Mi patética vida comenzó con un accidente, no uno bueno como el de las películas románticas, fue un accidente automovilístico.
Cuando por fin tuve lugar
redactando artículos en una revista de asesoría fiscal, conocí a Frank, mi
querido camarógrafo.
Frank me acompañaba a las
conferencias o a las charlas del presidente o consejeros, o a cualquier otra
cuestión que necesitara de nuestra presencia.
A mis veinte años había escrito
más de cien cartas anónimas felicitando la maravillosa fotografía de ese chico
y bueno, era el momento de entregarle una carta personalmente.
El sobre blanco tenía mi nombre y
abajo, en la esquina inferior derecha, justo donde cubría mi dedo pulgar cuando
lo sujetaba. Ahí estaban escritas sus iniciales “N.F.” sí, Nadege Frank.
Hoy por fin le diría todo lo que
siento por él, saldría del anonimato y entonces le haría frente al futuro con o
sin Frank. Pero el destino jamás estuvo a mi favor.
Escucho el rechinar de unas
llantas contra el asfalto y veo a un Mercedes Benz que va a impactar contra
mí…y me paralizo, no puedo moverme y me quedo pasmada justo en medio de la
calle mientras los transeúntes me observan. Trato de avanzar pero un Smart
blanco sale volando contra el Mercedes y alguien se abalanza sobre mí.
— ¿Te encuentras bien? —Pregunta,
pero no logro responder.
Su voz aterciopelada y su perfil
tan masculino me tienen anonadada, incluso más que el accidente que se está
viviendo en la carretera.
—Oye, reacciona—me dio unas
palmaditas en las mejillas y mi cabeza cayó hacia un costado—. Reacciona, por
Dios que voy tarde a una importante reunión…mira, ¿ves estos billetes verdes?,
corre a comprar algo y recupérate—me dio un beso en la frente y me depositó
contra la fría y dura acera.
Cuando reaccioné me levanté del
suelo y los billetes volaron con el viento.
La junta, la junta sería hoy y debía
asistir para cubrir a los que faltarían en su turno…pero el accidente, debía
ofrecer disculpas a los agraviados y hacerme cargo de sus gastos médicos pero
no había tiempo.
Corrí en busca de un taxi pero no
pasaban por el tremendo accidente, así que tuve que correr con todo y tacones
para llegar a tiempo. En fin, llegué con una maraña de cabello sobre mi cabeza,
como si dos gatos rabiosos hubiesen peleado ahí arriba; mi traje estaba con manchas
de tierra y lodo y mis zapatos se encontraban en un estado aun peor.
—Daphne, te esperan en la sala de
juntas—me dijo mi asistente en cuanto pasé por mi cubículo.
—Gracias, subo enseguida—antes de
subir las escaleras ella me detuvo y me llevó hacia los baños.
Abrió su bolso y sacó un cepillo,
me dio un pantalón de mezclilla y una blusa blanca algo ajustada. Comenzó a
cepillar mi cabello mientras yo me cambiaba la ropa, los zapatos podrían
esperar, pero el resto de mí no, si tenía que ascender por ese elevador para
ver a todos mis superiores lo haría bien y demostraría que no por ser joven
debo ser incapaz de hacer bien mi trabajo.
—Daphne, date la vuelta—me
escaneó de arriba abajo y asintió en muestra de aceptación—. Luces fenomenal,
ve por ellos.
Y así lo hice, subí por el
elevador y abrí la puerta haciendo mi entrada triunfal, todos se giraron hacia
la entrada y entré más que avergonzada a tomar mi lugar.
—Después de esta breve
interrupción patrocinada por Daphne Miller, les presentamos al nuevo director General
de la revista “The way”, Nathan Fara.
Mi revista, mi amada revista que
tanto había protegido y por la que me costó una vida el entrar a trabajar aquí
tenía nuevo dueño.
Seguramente sería un ex juez o
quizá un doctor en derecho graduado en Harvard, de esos ancianos que llegan a
imponer su mandato sobre los simples mortales, mientras nosotros nos burlamos
de su obvia calvicie.
—Muchas gracias por asistir, he
solicitado la presencia de tres de nuestros columnistas por una simple razón
que me gustaría tratar a solas con ellos.
Me quedé estupefacta y con la
boca abierta observando a mi nuevo jefe. ¿Por qué él?, somos más de un maldito
y jodido millón de habitantes en todo el mundo y debía ser justamente él.
