Decidí no beberme la botella porque justo hoy tengo el curso. Debía presentarme sobria para dar una buena impresión en el curso de redacción si quería que la profesora encargada de la clase me evaluara bien.
Iba vestida con una blusa, unos
jeans y unos botines negros para que no resaltara demasiado. Pero tampoco
quería ser una alumna más del montón, quería sobresalir para que el dinero que
estaba gastando el jefe en mí valiera la pena.
El peinado no era el más espectacular,
pero tampoco era tan simplón como una cola de caballo o una trenza, era un
elegante chongo que se entrelazaba como si fuera un moño de regalo. Había pensado
en plancharme o rizarme el cabello, pero el calor lo arruinaría y me vería peor
conforme el tiempo fuera avanzando.
Metí en un bolso todas las cosas
que me habían dado el día que me inscribí y fui de inmediato a la recámara de
mi amiga—que actualmente era la sala porque su habitación carecía de un vidrio
para su ventana—para que fuera ella quien me ayudara con el maquillaje.
Ninguna de las dos éramos unas
expertas en temas de belleza, pero si mi vida dependía de una base y unas sombras,
dejaría que mi amiga fuera quien las aplicara. Ella había asistido a un
cursillo de automaquillaje por lo que poseía más conocimientos que yo en el
tema.
—Nicole, necesito que me
maquilles, levántate—grité mientras tocaba la puerta para poder entrar en la
sala.
— ¿Por qué no te largas de una
vez y dejas de jugar a la muñeca de porcelana? Es sólo un jodido curso, no es
necesario que te arregles tanto.
De la nada la puerta se abrió y
mi amiga ya estaba arreglada.
—A menos que vaya un hombre
demasiado guapo…dame las pinturas, ya te arreglo yo.
Ella comenzó a aplicarme polvo y
líquido por todas partes como si intentara ocultarme detrás de todos esos
colores.
—Nicole, te recuerdo que voy a un
curso, no a un circo—me giré a ver en el espejo y bueno, no lucía tan mal—.
Muchas gracias, debo irme porque llegaré tarde en mi primer día.
Salí corriendo, literalmente,
para llegar unos minutos antes. Me sentía como en la universidad. Cuando corría
a toda velocidad para llegar antes y elegir un buen asiento para no ser de las
olvidadas de atrás que siempre toman como los desastrosos y detestables del
grupo.
Ojalá que Nicole también tuviera
un día tan emocionante como el que yo tendría hoy. Ella me decía que el derecho
y estas cuestiones legales no eran demasiado interesantes, mientras que yo
argumentaba que la economía tampoco lo era.
Cuando nos graduamos yo conseguí
este trabajo y ella está en una empresa que necesita de sus afables servicios.
Cuando llegué al edificio me
aproximé al elevador antes de que las puertas se cerraran.
—Oigan, ¿a qué piso vamos? —indagué
esperando la respuesta de alguien.
—Vamos a la cuarta
planta—respondió una morena despampanante que se acomodó el cabello como si
quisiera presumírmelo.
—Muchas gracias.
Oh no, el primer día de mi curso
y ya me sentía un poco intimidada. Pero a saber si ella estaba en la misma aula
que yo, seguramente ella iba para otro lugar.
Caminé rápidamente hasta llegar
al pomo de la puerta, lo giré y entré en la habitación. Todos ya se encontraban
en sus lugares con unas libretas sobre los pupitres. A la distancia logré ver
un lugar vacío, pero la morena del elevador se apresuró a ganarme y me quedé
sin una mugre silla para poner mi trasero y disfrutar de la clase.
—Alumnos, cállense por favor.
Enseguida su instructor se presentará ante la clase—la pequeña mujer con una
melena pelirroja se retiró dejando la puerta entre cerrada mientras discutía
afuera.
Me quedé parada en una esquina
del salón, como una vil prostituta en busca de algún cliente mientras aquella
morena se sacudía de alegría en el que era MI asiento. Pero la diversión no le
duraría tanto porque yo era más joven y atractiva. Mientras que en su rostro se
podían notar unas increíbles patas de gallo, seguramente causadas por el estrés
y el exceso de maquillaje.
—Buenos días alumnos, soy su
profesor Nathan Fara.
Me quedé hecha una piedra en
cuanto escuché el nombre. ¿Podía empeorar mi día?
