando por su cabeza “¿Para qué eres buena?” No lo
sabía, pero debía averiguar cuál era el talento que la distinguía de los demás.
—Tu siguiente clase es
música clásica, te llevaré a tu salón—murmuró la chica pequeña frunciendo el
ceño con “enojo” tatuado en el rostro.
Nahyra rechazó su ayuda y
corrió en busca de su salón. El 711C era el lugar donde debería tomar la clase,
pero volteara a donde volteara sólo encontraba el 400, 401 y así, pero ningún
700 que la orientara. Estuvo buscando el salón hasta que se topó con un chico de
cabello castaño, extremadamente alto y delgado, los ojos en un tono verdoso y
largos dedos, como los dedos de un pianista.
—Por favor ¿podrías decirme
dónde se encuentra el aula de música clásica? —preguntó nerviosamente mientras
picaba lentamente su brazo.
—Claro, vamos—le ofreció
una cálida y fresca sonrisa, le tendió la mano y se fueron tomados de las manos
hacia el salón correcto.
Por fin alguien se había
animado a ayudarla sin juzgar su vestimenta o hacer alusión al hecho de que
ella era pobre y estaba becada por el rey. Quizá no todas las personas ricas y
pomposas eran así de crueles, después de todo encontró a alguien que quizá sí
tenía el dinero para pagar la costosa colegiatura de esa escuela pero que no se
limitó a barrerla con la mirada mientras hacía comentarios de mal gusto como el
príncipe o como aquella joven minúscula que mascullaba entre dientes ciertos
insultos hirientes. La había ayudado e incluso la estaba guiando hasta el
salón.
—Que suerte tengo, también
tengo clase aquí—ambos abrieron la puerta y todas la miradas se desviaron a sus
manos entrelazadas.
— ¿Podemos pasar? —preguntó
Nay tímidamente mientras soltaba de forma lenta la mano de su acompañante.
—Adelante—indicó el
profesor y los os tomaron los asientos en la última hilera.
La clase continuó como una
clase normal en la escuela pública, «era como hablar de historia e incluso de
geografía, lo único extraño era que no todos sabían cosas sobre el renacimiento
o sobre la ubicación de un país sobre un mapa ¿acaso no les enseñaban esas
cosas en una escuela por la que pagaban una millonada?» Pensaba mientras
guardaba sus pocos útiles en la bolsa que le dieron las secretarias; cuando por
fin levantó la vista se dio cuenta de que nuevamente estaba sola y perdida.
Tardaría demasiado en acostumbrarse a su nuevo horario.
Antes en su escuela pública
las materias eran estadística, matemáticas, español, geografía…había de todo un
poco y ahora era actuación, danza, música, laboratorio de música, canto,
solfeo…todas eran orientadas al arte y no daban ninguna clase de conocimiento
general. Incluso el profesor la felicitó frente a todos por tener esa clase de
conocimientos “privilegiados”.
Caminó por todas partes sin
dar con su salón, hasta que a lo lejos observó una figura masculina igual a la
del chico que la ayudo. Corrió desesperada y se lanzó para tomarlo de la mano,
después de todo ya lo había hecho y esa persona le caía bien aunque ni siquiera
se habían dicho sus nombres.
—Hola, muchas gracias por
ayudarme—musitó y lo encaró para preguntarle su nombre.
Las palabras se atoraron en
su boca porque a quien sostenía de la mano no era al chico castaño. Era un
joven rubio con ojos azules que casi parecían morados al verlos contra la luz.
Era el príncipe, ¡estaba sosteniendo la mano del príncipe y él no hacía el intento
de alejarla!
—Katherine, hola, oye
necesito que me hagas un gran favor—al parecer el idiota no se había dado
cuenta de quién era y ella prefirió agachar la cabeza para evitar que
reconociera su rostro.
—Si—musitó quedamente.
—Hay una chica nueva, la
becada, necesito que te hagas amiga de ella para que no esté sola.
Nahyra se sonrojó tanto que
temió que su cara estallara. Las piernas le temblaban y las manos también.
—S…s…s—no podía decir algo
coherente ¿había algo más humillante?
— ¿Perdona Kate?, no te
entiendo—rozó su barbilla con los dedos y alzó el rostro de Nay para verla de
frente.
— ¡Suéltame! —espetó Nahyra
y salió corriendo hacia donde ella suponía que estaban los baños. Sin duda
alguna ese había sido el inicio del peor día de su vida y lo pero era que aún
le faltaban cuatro horas para salir de ahí.