—Por favor John y Mary, quédense
un momento. Miller, la espero en mi oficina, que su asistente la guíe por
favor—alzó un sobre y lo batió en el aire hacia mi dirección.
Mi sobre, la carta que le
entregaría a mi fotógrafo ¡no!, ¿por qué él la tenía en su poder? Ahora mismo
podrían estar ahí dentro dándose un festín mientras se burlaban abiertamente de
mis sentimientos. Que patético. Patético Mercedes, patético cambio de jefe y
patética yo.
Fui a donde me indicaron y una
señorita me abrió la puerta para entrar a su elegantísima oficina.
Los muebles de cedro relucían por
todas partes, en estantes, en sillas, en su escritorio, en los marcos de una
ventana exclusiva que tenía vista hacia un enorme bosque que crecía en las
orillas de la enorme ciudad y en una escultura que estaba sobre su escritorio.
Tardé más de diez minutos en encontrarle forma a su escultura y cuando lo hice,
lo que vi fue un gatito con uno de esos mazos que usan los jueces.
Estaba a punto de tocar la nariz
del extraño felino que parecía uno de esos orificios porta lápices cuando la
puerta se abrió con un ruido demasiado fuerte que hizo que mi corazón saltara y
que pegara un brinco desde el frente del escritorio hasta uno de los libreros
empotrados en la pared derecha. Haciendo que mi codo impactara con la orilla
del mueble y que un par de libros se cayeran de él.
—Lo siento señorita Miller, no
fue mi intención asustarla—murmuró mi nuevo jefe mientras se daba la vuelta
para poder cerrar su puerta y se agachaba para levantar los libros que yo había
derribado—. Deseo hablar con usted.
Rodeó el gran escritorio y tomó
asiento en el suave y felpudo sillón rojizo. Depositó los libros dentro de un
cajón de su escritorio y comenzó a observar todo en su oficina.
—Vamos, tome asiento—me señaló
con un ademán la silla que estaba frente a mí y tímidamente me senté frente a
él.
Si existiera una forma de
torturar a una mujer creo que sería esta. Enfrentarla a su peor y más grande
temor. Un hombre molesto.
—Verá, esta mañana creo que usted
y yo tuvimos un inicio demasiado brusco ¿sabe?, hubiese deseado que las cosas
fueran de otra forma pero no será posible regresar el tiempo.
—Si debo pagar por la compostura
de su auto lo haré, el Smart quedó deshecho y pienso hacerme cargo de los
gastos…
—No, no hablo de los gastos de un
automóvil viejo, hablo de esta carta. Me he tomado la molestia de leerla ya que
tenía mis iniciales y tu nombre estaba escrito sobre ella. Odié tu falta de
profesionalismo Daphne Miller, además de que esta carta tiene un sinnúmero de
errores ortográficos que dan vergüenza citar. La verdad es que no creí que
conocieras algo acerca de mi trabajo o de mis gustos.
—Un momento, realmente no conozco
nada de ti, ni siquiera te había visto antes del accidente—externé poniendo
cierto gesto de desagrado.
Pudo haberme dicho cualquier cosa
e incluso pudo haberme gritado por haber estropeado su auto, pero no podía
insinuar que tenía cierta obsesión con él. Sí, el hombre en cuestión era
demasiado sexy como para no obsesionarse. Pero no lo conocía y no pensaba
hacerlo ahora que sabía que él era mi nuevo jefe.
—No podría negarlo después de lo
que ha dicho de mis fotografías.
—Pero usted no…
—Sí, tomo fotografías de
diferentes cosas en mi tiempo libre y es demasiado lindo de su parte este
detalle de hacerme una carta diciendo lo maravilloso que le parece mi trabajo.
Ya me habían llegado demasiados e-mails diciéndolo, pero nadie se había
atrevido a confesarse de esta forma.
— ¡¿Acaso no entiende?! —estallé
azotando ambas manos en su escritorio y tomando impulso con ellas para
levantarme—. La carta no era para usted, vea esas iniciales de ahí, son de mi
amigo y no de usted.
Si pasaba un minuto más en esta
oficina seguramente le soltaría una bofetada bien puesta para que dejara de
creerse la persona más importante en el planeta. Y mi amigo sí lo era, por dos
sencillas razones: Porque él me había acompañado a todas partes y porque
siempre me cuida en cada lugar al que salimos juntos.
