Cuando desperté, el aroma a café recién hecho inundó mi habitación y me levanté en automático olisqueando esa suave y atrevida fragancia de los granos de café recién molidos. Frescos. Pero mis piernas se detuvieron cuando mi cerebro recordó dónde me encontraba y la persona que estaba del otro lado de mi puerta.
Preferí meterme
a la ducha para así aligerar mis emociones y enfrentar al horrible monstruo que
asechaba del otro lado de la puerta. Le aplicaría la ley del hielo y saldría de
la casa para no verlo hasta bien entrada la noche, una vez que me asegurara de
que él estaba en casa y me dejaría entrar.
Me puso uno de
mis trajes blancos y salí en dirección a la puerta de la casa. Pero un rápido
movimiento de manos de mi jefe me detuvo antes de que yo tocara el pomo.
—Toma las
llaves, no quiero que te quedes esperando—murmuró y yo se las arrebaté sin
agradecer.
Caminé
tranquilamente hacia una parada del autobús para poder tomar un transporte que
me llevara a casa de Frank, ya pasaría por una tienda para llevar alguna botana
o algo por el estilo porque me sentía obligada a dejar algo en cuanto yo me
fuera de ahí para siempre.
La ruta pasó
rápidamente y me recogió en aquella parada oxidada. Tuve que quedarme parada en
el pasillo sosteniéndome a los barrotes de metal sobre mi cabeza porque nadie
fue lo suficientemente decente como para cederme el lugar. Pero no importa, el
fin justifica los medios.
El recorrido
tardó porque un taxi y un transporte particular chocaron en plena avenida y a
todos nos canalizaron a una vía alterna que estaba atascada de todos los
vehículos que habían intentado pasar por el mismo lugar que nosotros y
corrieron con la misma suerte.
Por fin me
aproximé algunas calles y bajé por tanta desesperación. Al girar mi mirada para
inspeccionar a las personas que vivían ahí, me di cuenta de que mi atuendo no
encajaba, estaba cerca de un parque y la mayoría de las personas vestían con
jeans o pants mientras que yo lucía un hermoso traje blanco ¿qué estaba mal
conmigo?, ahora que lo recordaba yo había gastado demasiado dinero en un par de
botas y no las he utilizado porque mi ropa no es adecuada para ellas. Esta debe
ser clasificada como la compra más inútil de la historia.
Llegué hasta su
piso y decidí llamar a la puerta. La única cosa mala que podría pasarme sería
encontrarlo desnudo o en alguna situación incómoda, sin embargo eso era
matemáticamente imposible en este preciso momento.
Cuando volvía
tocar la fuerte puerta de madera tallada a mano, una mujer… ¡era la misma mujer
morena del curso!, ella, ella estaba ahí…dentro…dentro del departamento de mi
futuro novio, esposo y padre de mis hijos. Estaba dentro del departamento de
Frank.
—Hola… Daphne
¿cierto? —musitó con una voz casi sensual y agitó una copa con vino que
sostenía entre sus afilados dedos.
—Sí, yo…yo
vengo a ver a Frank—tartamudeé tratando de asomarme para poder ver algún rastro
de Frank.
—Ha salido a
trabajar, ¿gustas pasarle algún mensaje?
—No,
no…descuida, yo lo llamaré después—me di la media vuelta y me retiré con los
restos de mi recién aniquilada dignidad.
Seguí mi camino
hasta que me topé con un pequeño restaurant con comida casera. Tal vez
atragantarme con grasa y sus derivados no era una justa solución, pero por el
momento calmaría mi enojo y alimentaría a mi estómago carente de algún
desayuno.
Me introduje
para poder ordenar una hamburguesa con una soda de manzana y de postre una
gelatina de uva. Sabía que esta no era la combinación perfecta que toda mujer
en proceso de hacer una dieta ordenaría, pero era lo que yo necesitaba para
retener mis lágrimas y poder contener mi dispersa ira hacia los dos hombres que
gobernaban mi vida.
Devoré,
literalmente, mi desayuno y pagué la cuenta. Salí airosa del establecimiento y
llamé a mi asistente para saber si el jefe se encontraba ahí.
—Oye, ¿el nuevo
jefe está en las oficinas? —pregunto de inmediato cuando un “clic” suena del
otro lado de la línea.
—Sí, acaba de
llegar—murmura y me cuelga enseguida.