Por un lado tenía a aquella mujer
en mi asiento que no hacía mas que hacer caritas y gestos a mi jefe mientras él
se paseaba de un lado a otro explicando alguna estúpida regla gramatical de los
diptongos y triptongos. Por otro aún peor estaba mi jefe, quien me daba clases
de redacción en un lugar carísimo. Y por otro aún más malo—si es humanamente
posible—está Frank acostado con una mujerzuela en la noche, sí, justo cuando le
marqué al móvil para pedirle una cita.
—Bastardo—muré mientras observaba
los lugares en espera de que alguien saliera de clase para poderme adueñar de
la silla que quedaría vacía.
—La señorita que está de pie, necesito
que me diga su nombre y por qué está en el curso. La dinámica se hará para
conocernos mejor.
—Mi nombre es Daphne Miller y
estoy aquí porque mi jefe me ha indicado que necesito tomar el curso.
—Bueno Daphne, siéntate en el
escritorio—invitó y yo con gusto recogí mi bolso del suelo y caminé hacia el
cómodo y esponjoso asiento.
Cuando por fin
me acomodé, caí en la cuenta de que la espectacular mujer con el cabello negro,
la piel medio bronceada y ojos de un verde alucinante ya había dicho sus datos
y el por qué de su estadía dentro del curso. Quería evitar hablar con ella para
no preguntar sus datos y esta era la oportunidad adecuada que había
desperdiciado.
Seguí
observando el aula mientras pensaba en lo que le diría alguna vez a Frank
cuando por fin lo viera. Tal vez debería investigar por mí misma si era cierto
que él se encontraba con una mujer desconocida en su departamento o sólo fue su
hermana bromeando conmigo. De todas formas lo vería hoy para hablar seriamente
con él y así romper mi plan de vida que me impedía hacer algo así.
—Pueden ir a
tomar su descanso de media hora. Yo seguiré aclarando dudas—se sentó sobre el
escritorio mostrándome su trasero. ¿Por qué a mí?
Me quedé
sentada dormitando sobre el escritorio. No por aburrimiento, sino por todos los
problemas que tenía encima en este momento que me impedían poner atención a la
clase aunque la impartiera el profesor más sexy que alguien pudiera pedir. Pero
él era mi jefe y esto parecía una cuestión meramente kármica.
La solución a
mis problemas podría ser esa gloriosa botella azul de vodka o un lugar en algún
bar para beber algo que me hiciera controlar mis nervios. Necesitaba estar
centrada si quería resolver estos tres problemas sin perder la cabeza en el
intento.
Continué
dándole vueltas al asunto hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse lentamente y mi respiración se
hacía más profunda hasta que caí rendida sobre el escritorio del jefe y ahora
instructor. Todo era tan cómodo que jamás despertaría aunque el edificio
colapsara en un terremoto.
Sentí como mi
cuerpo se movía oscilatoriamente y creí que temblaba; y en efecto, estaba
temblando. Así que cogí mi bolso y me levanté atarantada por el repentino
despertar y corrí como pude hacia la puerta.
—Daphne,
tranquila. Cálmate—sentí que me caía al suelo y el hecho de sentir la fría losa
contra mi espalda lo confirmó.
Me desperté en
una sala totalmente blanca con una silla reclinable demasiado afelpada, y con
un pequeño marco con una fotografía que había sido decorada por un pequeño.
Estaba llena de garabatos con tinta de diferentes colores en los que destacaba
un azul y un verde intenso.
Miré a mi
alrededor en busca de alguna señal que me dijera dónde demonios me encontraba.
No recordaba nada después de que me quedé dormida en el aula, pero era obvio
que ahora no estaba ni siquiera dentro del edificio donde estaba tomando las
clases. Se suponía que me había quedado dormitando en el escritorio y de la
nada aparezco en una especie de espeluznante sala de dentista.
Escucho los
pasos de alguien cerca y giro a todas direcciones como si estuviera drogada,
pues mi cabeza aún no coordina con el resto de mi cuerpo y comienzo a
desesperarme de mi maldita arritmia. Como si fuera una estúpida mujer ebria. Un
momento, quizá no recuerde nada porque me bebí la botella de vodka. Aunque no
recuerdo haber regresado por ella ¡¡¿Qué demonios pasó?!!
Alguien abre la
puerta y entonces yo me recargo por completo en el respaldo de mi silla.