—Fingiremos que eso es cierto. De
todas formas tendré que enviarla a un curso de redacción si es que quiere conservar su trabajo ¿no le parece?,
espero que no le mencione a sus compañeros de trabajo este pequeño altercado y
por favor llámeme por mi nombre.
—Eso jamás lo haré y perdone,
pero debo volver al trabajo…
—No tan rápido—extendió el brazo
y me tomó por la muñeca para detener mi avance—. Te irás al curso y no volverás
a la redacción hasta que yo mismo te lo ordene.
— Pero tengo una jefa de
redacción que…
—Yo soy tu jefe inmediato ¿de
acuerdo?, así que abstente de estas tonterías y ve de inmediato a ver un curso
que te agrade, cuando lo encuentres ven y dímelo.
— ¿Podría darme mi carta? —exigí
mientras estiraba la mano para arrebatarla.
—No, la conservaré, y en caso de
que fuera para tu amigo deberías decirlo de frente porque cualquiera te
rechazaría con esa terrible letra—metió la carta en uno de sus cajones y me
abrió la puerta para que saliera—. Avísame de verdad cuando encuentres algún
curso que te guste.
—Disculpe la pregunta, ¿cuántos
años tiene?
—Veinticuatro, ¿por qué?
—No, na…nada—salí y cerré la
puerta.
Bajé corriendo por las escaleras
y llegué hasta mi cubículo para buscar en la laptop un curso de redacción
costoso, uno que lastimara a su queridísima revista para que viera que él no
podía darme órdenes así como así, un joven de veinticuatro años no debe ni
puede darme órdenes. No mientras yo no cumpla los veintiséis y esté casada con
el amor de mi vida. Con Frank. Y hasta ese entonces será como una persona mayor
me podrá decir qué debo hacer.
Cuando comencé a teclear en busca
de un cursillo bueno y de preferencia fuera de su alcance, me interrumpió mi
asistente.
—Daph, te habla el nuevo jefe—me
levanté con pereza y pasé a un costado; entonces ella susurró—: Él es realmente
sexy.
No, habría cualquier otra
denominación para él menos sexy. Sí, se que había dicho que él era sexy y algunas
otras cosas más, pero después de su arranque de furia y su verborrea de
soy-mejor-que-tú no me quedaba duda alguna de que sólo era un ser común y
corriente al que me debía enfrentar ahora mismo.
Abrí la puerta y un aroma a
fragancia masculina con un toque de madera llegó hasta mí. Oh gloriosa madre
que ha parido a este ser masculino que se encuentra frente a mí.
Estaba cambiándose la camisa
cuando yo interrumpí y pude ver su abdomen marcado y su diminuta cintura, podía
jurar que medía lo mismo que la mía.
De inmediato se dio la vuelta y
se abrochó los botones como pudo, haciendo que quedaran disparejos, como si se
los hubiese abotonado un niño de preescolar.
—Siento mucho haber
interrumpido—inicié mientras me cubría el rostro con el flequillo para evitar
que notara mi sonrojo—. Pero usted me ha llamado.
—No se preocupe, le hablé para
encomendarle una tarea demasiado complicada, para empezar dime cómo me veo—se
dio una vuelta lenta y pude admirar cada centímetro de su cuerpo aun con la
ropa puesta.
—Yo…es que yo…no lo sé.
—Sea honesta conmigo, ¿me veo
bien? —y claro que lucía magnífico, pero a dónde pretendía llegar con esa clase
de preguntas tan atrevidas y surgidas de la nada.
—Sí, se ve demasiado bien,
excelente diría yo.
—Dime, ¿sabes algo de moda?
¿Moda?, esta pregunta era sobre
su ropa. Demonios y yo que estaba alterada por pensar en una palabra que no se
escuchara demasiado mal o mucho menos atrevida, deseaba decirle que era
deseable pero de forma sutil y delicada, no grotesca y vulgar.
—Escribo para una revista de
derecho y política, ¿le parece que debo saber de moda?
Si me respondía que por ser una
chica debería saber qué colores combinan o las colecciones de cualquier
diseñador, seguramente esta vez sí le plantaría la bofetada sin pensármelo dos veces
y todo por sus comentarios sexistas.
—Es verdad. Pero creí…por tu
vestimenta, que quizá sabrías algo de todo ese mundo, perdón si te he ofendido.