Perfecto, disponía
de la casa sólo para mí. Por fin podría hacerle honor a esa botella de vodka
que había prometido beber, aunque debería comprar otra porque la anterior
estaba dentro de la casa ahora reducida a escombros.
Fui caminando
hacia una licorería en búsqueda de mi vodka de botella azul. Hasta que por fin
la encontré y la compré sin chistar. Justo hoy necesitaba desesperadamente de
esta ayuda emocional. Y mejor aún, mi jefe no estaba en casa y así podría hacer
y deshacer lo que quisiera en su ausencia.
Tuve que tomar
un taxi de emergencia para llegar a tiempo para destapar esta hermosura
turquesa que esperaría en una cubeta llena de hielos. El camino fue muy corto y
la paga demasiado baja. Tuve que saltar del taxi a la acera porque n la casa de
Nathan no había espacio suficiente para estacionar el taxi, así que esa fue mi
única opción.
Saqué mi móvil
antes de entrar a casa y marqué el número de Nicole para invitarla, si iba a
delirar y a comenzar a llorar como acostumbraba, más me valía tener a alguien
cercano que me escuchara mientras soltaba sin vergüenza todas mis penas.
—Daph, ahora no
tengo tiempo, estoy exponiendo unos resultados…te marco en una hora—susurró y
me colgó.
Bueno, por lo
menos lo había intentado.
Me introduje a
casa haciendo una leve danza de la alegría y caminé directo a mi habitación
para poder cambiarme por ropa más cómoda y así disfrutar de la larga noche que
me esperaba.
Me di un leve
baño y después de volverme a vestir destapé la botella en la cocina y fui
directo a la cocina para sacar un vaso para depositar mi bebida helada.
El sabor amargo
y seco se deslizó por mi garganta y sacudí la cabeza como reacción inmediata. Listo, lo hecho hecho estaba y no
daría marcha atrás. Seguí bebiendo y bebiendo hasta que la vista se me cansó y
comencé a ver todo borroso, las sillas se movían y el sillón que me servía como
mi centro de seguridad y control comenzaba a menearse lentamente, hasta que me
tiró al suelo logrando que la botella estallara y que el vodka se regara en el
impecable suelo del jefe. Debería barrer.
Me levanté como
pude y pisé los vidrios, escuché cómo crujían bajo mis sandalias, recogí como
pude los vidrios con la mano y los deposité dentro del bote de la basura.
Inspeccioné mi mano y no sentí absolutamente nada. Quizá por la bebida o tal
vez porque realmente no había sufrido accidente alguno.
Cuando traté de
regresar al sillón di varios traspiés y caí infinidad de veces, probablemente
iba siendo la hora de ir a la cama y tampoco deseaba ver a mi jefe dándome el
sermón ese que se cuelgan los de Alcohólicos Anónimos. Yo ni siquiera soy una
bebedora compulsiva, tal vez lo haga una vez cada cinco años, pero por Frank lo
merecía.
Traté de bajar
los primeros escalones de las escaleras pero no pude, resbalaba cada vez que mi
pie trataba de coordinar con el resto de mi cuerpo. Cuando por fin iba a mitad
de la escalera reí sicóticamente y traté de bajar el siguiente escalón. No
pude. Caí y pensé que rodaría por las escaleras, pero los fuertes y protectores
brazos de mi jefe me detuvieron.
—Si vas a
tratar de suicidarte te recomiendo lanzarte del techo, eso nunca falla—murmuró
mientras me dejaba parada en el suelo.
—Quiero morir,
si Frank no me ama no merezco la vida—berreo mientras me recargo en él para
iniciar con mi llanto.
—Un momento,
estás ebria—se acerca a mi boca e inhala el posiblemente fuerte aroma a
alcohol, aunque el vodka no debería notarse tanto, pero lo hace, él
sorpresivamente lo nota.
— ¿Quieres? —muestro
mis manos sin ninguna botella, pero por alguna extraña razón lo encuentro
gracioso y río.
—Maldita sea,
te has cortado las manos, mírate. Te estás cayendo, hueles a alcohol y te has
lastimado ¡Maldito Frank! —grita impotente y me levanta sobre su hombro.
— ¡Si, maldito
Frank! —grito levantando las manos al aire mientras él me lleva cargando.
—Deja de
ofender a las personas mientras estás ebria, deberías decírselo a la cara en
lugar de animarme a que vaya a rompérsela.