—Miller, ¿ya
has despertado?, te traje un vaso con agua.
Me levanto de
la silla como resorte con tan solo escuchar esa voz. Esa maldita voz podría
reconocerla en cualquier lugar en el que estuviera. Sabía quién era y comenzaba
a ser sospechosamente mala esta situación.
— ¿Qué…qué ha
pasado? —pregunto mientras él se me acerca y me extiende el vaso de agua.
—Hubo un
temblor y el epicentro fue a tan solo dos kilómetros del edificio del
curso—murmura tranquilamente mientras yo bebo el agua haciendo que unas gotas
se derramaran por la comisura de los labios
Ambos nos
observamos detenidamente hasta que él decide continuar hablando.
—Traté de
levantarte pero te alarmaste demasiado y colapsaste en el salón de clases. No
tuve otra opción mas que cargarte y traerte a mi departamento. No era mi
objetivo el que te quedaras casi inconsciente recostada aquí…
Y yo seguía
viéndolo mientras él movía los labios y yo no prestaba atención a más de sus
palabras. Sabía por su mirada que algo malo había sucedido, pero no tenía ni la
menor idea de lo que era.
—Pero mi amiga
está bien ¿no?, ella debió irme a buscar al curso en cuanto tembló.
—Sí, ella está
bien en casa de una de sus tías…o algo así ha dicho, sin embargo ha pasado algo
con tu pequeño edificio—hizo una mueca y dio un puntapié al suelo—. Tu casa se
ha derrumbado.
—No—fue lo
único que podía decir.
Estaba trabajando
bien en Manhattan. Había conseguido un buen trabajo aquí pero por lo visto no
era suficiente ahora, debería mudarme a Illinois con mis padres para poder
vivir tranquila por un tiempo.
Pronto debería
ir a la tienda por un par de cajas para acomodar mi ropa, e incluso podría
decorarlas con algún papel de color para que se vieran decentes. En mi cabeza
la solución no parecía tan atractiva.
—Debo
renunciar, lo lamento.
— ¿Por qué
renunciarías?
—Porque no
tengo donde quedarme y ese edificio era lo suficientemente barato como para
permitirme una habitación ahí, me costará mucho hallar otro lugar tan cercano
al trabajo y con un precio accesible. Creo que regresaré con mis padres a
Illinois—no sabía si seguir dando explicaciones, pero mientras él no interrumpiera
o comentara algo yo seguiría hablando.
—Alto, si
quieres podrías quedarte en mi departamento, es decir. Podría habilitar alguna
habitación para que te quedes hasta que consigas un lugar.
Debería
plantearme la posibilidad de vivir bajo el mismo techo que mi jefe. Hasta ahora
no había circulado ninguna cosa negativa por mi mente.
—Pero no podría
quedarme así como así, te pagaré como si me rentaras la habitación—no quería
verme como un zángano aprovechándome del espacio que él me brindaría.
—Verás, si te
lo rento resultaría menos económico para ti, así que mejor…—se quedó pensando
en algo con lo que podría pagarle.
Si me pedía que
le pagara con comida se iba a dar la arrepentida de su vida, porque hasta unos
simples y miserables huevos revueltos me salían asquerosos porque solía olvidar
la parte en la que la sal debía ser agregada. Por eso la paga barata por un
cuarto era la mejor opción por el momento.
—Verás, yo soy un
desastre en mi vestimenta, tú me asesorarás en la moda.
Creo que la
comida era menos asquerosa que esto.
—No…verás
yo…no, simplemente no puedo decirte nada acerca de moda ¿y si mejor cocino para
ti?
—Para nada,
necesito una asesora de imagen urgentemente y te daré el cuarto, pero por favor
asesórame—imploró mientras yo dejaba el vaso de agua en el brazo de la silla.
Debería
plantearme bien la posibilidad de que si me la pasaba leyendo artículos de
moda, visitando a las blogueras que suben sus experiencias en este mundo tan
estrafalario y también suscribirme a las pesadas revistas que parecen una
biblia de fotografías de chicas super delgadas, de esas que salen en las
pasarelas de ropa interior presumiendo las curvas que una simple mortal jamás
llegará a tener.
—Y… ¿Qué dices?
—Ok, te
asesoraré, pero déjame una semana por favor, dame una semana para iniciar.