Me quedé observándolo sin decir
nada, este hombre tenía un serio problema y necesitaba arreglarlo de alguna
forma, no podía ir preguntando a todas las mujeres que se encontraba ese tipo
de cosas porque…no, simplemente no era correcto que un hombre fuera tan
confianzudo con una mujer.
—Disculpa…pe, disculpe, pero no
debería hacer ese tipo de preguntas a personas como yo.
—Te refieres a personas que no
saben nada de moda o a mujeres en general.
Wow, este hombre me trataba como
una más del montón y ni siquiera intentaba ocultarlo.
—No, a una persona que apenas
está entrando a la adultez.
— ¿Cuántos años tienes? —qué
pregunta más atrevida, no es que tuviera un complejo de la edad como muchas
mujeres, sino que simplemente muchos hombres se hubieran abstenido a hacer esa
pregunta por mera educación y él la soltaba sin preguntárselo dos veces.
—No debería responder, pero tengo
veinte y en un par de meses por fin cumpliré los veintiuno.
— ¿Por qué son tan importante los
veintiuno?
—Porque entonces podré enamorarme
sin sentirme culpable y cumpliré con mi plan de vida.
Podría ser patética mi respuesta,
pero la verdad era que sí tenía uno, donde mi realización profesional ocupaba
un alto rango, pero por sobre ella, pasando esa línea de lo verdaderamente
importante estaba “enamorarme”, ya lo estaba haciendo a los veinte, pero en
unos meses más por fin podría hacer que Frank se me declarara y decir un:
—Si—murmuré saliendo de mis
pensamientos de color de rosa.
¿Había pensado en voz alta?
—Entonces dígamelo.
—De…decir qué.
—El curso al que quiere ir. Le he
preguntado si ya sabía a cual y usted dijo que sí.
—Ya veo, sí, de hecho se
encuentra cerca de aquí.
—En ese caso la acompaño a
inscribirse, y de paso me sirve para que me muestre un poco los alrededores de
esta ciudad.
Guía turística, a eso me había
rebajado con el nuevo jefe. Si estuviera el anciano decrépito anterior, seguramente
estaría ahora mismo recibiendo órdenes de la encargada de redacción para que
hiciera alguna columna sobre el divorcio o cómo dar asesoría a las personas que
no saben nada sobre el derecho, incluso de algún dato curioso que haya pasado
este mes e incluso podría estar en una conferencia de “X” desconocido de la
universidad.
Llegamos hasta un amplio y enorme
edificio de cristal donde se impartiría el curso que debería pagarme la
revista.
—No te lo dije antes, pero el
curso cuesta cerca de mil dólares la clase y se imparte todos los lunes,
miércoles y viernes durante dos meses.
—El precio no es problema, de
todas formas yo tendré que pagarlo.
—No, la empresa tendrá que pagar
por él, no usted.
—El dinero que yo gano sale de
las ventas de la revista, así que si las ventas de esa pagarán su
curso…significa que el dinero saldrá de mi bolsillo.
No, me negaba a aceptar que él me
pagara el curso aun si él sabía que habían cientos que estaban más cerca y a un
precio mucho más bajo. Odiaba que un hombre pagara mis gastos, aunque era lindo
debo admitirlo, pero eso no significaba que debía aprovecharme de ello.
Entramos al enorme edificio y la
luz de ahí dentro me cegó por unos segundos, hasta que mi jefe tuvo que tirar
de mi mano para que avanzara y me inscribiera al curso.
—Perdone señorita—llamó a la
joven de la ventanilla—. Quiero inscribirme a un curso de redacción que se
impartirá en una semana, ¿aún hay cupo?
La mujer se quedó como idiota
observando a mi jefe, era obvio que debería seguir aguantando ese tipo de
reacciones mientras él estuviera conmigo.
—Claro, enseguida lo registro.
Tecleó en su computadora un par
de cosas y nos tendió el teclado.
—Listo, por favor llene el
registro.
Nathan me cedió un poco de
espacio para rellenar el formato electrónico y una vez que terminé, la señorita
me ofreció la hoja impresa con los datos para el depósito.
—Gracias, enseguida volvemos para
continuar con el registro.
Salimos de las oficinas y
caminamos hasta encontrar un banco donde él sacó su chequera e hizo el depósito inmediato mientras hablaba
con el señor que atendía de una forma muy animada. Ok, él podía mantener una
conversación tan informal como las que habíamos tenido y tan educada como
aquella con la señorita del cuso. Por lo menos era algo profesional.