—Ve, corre y
mata a Frank, así podré morir tranquila sabiendo que aquella morena sexy no
está revolcándose con él ahora mismo—comencé a alegar mientras él me sentaba en
la tina de la bañera para poder inspeccionar mi mano.
—Alcohol,
necesito alcohol—canturreaba mientras abría un diminuto botiquín.
—En el suelo de
tu sala hay mucho de dónde lamer—solté una carcajada y el rió conmigo.
—Era de suponer
pero tú no te preocupes, ya lo limpio yo—abrió la botella lentamente y la
virtió sobre mi mano sin delicadeza haciendo que unas cosquillas recorrieran
mis dedos y soltara un par de risas—. Agradece que estás borracha o esto de
verdad dolería—sacó unas cosas rosadas del botiquín mientras yo comenzaba a
cabecear de tanto sueño.
Nathan conversó
conmigo hasta la madrugada para evitar que me durmiera. Jamás alguien había
tenido esas atenciones conmigo. Ni siquiera Nicole. Pero ambos caímos rendidos
dentro del baño cuando la conversación había llegado hasta el por qué me había
mudado a Manhattan y abandonado a mis padres. No quería responder y el debió
darse cuenta porque se despidió de inmediato y se quedó recargado sobre la tina
“por si yo vomitaba”.
Desperté
acurrucada dentro de la tina con una mantita encima. Traté de moverme para
ponerme de pie pero un par de llaves cayeron y tuve que ver hacia abajo para
recogerlas. Cuando moví mi mano a un costado sentí una camisa, retiré la sábana
y mi jefe se sobresaltó mientras yo gritaba.
— ¡Estás bien! —gritó
y el eco del baño hizo que me retorciera mientras cubría mis oídos.
— ¿Podrías
bajar la voz un poco?
—No, te lo
mereces por lo de anoche—silbó y yo volví a retorcerme—. Hoy hay curso.
Salió
rápidamente para darse un baño en su propia habitación y me dejó ahí acostada.
Sería un día demasiado largo para mí.
Tuve que salir
muy a mi pesar para poder arreglarme para el curso, aunque probablemente me
pondría un traje con pantalón y unos zapatos bajos para que no me incomodara el
caminar, también llevaría algún analgésico y haría falta mucha, pero demasiada
agua. Rellené una botella con agua y la introduje en mi bolso.
Llegaría tarde
para poder alejarme de la morena que le coqueteaba a Nathan y que curiosamente
estuvo dentro del departamento de Frank, no tenía ganas de verla y no lo haría.
Pasaría inadvertida ante mí.
Caminé directo
al salón sin detenerme a revisar que todas mis cosas estuvieran en orden o que yo
estuviera en orden. Necesitaría hacer acopio de todas mis fuerzas para soportar
un solo día de tortura y encarcelamiento en el aula. Bebí un analgésico antes
de introducirme al salón para que así el ruido no me aturdiera como esta
mañana.
Cuando abrí la
puerta el ruido me inundó porque todos se encontraban hablando de la clase
pasada y de las posibilidades de aprender algo mejor hoy, que patéticos.
—Miller, te he
apartado este lugar—gritó la morena dando unas palmaditas al asiento de al lado
y tuve que dirigirme hacia ella para no parecer una maleducada—. Dime, ¿en
dónde trabajas o cómo es que conoces a Frank? —preguntó de inmediato y observó
detenidamente mis expresiones.
—Pues escribo
para una revista de asesoría fiscal, él es mi fotógrafo ¿tu cómo lo conociste?
—El fotografió
una pasarela conmigo, trabajo en una revista de moda—saludó y de inmediato
levantó su bolso de diseñador para que yo lo observara con detenimiento—. Soy
Curtney O’Hira.
Ay no, estuve
leyendo la revista de moda de la que ella era una periodista. No podía ser, con
razón Frank prefería salir con una mujer atlética que sabe de moda a que salir
con una abogada que no sabe mas que de leyes y de trajes. Ahora que la situación
estaba así de extraña me podía declarar amplia y públicamente como una idiota,
una idiota por no verlo venir cuando todas las señales apuntaban a que él ya
estaba saliendo con alguien y debí imaginarme que sería con alguien así.
— ¿Estás
saliendo con Frank?
—No lo sé, nos
vemos de vez en cuando pero no hay nada serio entre nosotros…¿tú también
saliste con él?