—Como digas,
aunque no necesitarás una semana para hacerte a la idea, yo diría que mañana
inicies—sugiere y toma el vaso para llevárselo.
—Pero yo
necesito traer mis cosas…o bueno, las que pueda rescatar en la oficina y visitar
a mi amiga para saber que se encuentra bien, además está el curso, mi trabajo
en la revista y mi búsqueda de un departamento para no estar estorbando aquí.
Ahora si me disculpas me gustaría saber dónde están las demás habitaciones.
Él se aproxima
rápidamente y me abre la puerta de la habitación para que salga. De todas
formas ya perdí la mitad del curso por un maldito sacudón de piso y tenía
planeado terminar el resto de mi día sentada frente a un televisor con mi
botella, ahora desaparecida, de vodka.
—Como verás en
la primer planta están los cuartos, son cuatro pero cada uno con su propio
baño, y en la segunda planta está la sala, el comedor y la cocina…y el baño
para las visitas. Y finalmente en la tercer planta está el estudio, mi oficina
y el cuarto de lavado.
No tenía de que
quejarme por el momento. La casa estaba totalmente equipada como para albergar
a muchos niños callejeros, e incluso tenía suficientes ventanas para que el
aire circulara en la casa. Podría acostumbrarme a esto pero entonces sería un
completo error.
¿Qué pasaría si
un día él llega a casa con una de sus citas?, yo me vería obligada a callar y a
encerrarme hasta que ella se fuera…bueno, pensando en que quizá se llegue a ir
¿Y si soy yo la que traigo a un hombre?, sería demasiado llegar y decir “hola
jefe, le presento al hombre que posiblemente me lleve a la cama esta noche”.
Ahora que lo
estoy meditando un poco más atenta a todos los detalles que esta idea implica,
caigo en la cuenta de que probablemente he firmado una condena del buen vivir
en un lapso máximo de un año.
Además, no
tenía quién cocinara ni quién le hiciera la limpieza, y para ser honesta no me
imagino a este joven preparando el desayuno con uno de esos mandiles que dicen
“besa al cocinero” o tan siquiera barriendo bajo la cama para encontrar su ropa
interior en un pequeño bulto. Simplemente en mi mente no encajaba una sola
imagen de él moviendo un dedo para arreglar su casa.
Entonces di un
paso y me impacté con la mesita de centro que estaba en la sala.
—Bueno, te dejo
aquí porque debo ir a la revista para ver los daños que ha sufrido el edificio.
Presiento un próximo recorte de personal para medir los gastos que nos llevará
la restauración.
Se fue
escaleras abajo y tomó el saco que estaba colgado dentro de un armario al lado
de la puerta de salida y se lo puso, se revisó en un espejo ahí dentro y
acomodó el nudo de su corbata.
—Cuídate—grité
despidiéndolo con la mano.
No sabía ni
siquiera por qué lo había despedido, estaba claro que él no necesitaba a
alguien que se preocupara por él puesto que ya era todo un hombre de negocios.
Al diablo mis
cosas, sacaría mi dinero del banco y compraría algunas cosas para comenzar a
renovar mi guardarropas y así poder ser más coherente con lo que Nathan me
pedía. Si iba a asesorarlo primero comenzaría con darme una auto asesoría y
comprar algo que estuviera en alguna de las vitrinas donde siempre veía
vestidos vaporosos o camisetas de hermosos y brillosos colores que jamás podría
utilizar en mi profesión. Siendo abogada debía presentarme con traje o con
algún vestido decente, puesto que ir de ropa deportiva o “casual” no iría bien
con mi imagen si es que quería ser alguien famosa en mi rubro.
Tenía que salir
a comprarme una de las revistas como la que había comprado ayer para poder
darme alguna idea de lo que necesitaba. Incluso necesitaría comprarme alguna
laptop o alguna tableta electrónica para tomar notas y poder tener a la mano
imágenes de modelos, actores, actrices y algunas otras personas que supieran
más que cualquier otra sobre este nuevo mundo ante el cual me ponían un gran
reto.
Giré la perilla
y salí de la casa de Nathan para iniciar mis compras, pero primero debería
pasar a las oficinas para poder recoger mi bolso con la cartera, que
afortunadamente se había quedado ahí dentro, y se la pediría a mi asistente
para poder dar inicio a mi futura carrera como asesora de imagen de mi jefe.