Dariel estaba que no lo
creía, había sujetado la mano de esa campesina y había confundido a su mejor
amiga con ella. Debía ofrecerle disculpas a Kate una vez que la encontrara.
Ella era una futura actriz ¿cómo pudo confundirla con una plebeya?, pero era
obvio, tenían ciertos rasgos en común.
Ella llevaba las dos
trencitas sujetando el resto de su cabello cobrizo simulando una media coleta y
sus enormes y expresivos ojos verdes delataron que a quien menos esperaba ver
era a él.
Por fin había encontrado
algo con qué fastidiarla sin que él se viera perjudicado en el acto. No
soportaba su presencia. La respuesta era ayudarla en todo porque no lo
soportaba, no había mejor venganza que esa.
Soltando una risa malvada
fue a buscarla, deseaba ver ese rostro en un par de semanas. Una vez que por
fin se hubiera vuelto indispensable para ella.
Quizá debería mandarle
comida todos los días, comida con ingredientes finos cosechados por los
campesinos que araban la tierra en el palacio, o quizá le agradara más la
comida de algún restaurant caro al que nunca haya podido ir. Debía investigarla
más para poder realizar un buen trabajo con ese maravilloso plan.
Las clases terminaron y el
príncipe se quedó afuera de la escuela esperando a Nahyra Venturi. Estaba decidido
a arruinarle la estancia en el Special Art College así costara lo que costara,
y si sacrificar un poco de su tiempo significaba arruinar el camino hasta su
casa, seguro que lo haría.
La pudo ver a lo lejos
hablando con una chica semi pelirroja, su cabello era de cierto tono anaranjado
cuando le daba la luz, pero la cabellera cobriza de Nahyra sobresalía aun más
entre la multitud.
— ¡Venturi, Venturi! —gritó
Dariel dando saltos para que lograra verlo entre todas las personas que pasaban
corriendo, hablando o riendo de un lado para otro.
—Wow, te está hablando el
príncipe Nahyra, hasta salta para reconocerte—se burló Iris.
—Ay no, vamos por aquí—tomó
del brazo a Iris y salió corriendo hacia una de las salidas traseras, no tenía
ganas de verlo.
Dariel observó cómo corría,
así que decidió correr detrás de ella—aunque podía esperarla en casa, pero
nunca se le ocurrió—, para evitar que escapara y se saliera con la suya.
Llegó hasta donde estaba
Nahyra y tiró de su cabello haciendo que callera y se raspara las piernas.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó
mientras le temblaban las manos.
—Si sangrar significa estar
bien, sí, he de estar de maravilla—musitó y revisó sus rodillas.
Una enorme herida se abría
paso en ambas piernas. Dariel estaba viendo y no pudo evitar sentirse culpable.
—Todo esto es mi
culpa—murmuró porque no sabía cómo pedir disculpas.
— ¡Claro que es tu culpa!,
si creías que te diría que no, estás muy equivocado, eres el único culpable de
que mi pierna esté sangrando—señaló su rodilla batida en sangre y el príncipe
la tomó en brazos sin darle tiempo de reaccionar y echó a correr hacia la
dirección opuesta en busca de ayuda.
—Disculpa, te llevaré con
el médico del palacio—se montaron en una limusina y fueron trasladados hasta el
palacio— ¡Por favor, alguien lleve a esta chica con el médico! —gritó y dejó a
Nahyra en un sillón con un cojín debajo de las piernas para evitar que manchara
la fina tela del mismo.
De inmediato un par de
señoritas bajaron corriendo y se la llevaron a una serie de puertas hasta que
encontraron la indicada.
Dariel tenía ganas de ir
con ella pero sería ridículo y molesto el hecho de acompañarla cuando fue él
mismo quien causó el accidente.
— ¿Qué es todo este
alboroto príncipe Dariel?, te he dicho que hoy tendría una reunión muy
importante con los Secretarios de Estado y tu comienzas a alborotar todo el
salón—inició su padre mientras le llamaba la atención desde el tope de las
escaleras que iban directo a su despacho.
—Lo siento, he traído a
Venturi…a la chica becada a casa, creo que se encuentra grave—murmuró
avergonzado mientras pasaba su mano por el cabello en un acto de desesperación
e incomodidad. Nunca le había hablado de alguna chica que estuviera en casa a
su padre, y ahora no le apetecía dar más explicaciones que las necesarias.
—Espero que se recupere en
cuanto termine la reunión, porque necesitaba verla, te me has adelantado—sonrió
con satisfacción y se introdujo en su habitación nuevamente.