—No…no…yo no,
él es sólo un amigo y ya.
Nathan entró al
aula para darnos la clase aburrida del día. Curtney se notaba tan entusiasmada
con todas las cosas que decía el profesor que ya no sabía si iba por ver a
Nathan o por realmente tomar el curso. Pero no preguntaría, por algo dicen que
la curiosidad mató al gato.
Él seguía
impartiendo la clase mientras yo apuntaba algunas cosas interesantes en mi
libreta, tuve que ver de reojo los apuntes de Curtney y ella ya llevaba casi un
cuarto de la libretita llena de anotaciones mientras que yo escasamente había
rellenado cinco hojas, de las cuales dos eran de muchos dibujitos hechos
durante la clase, en mis momentos de aburrimiento.
Seguí tratando
de poner atención pero todo comenzó a dar vueltas nuevamente, no ahora, no
ahora. Me levanté y salí del salón para poder bajar hasta lo aseos y darme un
respiro, tanta tensión y la resaca ya me estaban afectando. Llegué y de
inmediato me lavé el rostro, saqué mi botella de agua y volvía beber otro
analgésico, probablemente terminaría retirándome durante el descanso. No fue
buena idea comprar aquella botella desperdiciada que terminó rota y derramando
el licor sobre el suelo de la casa de Nathan.
Sacudí la
cabeza y palmeé mis mejillas para reaccionar y despertarme, no quería dormir
nuevamente en el salón.
Caminé de
regreso al aula y tropecé con Curtney, no tenía ganas de estar con ella hoy
pero a parecer al amo y señor de mi destino le gustaba llevarme la contraria.
—Justo ahora
iba a salir a comprar algo ¿vienes? —ofreció amablemente.
—No gracias, yo
o tengo apetito por el momento—rechacé y subí en el elevador antes de que se
fuera. Los pisos pasaron uno tras otro mientras yo era la única ahí arriba.
Necesitaba mi propio momento a solas.
Entré al salón
y mi jefe estaba acomodando unas hojas sobre el escritorio mientras leía
detenidamente una que tenía enfrente, pues ni siquiera había notado que yo
estaba ahí revisando mis anotaciones. No tenía ganas de comer ni de hacer
absolutamente nada, porque me dolía la cabeza y me ardían los ojos como si me
hubiera quedado despierta toda la noche, aunque había sido así pero no
precisamente toda la noche, también había dormido un par de horas.
—Puedes
retirarte si quieres, te avisaré en la casa todo lo que les he encargado de
trabajo—murmuró sin levantar la vista de su entretenido documento.
—Gracias—me
levanté y cuando giré hacia la puerta vi a Curtney mirándonos boquiabierta.
Había escuchado, se que ella había escuchado nuestra breve conversación.
Ella no
mencionó algo y pasó rápidamente por sus cosas sin observar a ninguno de los
dos, esperé a que se fuera y yo salí detrás de ella. Quería preguntarle sobre
lo que escuchó, pero me abstuve, no quería que ella pensara que yo vivía con
él. Era mi secreto y no pensaba ser descubierta justo ahora.
Seguí caminando
sin detenerme, salvo cuando los semáforos se ponían en verde y me impedían
continuar cruzando las calles, pero de ahí en fuera mi paso era acelerado, como
si tratara de escapar de algo. Y continué andando hasta que llegué a la casa y
abrí la puerta para entrar a relajarme.
Necesitaba
hacer un par de llamadas a mis contactos de otras revistas para evitar que la
tonta de Curtney les contara algo acerca de que el magnate empresario dueño de
una editorial de revista estaba compartiendo su casa con una mujerzuela, en
este caso yo era la mujerzuela. Podía ver los encabezados de las revistas
semanales de chismes, de las críticas en la sección de sociales en el
periódico. Su vida estaría arruinada gracias a mí.
Cuando mis dos
amigas respondieron yo tuve que colgarles. Que mal plan el mío preguntar acera
de la noticia ¿y si ella no había dicho algo?, posiblemente ella guardó el
secreto para su conveniencia y lo usaría en una especia de chantaje más tarde.
Estúpida de mí.
Me quedé
acostada sobre mi colchón hasta que alguien tocó la puerta, me levanté para
abrir y lo que observé fue la cara de la morena frente a mí.
—Es cierto, tú
vives con él—gritó victoriosa y sonriente.
—No le cuentes
a nadie, por favor Curtney no lo hagas—rogué como último recurso.