Caminé y caminé
hasta que por fin llegué a las oficinas y subí rápidamente para poder sacar el
bolso sin llamar la atención de nadie para que así no me pregunten el porqué no
fui al trabajo o simplemente que me pidieran favores como ya era costumbre.
Mi estrategia
había salido a la perfección hasta que, al agacharme para sacar el bolso de
debajo del escritorio, veo unos jeans negros y unos tenis blancos.
—Hola Frank—saludo
tratando de olvidar todo lo del día anterior.
—Daph, siento
mucho lo de tu departamento. Podrías vivir en mi piso si quieres, ahí están
rentando un departamento—me quedo boquiabierta, pues ya no tendré que mudarme
con mi jefe y mucho menos ser su asesora de imagen. Además podría estar en el
mismo lugar que Frank.
Pero la idea
comenzó a volverse repugnante cuando analicé las cosas. Si él volvía a salir
con alguna mujer entonces yo debería hacerme de la vista gorda y dejarlo pasar
disfrutando de su vida mientras que yo me retorcería en mi cama de dolor porque
el hombre al que amo no me puede ver de otra forma que no sea como una
compañera de trabajo o su amiga.
—No, ya he
conseguido un lugar más barato.
— ¿A dónde te
mudas? —pregunta y me tiende la mano para ayudarme a ponerme de pie.
—No recuerdo la
dirección, pero mañana con gusto te la doy—ni loca se la daría.
—Bueno, espero
poder salir algún día contigo. El trabajo nos tiene deshechos.
—Yo te hablé
ayer…—inicio pero detengo todo el veneno que iba a comenzar a escupir en su
contra—…pero creo que me he equivocado, en fin, debo darme prisa.
Sé que lo he
dejado con las palabras en la boca, pero no me apetecía quedarme a hablar con
el hombre que me había traicionado. Bueno, no es como si él me hubiese puesto
los cuernos, pero era evidente que podíamos llegar a ser más si tan sólo me
esperara un mes, exactamente un mes para poder cumplir los veintiuno y así
seguir al pie de la letra mi plan de vida. Era sencillo ¿no?, sólo debíamos
esperar un mes.
Continúo mi
salida del inmueble hasta que me detienen en la recepción para darme una serie de paquetes que llegaron ahí
durante mi ausencia en el trabajo.
—Señorita
Miller, un hombre me ha pedido que le de esto—me tiende un sobre de color
marrón y me retiro de la barra para continuar con mi camino.
La edad que me
separaba de Fank eran tan solo dos años, el tenía veintitrés y yo cumpliría los
veintiuno, él no sería considerado un asaltacunas y yo no me vería como una
asalta acilos. En cambio lo que me separaba de Nathan era un poco más en
aspecto intelectual que de edad.
Él era el
director de una revista, era joven, lindo por no decir sexy y por último un
profesor. En cambio yo era una abogada y escritora, ni siquiera escribía libros
o ensayos, era más bien como una columnista con su propia sección en una
revista. La edad no era un problema pues me separaban cuatro años, pero el
ámbito laboral marcaba demasiada diferencia.
Cuando salí me
monté en un taxi y fui directo a una tienda para adquirir dos revistas de moda.
Ya después me pasaría por algún lugar donde vendieran aparatos tecnológicos
para comprar todos mis aditamentos. Además debería pasar por la nueva casa de
Nicole para saludarla y regresar antes de que la oscuridad me tragara.
Pasé por las
tiendas observando las revistas que había comprado con la intención de empezar
a asimilar que poco a poco entraría en este mundo que tantas veces había
criticado. Yo siempre decía que la moda te hacía ver igual que a los demás, sin
embargo debería tragarme mis palabras para cumplir con mi nueva misión. Esta
situación era en demasía exasperante.
Comencé a
comprender eso de las tendencias, sin embargo me topaba con cosas como “una
falda chifón rosa” y para mí el “chifón” era una clase de pastel. Esto sería
más complicado de lo que pensé.
Llegué
caminando hasta una avenida plagada de gente, me abrí un hueco entre toda la
multitud para ver que habían descuentos en algunas tiendas de ahí que remataban
bolsos, sombreros de diferentes formas, algunas bufandas ¡hasta habían unas cuadradas!