Ahora sí estaba perdido.
Había lastimado a una mujer, su padre sabía del accidente y peor aún, el rey quería
hablar con Nahyra sin su presencia.
Nahyra luchaba contra el
médico para que no le aplicara el alcohol en las rodillas y en un acto de
desesperación lo golpeó en la entrepierna haciendo que éste se doblara y
saliera del pequeño consultorio solicitando ayuda. Tardaron un par de minutos
en llegar sus asistentes, aunque entre ellos estaba Dariel Cosustta pero
prefirió ignorarlo.
El médico se acercó
nuevamente con los algodones remojados en ese líquido desinfectante y se acercó
peligrosamente a ella.
—No quiero, no
quiero—exclamaba y se retorcía para evitar el contacto con el algodón—, me va a
arder.
—Déjenla, yo me
encargo—ordenó Dariel logrando que todos giraran a verlo y le dirigieran una
mirada de complicidad.
—Como ordene su majestad—reverenció
el médico junto con sus ayudantes y todos salieron para dejarlos solos.
Dariel tomó los algodones
que habían estado ya en el suelo y los acercó hacia Nay.
— ¿Acaso quieres que me
enferme?, esas cosas estaban en el suelo, ya no sirven—dijo Nahyra molesta
mientras observaba con cautela cada movimiento del príncipe. Él no le iba a
poner ni un solo dedo encima.
Dariel buscó una bolsa con
aplicadores de punta absorbente y los sumergió en el alcohol. Se acercó a
Nahyra y esquivó cada golpe arrojado por ella.
—Eres muy fuerte y rápida,
deberías utilizar tu fuerza para alguna actividad física. Jamás serías buena
para la música—murmuró Dariel tratando de distraer a Nahyra para aplicarle el
líquido en la herida. Y estaba funcionando.
Nahyra soltó un grito de
dolor mientras sacudía la pierna para que Dariel la liberara. El sentir ese
líquido quemando en su piel la hacía soltar algunas lágrimas de dolor.
—No seas infantil, todos
nos hemos raspado las rodillas alguna vez.
— ¿Raspar?, por poco creí
que necesitaría algunos puntos ¿en qué diablos estabas pensando cuando tiraste
de mi cabello?
—Necesitaba traerte al
palacio para que mi padre hablara contigo—mintió y terminó de vendar ambas
heridas, se agachó un poco hasta estar a la altura de la herida y besó ambas
rodillas en un acto de paternidad.
— ¡¿Qué haces?! —exclamó
Nahyra poniéndose más roja que la sangre en los algodones y más nerviosa que
nunca, ¿cómo se había atrevió a besarle las rodillas?, el hecho de haberle
permitido que la curara no significaba que debía hacer eso.
—Creí que eso… ¡NO! —gritó
haciendo eco en el palacio y alarmando a los sirvientes.
— ¿Qué sucede? —interrumpió
diciendo uno de los ayudantes que había visto ahí dentro.
—Dile a ella que se aleje
de mí, llévatela con mi padre—ordenó Dariel de inmediato y huyo de la
habitación con el corazón agitado y las piernas temblando.
¿Ahora cómo la haría sufrir
después de eso? Era obvio que jamás en su vida se le volvería a acercar y
sinceramente esperaba que ella no lo intentara.
Nay subió hasta la oficina
del rey donde fue recibida por las miradas de todos los secretarios haciéndola
sentir incómoda.
—Adelante, te estaba
esperando—se volteó para hablar con los demás hombres y agregó—: Permítanme un
par de minutos.
Ambos salieron y la llevó a
otra habitación donde sólo estaba una bandera de Kouba detrás de una enorme
vitrina de cristal y un escritorio de madera fina teñido de rojo.
—Mire señorita Venturi,
usted es la única persona que conozco que se ha codeado con la elite de Kouba y
con la realeza de la misma, además de que me han informado que hoy usted ha
destacado por su conocimiento en distintas áreas fuera del arte.
»Es por eso que le pido por
favor que lea la nota que fue dejada en su mesa y me diga su opinión acerca de
eso, muchas gracias por su atención.
Le ofreció la mano y Nahyra
la estrechó como si acabaran de cerrar un trato.
—Me debo ir a casa…—musitó
Nahyra tímidamente.
—No te preocupes, una
limusina te llevará.
Fue a esperar donde le
indicaron hasta que por fin pudo subir a ella y la dejaron en casa. Por fin
estaba sana y salva fuera del palacio y tan siquiera con una sirvienta con la
que podría platicar.
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