Ella me observó
de arriba a abajo hasta que le permití la entrada a la casa.
—Me pareció
curioso lo que escuché y quería venir a corroborarlo, eres increíble Miller. De
empleada a amante, ahora me estás haciendo dudar sobre tu verdadero
trabajo—murmuró airosa.
—Largo de mi
casa.
—No tan rápido,
esta es casa del profesor y tuya, así que si él no autoriza mi salida no me iré
y punto— ¿a dónde quería legar con todo esto?
—Él no vendrá
hasta la noche, así que te puedes ir y regresar mañana si es lo que buscas—la
llevé a base de empujones y uno que otro tirón de cabellos hacia la puerta de
la salida—. ¡Largo! —grité y le aventé su costoso bolso de marca en las
piernas. Ojalá se le hiciera un moretón a ver si así dejaba de usar sus
vestiditos de exhibicionista.
Comencé a hacer
la limpieza de mi cuarto y de la sala, debía hacer algo en esta casa antes de
que me volviera loca ocupando todo mi tiempo para leer revistas de moda y
también para tratar de ocuparme en algo que no fuera ahorcar a Curtney. Lo
había logrado después de todo, bastó con un poco de talco para zapatos para
poder quitar toda la suciedad pegajosa que había dejado el vodka la noche anterior.
Me acosté en el
sillón de la sala y encendí el televisor con la intención de ver algún programa
bueno de música para poder distraerme y practicar mi canto. No era una
profesional, era más como una de esas chicas que canta fatal y rompe los
espejos, pero cantando con mucho, mucho sentimiento y devoción. Estuve pasando
canal tras canal hasta que vi la espalda con alas de una chica. Victoria
Secret.
Dejé ahí el
canal para poder observar la pasarela y los modelos de lencería que proponían.
¿Paletas?, había un brasier que en lugar de copas normales traía un par de
paletas redondas, de esas paletas de espiral típicas en los niños, ¿qué clase
de moda era esa?, no veo cómo un par de paletas pueda ser algo sexy, atrevido o
tan siquiera estético. En mi vida compraría algo así, vaya, ni siquiera lo
aceptaría regalado.
Permanecía
atenta a cada modelo que pasaba y un poco más al cantante en vivo, no soy
fanática de ningún grupo o cantante, pero el hombre que estaba en el desfile
lucía realmente fantástico en sus pantalones y camiseta. No tenía idea del
nombre del cantante, pero ya me tenía a sus pies, probablemente le preguntaría
a Nathan el nombre del cantante…no, ley del hielo a Nathan.
Prefería bajar
a mi habitación para recoger mi dinero y algunas tarjetas para el día de
compras. Nicole no estaba disponible, así que más me valía emprender mi camino
un poco temprano para poder comprar rápidamente y así evitar otra pelea.
Caminé hacia la
parada de los taxis con la ropa más “normal” que poseía: un pantalón de mezclilla
y una camisa rosa claro con las botas negras que había peleado en la barata de
aquel día con la señora zorrillo. Me sentía bien con mi nueva imagen y según
las revistas de moda no era algo extravagante pero era las botas altas la
hacían algo “trendy”.
Cundo por fin
un taxi me levantó me dirigí a un centro comercial no tan famoso pero algo
conocido por la exclusividad en ciertas marcas francesas e italianas.
Necesitaba desgastar un poco las suelas de estas hermosas botas y lo haría como
cualquier otra chica normal, comprando. Nos dirigimos a toda velocidad al
centro comercial y cuando llegamos tuve que pagar con todo mi cambio. No quería
entrar ahí con mi cartera rebosante de centavos mientras que las demás mujeres
presumían y batían al viento sus tarjetas de crédito, como si fuera una guerra
medieval que se discutía con espadas y escudos.
Me introduje a
una camisería y compré tres diferentes: una campirana, una rosa lisa y una
estilo victoriano, ya me serviría para algo. Salí con mi bola y me metí de inmediato
a otro local con vestidos llenos de pedrería Swarovski, algo bueno se me estaba
pegando después de tantos vestidos de moda.
— ¿Qué precio
tiene el vestido de bailarina en rosa pálido? —pregunté al ver que la tienda
estaba en rebajas.
—Son mil ochocientos
dólares señorita—murmuró la mujer que atendía sosteniendo el diminuto escáner
en sus manos.