Los botaderos
abundaban en cada establecimiento al que te asomabas y bueno, sinceramente
asustaba la agresividad con la que algunas mujeres se gritaban con tal de
conseguir alguna blusa que no tenía nada fuera de lo ordinario. Por eso fue que
había pensado en retirarme de ahí, pero mi instinto de profesionalismo me lo
impidió. Había hecho un trato con mi jefe y lo cumpliría sin importar las
lesiones de tercer grado que esto podría llevarme.
—Maldita
castaña, devuélveme la bota derecha—exige una señora con el cabello negro del
que ya sobresalen algunas mechas de canas.
—Usted cabeza
de mofeta suelte la izquierda y nadie saldrá dañada—ella no iba a arruinar mi
primer experiencia en una tienda de marca sólo por un par de lindas botas que
la estúpida revista recomendaba—. No quiero dañar a una persona de la tercera
edad, pero veo tus raíces.
La mujer grita
como desquiciada y se hace la ofendida, entonces aprovecho el momento y tiro
del tacón de la bota para después huir entre otra multitud que se dirigía a la
caja a pagar todos los premios recogidos en la batalla.
Tal vez después
de mi primer experiencia con las compras locas debería escribir algún artículo
que hablase de lo duro que es para una mujer el conseguir el par de unos
tacones o quizá debería ser sobre la guerra armada en el mundo de la belleza.
¿Ofenderse por
que se le notaran algunos cabellos blancos?, que exageración.
Salgo de la
tienda con una bolsa de cartón protegiendo las bolsas, ni siquiera revisé si
eran de mi talla pero la verdad era que lucían preciosas sobre su felpuda
alfombra roja.
Seguí caminando
hasta llegar a la plaza donde vendían todos esos aparatos electrónicos.
Compraría una computadora y una tableta, las necesitaba para el trabajo y para
mi jefe, que prácticamente era como mi segundo empleo.
Hallé una
laptop rosa con algunos detalles de flores en las teclas y la compré sin
dudarlo, estaba más cara que la normal porque tenía el color rosa, pero era
hermosa y la compraría. Después adquirí una tableta barata, pues para lo único
que la ocuparía sería para conectarme a internet y ver a las modelos en las
pasarelas. A eso se remitía mi vida después de mis estudios en derecho.
Ya iba tarde a
la casa y aún no me sabía bien la dirección por lo que no podía ir a tomar un
taxi, quizás el transporte público sería una buena opción justo ahora. Lo
abordé y bajé en la calle donde antes vivía, pues la casa de Nathan no se
encontraba muy lejos de aquí, escasamente a quince minutos.
Continué
caminando en la fría noche hasta que llegué a casa y toqué la puerta. No tenía
llaves y no quería esperar afuera a ver si se le ocurría abrir de la nada.
Toqué insistentemente hasta que él salió y me recibió con un rostro de molestia
peor que el de mi padre cuando arruinaba su ropa con lodo.
— ¿Qué horas
son estas de llegar? — volví la vista a mi reloj de pulsera.
—Las diez y
media exactamente—me pasé derecho hacia las escaleras para subir a la sala y
poder sacar las pocas cosas que había comprado.
—Hablo en serio
Miller, este no es un hotel para que vengas a la hora que se te venga en
gana—reclama como si fuera mi madre.
—En primer
lugar tú no eres nadie como para reclamarme mis horas de entrada o salida. Si
vas a recibirme en tu casa más te vale que te acostumbres.
Debía decirle
que todo lo hacía por su pedido de asesoría, pero si se lo decía así sin más
probablemente pensaría que todo lo hacía por estar cerca de él y lo que
realmente pasaba era todo lo contrario.
—Además, yo no
te pedí que me esperaras.
—Supongo que
preferirías quedarte afuera mientras yo descanso cómodamente. SI piensas llegar
tarde saca una copia de las llaves y lárgate cuando quieras y donde quieras. A
mí no me pagan por cuidar a adolescentes—se mueve hacia la cocina y me cierra
la puerta.
Me da lo mismo
lo que él piense de mí, sólo espero que se dé cuenta de lo tan riguroso que se
está poniendo con alguien con la que ha hecho un trato. Él jamás especificó una
hora de entrada o de salida. Simplemente dijo asesorías y eso es lo único que
va a obtener de mí. Así deba pasar un año aquí metida eso es lo único que le
voy a dar.
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