Salimos del banco sin cruzar
palabra alguna y caminando rítmicamente—daba gracias al señor por no llevar
tacones tan altos—. Él se detuvo en un puesto de revistas y compró la
publicación de este mes, la hojeó mientras regresábamos al edificio de cristal.
— ¿Cuál es tu sección? —preguntó
de la nada.
—Esta vez me ha tocado reseñar el
foro de la madre soltera que ha impartido una universidad, creo que está en la
página treinta y dos.
Él hojeó de inmediato la revista
en busca de la reseña, y una vez que la encontró me hizo sentarme en la
banqueta a su lado hasta que él terminó de leer mi nota. Era de lo más molesto
tenerlo al lado criticando mi forma de redactar.
Cuando giré para ver su reacción
conforme leía mi nota pude ver su perfecto perfil, si un día debían sacarle una
fotografía debería ser desde este ángulo. Su fuerte mandíbula estaba
ensombrecida de un lado, sus ojos color verde estaban perfectamente iluminados
con el sol que daba de frente y unos mechones de cabello rebelde estaban sobre
su frente; de pronto su rígida expresión se relajó en cuanto terminó de leer mi
nota y sus labios se curvaron hacia arriba formando una sonrisa.
Entonces él abrió la boca para
decir algo y tuve que darme
una paliza mental para poder reaccionar.
—Perdona, ¿qué dijiste?
—Que escribes excelente, pero no
comprendo las faltas ortográficas de tu carta—de verdad se notaba una gran
incertidumbre en su rostro.
—No lo sé, la verdad hice esa
carta en la noche y supongo que no veía muy bien lo que escribía—a estas
alturas la carta ya no me importaba tanto como al principio.
—Ya veo, bueno vayamos a darte de
alta en el curso.
Nos levantamos de la acera y
continuamos el camino para poder registrarme y asistir al curso, por lo menos
no tendría que trabajar por unas horas y podría distraerme un rato en algo
completamente diferente a lo que estaba acostumbrada a hacer.
Entramos nuevamente al edificio y
de inmediato nos dejaron pasar para poder entregar todo lo necesario y que me
asignaran un salón de todo el edificio para tomar mi clase. Quería que fuera
uno de los pisos altos para poder entretenerme cuando me asomara por la
ventana, debía tener una distracción a como dé lugar.
Me sellaron un pase para el curso
y la señorita me entregó una libreta en blanco, un bolígrafo y un gafete con mi
nombre y todos mis datos. Como si yo fuera una niña de kínder en riesgo de
perderse.
—Señorita Miller, la primer clase
es mañana en el octavo piso en el salón 112 B.
La señorita me entregó todas las
cosas dentro de una bolsa con el logotipo de su empresa y nos retiramos para
poder continuar con nuestro día. O por lo menos eso era lo que yo iba a hacer.
Caminé con rumbo a las oficinas
cuando me di cuenta de que aquel tipo detestable ya no estaba siguiéndome,
había perdido a mi jefe en tanta multitud y ni siquiera me preocupaba por
regresar por él.
Si él había decidido quedarse
atrás, ahí se quedaría y punto. No me importaría nada de lo que él hiciera.
Aunque pudiera despedirme porque él era el nuevo jefe de la revista. ¿A quién
engaño?, es obvio que regresaré por él.
Camino a toda prisa para
encontrar a mi jefe. No podría ser más
patético.
Mi jefe ya era todo un hombre
como para poder ir a la revista solo, pero no, yo debía regresar como mamá
gallina hasta donde él estaba.
Llegué hasta donde estaba un
puesto de un señor vendiendo algodones de azúcar. Él estaba charlando con aquel
sujeto como si se conocieran de toda la vida. Me vi obligada a interrumpir esa
plática tan alentadora para arrastrar el trasero de mi jefe hasta su maldita
oficina.
—Disculpe señor Fara, pero no me
pagan por cuidarlo. Regresemos a la oficina.
—Daphne, estoy platicando con
este sujeto, ten un poco de respeto y déjame terminar, ya iré yo a la
oficina…tú tienes el día libre.
Y con ese hermoso e increíble
argumento me convenció. Ahora sólo debía regresar a mi piso a arreglar unas
cosas y por fin podría invitar a salir a Frank y decirle todo lo que pensaba de
frente. Quería que él fuera el primero en saberlo, pero ahora era imposible
porque mi entrometido jefe había leído mi carta en ese pequeño incidente
automovilístico.