Lo tomé y lo
llevé al mostrador para poder pagarlo. Merecía tener algo bonito en mi armario,
en la misma tienda compré los zapatos, y clutch a juego con el vestido.
Después entré a
comprar un par de jeans y más zapatillas para ocasiones diferentes alas
laborales. Estaba harta de ver todas esas cosas hermosas en las revistas de
moda que comenzaba a ver patético y aburrido todo lo que encontraba dentro de
mi guardarropa. No me había obsesionado con la moda, para nada, lo que pasa es
que después de ver a mujeres delgadas luciendo vestidos hermosos me sentía
culpable por no tener tiempo para ejercitarme y usar siempre traje tras traje
porque según mis vagas ideas de moda “la ocasión lo ameritaba”.
Salí del lugar
cargando muchas bolsas en ambas manos y esperé en una esquina a que pasara
algún taxi vacío para ir de regreso a casa, porque si tomaba el transporte
público seguramente ocuparía una cuarta parte del interior para poner todas mis
bolsas. Un taxi pasó y se detuvo frente a mí, esta era mi oportunidad para
poder abordarlo antes que las otras personas se subieran.
— ¿Está
disponible?
—Claro, suba—el
amable señor se bajó del vehículo para abrirme la cajuela y ayudarme a
introducir mis cosas ahí atrás, otras cuantas tuvieron que irse conmigo en los
asientos de atrás.
Cuando estuve
frente a la casa vi todas las luces encendidas, inclusive la de mi habitación,
¿qué estaba haciendo Nathan ahora?
Abrí la puerta
rápidamente e introduje las bolsas directo a mi habitación para evitar que él
me preguntara algo acerca de toda mi nueva mercancía, ya mañana me vería con
alguno de mis tantos vestidos y entonces le brindaría una explicación corta y
buena para todo este nuevo cambio. Salí de mi habitación para por fin
prepararme algo en la cocina y escuché demasiado ruido proveniente de la
habitación del jefe.
Atraída por la
curiosidad toqué un par de veces y entonces él me abrió la puerta, estaba
envuelto en una toalla con algunas gotas de agua resbalando por sus mejillas.
— ¿Qué demonios
quieres? —contestó irritado.
—Yo…quiero
pedirte permiso para utilizar la cocina—musité a modo de pretexto y él me cerró
la puerta con cara de fastidio.
Subí las
escaleras y entré a la cocina para hacerme una sincronizada o tal vez una
ensalada de rutas, necesitaba algo para devorar justo ahora y si no me lo daban
seguramente moriría de hambre o llena de ira. Terminé calentando una pieza de
pollo congelado que había dentro de la nevera y la acompañé con un pan que
estaba sobre la mesa del comedor.
Me quedé
pensando sobre todo lo que me unía a Frank y cómo una sola cosa logró
separarnos por completo. Odiaba admitir que alguien me caía mal o que alguien
me odiara, pero debía ser honesta conmigo y admitir esta vez que sólo había una
persona a la que realmente odiaba, y no era a mi jefe, era a Curtney.
Esa chica que
se creí perfecta con su perfecto outfit, su perfecto cutis, su perfecta
cabellera y su perfecto trabajo. Si me comparaba con ella yo estaba totalmente
perdida en todo en cuanto a la moda se refería, o tan siquiera a la feminidad.
No era una mujer en su totalidad, era una especie de ser infrahumano que te
hace adorar la moda. Sí, te hace adepta a esta segunda religión de cualquier
mujer que leyera alguno de sus artículos ¡eran magníficos!
¿Qué no te
gustan los vestidos con escote palabra de honor? A ella no le importa, pues en
cuanto leas uno de sus artículos sobre el maldito escote los terminarás amando
y cuando menos te des cuanta más de la mitad de tu guardarropas se llenará de
ellos ¿acaso eso no era una cosa del diablo?
Seguí
mordisqueando la carne hasta que me harté del sabor y o tiré al bote de la
basura, después de todo no era hambre lo que tenía, sino ganas de hablar con
alguien sobre mis problemas y Nicole no se encontraba conmigo como para poder
hacerlo con confianza. Tal vez terminaría escribiendo mis pensamientos en la
tableta para así deshacerme de mis pensamientos negativos.
— ¡Daphne! —me
gritó Nathan y bajé sin la mínima intención de hablarle. Había quedado en que
le aplicaría la ley del hielo y así sería. No hablaría con él ni aunque me lo
suplicara.
Cuando bajé él
se quedó observándome… ¡cierto!, me había vestido bien para ir de compras y se
me había olvidado cambiar mi atuendo, que torpe soy.
—Al parecer
solo bastó con un vestido para hacerte salir del traje—comentó pero yo no le
respondí—. Necesito que te vuelvas a poner el vestido que te di y que subas a
la sala de inmediato.
Asentí con la
cabeza y fui a mi habitación para poder vestirme nuevamente con aquel elegante
vestido y lo acompañaría con los zapatos Jimmy Choo plateados que había
comprado hoy a juego con mi joyería de plata. Tal vez me diría que saliéramos a
algún lugar porque ya no soportaba la idea de que dejara de hablarle o que ya
no me importaba tanto como en un principio.
Salí de la
habitación y di una pequeña vuelta para verificar que lucía perfecta y así
poder subir a verlo a la sala, aunque ahora que lo pienso no creo que me quiera
para salir, puesto que me ha citado en la sala, en fin ya me había cambiado así
que ya no había nada qué perder. Una vez arriba una luz cegadora me iluminó y
casi hace que caiga de las escaleras.
—Ven, necesito
que te pres aquí—señaló una especie de biombo blanco y me situó frente a éste—ahora
observa al jarrón de la cómoda y ponte seria.
Seguí cada una
de sus instrucciones hasta que caí en la cuenta de que le estaba haciendo un
favor y ni siquiera me había dicho para qué demonios era todo este montaje en
la sala.
—Es para un
concurso de fotografía…ahora has esa expresión de hace un momento—indicó y yo
fruncí el ceño y volteé a verlo. ¿Un concurso de fotografía?, y para qué
diablos quería que yo entrara en ese concurso.
Ahí habían
muchas cosas para fotografiar como para que decidiera hacerlo conmigo, debió
pedírselo a una experta en estas cosas como Curtney o apuesto que incluso la
hermana de Frank era más apta para esto de las cámaras que yo. ¿Por qué
diantres debía ser yo?, hice una mueca y me pasé la mano por el cabello,
entonces Nathan tomó otra fotografía y yo lancé mi bolso contra el jarrón
haciendo que éste se cayera al suelo y se rompiera en enormes trozos blancos.
—Con un demonio
Miller, quédate quieta y habla conmigo para relajarte, estás muy tensa… oye ¿tienes
trajes de baño?, si no tú no te preocupes, ya te daré alguno del closet
—Cállate
Nathan, no debería estar ayudando con esto, pero te estoy haciendo un enorme
favor, ¿quieres que me desnude?, lo haré mira, mira este cierre—tomé la
cremallera y la bajé dejando al descubierto mi ropa interior recién comprada,
estaba harta de todo lo que me había pasado en estas dos semanas y el venía tan
campante y me pedía que usara trajes de baño y en este caso ¿cuál era la
diferencia de la ropa interior al traje de baño?, incluso mi conjunto era más
cómodo que cualquier otra prenda que él pudiera ofrecerme.
Me senté en el
sillón y comencé a llorar. Que patética me veía yo ahí tirada llorando en ropa
interior frente a mi jefe ¿había alguna situación más mala que esta?, yo lo
dudo.
Y cuando más confiada
estaba en que esto no iba a empeorar, entonces veo un flash y me levanto hecha
una furia, ¿cómo se le ocurría fotografiarme llorando en ropa interior?
— ¿Cómo rayos
le haces para actuar así? —grité—. No respetas mi privacidad Nathan, mírate, le
estás tomando fotografías a una tipa desgraciada en lencería.
— ¿Acaso
prefieres que te abrace y te diga “pobrecita mujer, está sufriendo”? —dijo
fingiendo compasión—. Despierta Miller, en este mundo muchas personas sufren
por cosas más importantes que un hombre y nadie se compadece por ellos mientras
que tú esperas a que el mundo se detenga sólo porque la persona a la que amas
tiene una amante y esa no eres tú. Eso es ridículo.
Me quedé pasmada observándolo mientras se
retiraba escaleras abajo, no tenía ni la menor idea de que alguien tan joven
tuviera esa clase de pensamientos tan sabios y maduros. Algo debió suceder como
para que él se pusiera en ese plan de hombre de negocios experto en moda
femenina, algo de su pasado antes de que fuera Nathan Fara, el exitoso director
de la revista “The way”.
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