Caminé bajo los rayos del sol
mientras mis pies escocían por los zapatos. Quizás el tacón no era el más alto
del mundo, pero las calles no eran del todo estables por lo que ya me había
torcido el tobillo en más de una ocasión. Y eso que sólo era mi regreso a casa.
En el camino me encontré con el
kiosco donde estaban todas las revistas infantiles, las de chismes, algunas
tenían mujeres desnudas en su portada y por fin mi vista llegó con las de moda.
Compraría una revista sólo para hacerme una idea de qué era lo que el jefe
esperaba de mí. No había otra intención detrás de aquello.
Comencé a hojear la revista
mientras esperaba que el ascensor tintineara para indicar que había llegado a
mi piso. En mi pequeña búsqueda en la moda encontré un artículo divertido sobre
cómo comprar adecuadamente. Indicaba todas las reglas para hacer una buena
compra.
Venían desde visitar las páginas
web para corroborar que no salía más barato ir a la tienda que comprar en
línea, hasta conseguir la tarjeta que ofrecieran ahí para conseguir más
descuentos todavía.
Suspiré y cerré la revista en
cuanto vi que faltaba sólo un piso para llegar hasta donde yo estaba.
Comencé a buscar mis llaves hasta
que recordé que el traje se había quedado en mi oficina con las llaves del
departamento dentro del bolsillo interno del saco. No iba a regresar ahí sólo
por unas llaves, para este tipo de emergencias tenía a mi amiga dentro de casa.
—Nicole, abre la puerta—di unos
golpes insistentes hasta que mi rubia amiga abrió la puerta.
—Estoy a punto de ir a mi
trabajo, por favor no dejes todo botado mientras arreglas las cosas para
vestirte mañana—cerró la puerta de un golpe y no me dejó explicarle la clase de
día que había tenido.
Tuve que acomodar la sala para
poder estar en un espacio ameno donde analizaría la revista de modas. Ni
siquiera sabía por qué me sentía como un criminal escondiendo las joyas de la
realeza británica. Pero sentía unas ganas inquebrantables de ocultarme en mi
dormitorio para que no me vieran leyendo una revista de modas.
Cada página estaba llena de color
y de fotografías de mujeres y hombres con prendas lindas y una que otra
extravagante…algo al estilo Lady Gaga.
Y página tras página llena de
artículos banales sobre moda, peinados y maquillaje. Ok, tal vez sí necesitaba
empaparme un poco sobre la cultura de la moda, pero eso no significaba que debía
comprar revistas como maniaca y esperarlas cada mes a que salieran. Eso
simplemente no era lo mío.
Abrumada por tanta información
nueva decidí tomar una pequeña siesta, ya en la noche llamaría a Frank para
invitarlo a cenar. Seguramente él aceptaría
***
Era de noche, mi amiga aún no
regresaba y yo debía invitar a Frank a cenar para poder charlar con él e ir
dando ideas de lo que esperaba que pasara entre nosotros. Sería una forma sutil
de decirle a alguien “pídeme que tengamos una cita formal” claro, sin que él se
diera cuenta del todo.
Me arreglaría para la ocasión con
un traje blanco que utilicé el día de mi graduación en la universidad, quizás
el cabello lo dejaría medio rizado y el maquillaje sería…no, no debería usar
maquillaje.
Cogí mi teléfono y marqué su
número, quería escucharlo hablar conmigo, justo como cuando salíamos antes de
que la ola de trabajo inundara la oficina.
— ¿Aló? —contestó una mujer.
Probablemente era su hermana ya que ellos compartían un departamento.
—Buenas noches, ¿se encuentra
Frank?
—Lo siento querida, él está
tomando una ducha justo ahora ¿deseas dejar algún mensaje?
—Claro, dile que lo veré donde
siempre dentro de media hora.
—Lo siento, hoy no tendrá mucho
tiempo. Está conmigo.
Colgué de inmediato y dejé caer
el móvil. No podía ser, no podía estar él jugando conmigo como si fuera una
muñequita a la que cualquier niña dejaría botada.
Debía confirmarlo si quería actuar
apropiadamente, aunque ahora lo único que se me antojaba era tomarme la botella
de vodka que seguramente estaba esperando en el refrigerador.
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