La
casa se escuchaba deshabitada, ni mi madre ni mi padre respondían.
— ¿Hola?, ¿Hay
alguien aquí? —pregunté mientras me dirigía al comedor.
—Hola hija, siéntate,
hoy no vendrá tu padre a comer, está en una cena de negocios y me temo que no
puede llegar, pero dime ¿a qué se debe tu llegada así el día de hoy? —preguntó
molesta mi madre, <<oh no, ¡su ceño está fruncido!, ella no arruga la
frente a menos que esté muy molesta, y hoy es uno de esos días>>—así que
él no lo sabrá a menos que quieras decirlo frente a él…
—No hay nada que
explicar, y me da igual si debo explicarle algo a papá, él ya me ha visto en
ese estado— respondí esperando que no siguiera preguntando.
—Ya veo, no quieres
decirme lo que sucedió.
—No es eso mamá, solo
que…—suspiré—no fue un gran día y no tengo ganas de hablar de esto, no lo tomes
a mal ¿Sí?
—Te comprendo, pero
espero que haya una buena explicación para todo esto, ya sabes cómo es tu padre
y no quiero que te castigue sólo por cómo te veías.
—Gracias ma—musité
agachando la cabeza.
Subí las escaleras
arrastrando los pies en cada escalón hasta llegar a mi habitación, giré el
picaporte haciendo rechinar la puerta y me introduje en ella, me quité los
zapatos y subí a mi cama. Acostada bocabajo tomé mi iPod y lo encendí esperando
mis notificaciones de Facebook.
Más de quinientos me
gusta a una foto mía con un enorme abrigo de Prada en rojo Valentino y tacones
de no más de ocho centímetros en piel beige con la punta en charol negro,
típicos de Chanel, mi padre me los compró hace una semana por una transacción
con un empresario que logré concretar. Pero eso no importa, en cuanto me duerma
y amanezca estaré muerta.
Mi padre me castigará
y no creo soportar otras dos semanas sin ir de compras a ningún sitio.
La última vez que
estuve castigada papá se encargó de cerrar mis cuentas y quitarme el acceso a
mis tarjetas, es por eso que ahora no poseo ninguna, pero esta vez sí exageré,
digamos que mis castigos siempre dependen de que tan grave es la situación.
Esta vez, como hija
de un gran empresario, debo mantener mi imagen impecable, pues como él trabaja
en una de las más prestigiadas empresas de moda no me puedo dar el lujo de
lucir fuera de lugar ni nada por el estilo, siempre debo usar lo último en moda
y hasta ahora lo he llevado todo a cabo. Pero hoy con mi error al introducirme
en esas condiciones a su empresa estoy segura que lo irrité demasiado.
Mi único consuelo es
que al menos pude disfrutar mi último día de compras con mi amiga, hubiera sido
maravilloso si no fuera porque Ferdinand decidió traerme a casa.
Dormí como tronco el
día de hoy. Mi alarma no sonó y acabo de despertarme porque mi teléfono estaba
sonando con una llamada entrante.
—Bueno—contesté aun
adormecida.
—Hola Ser, ¿vas a
venir a la escuela? —preguntó Pau.
—Buenos días, que
gusto que estés bien.
—Perdona, pero es que
estamos en clase y te estoy hablando debajo de mi mesa, así que ¿sí vienes o
no? — demonios, había olvidado la escuela.
—Sí, enseguida voy
para allá—contesté apresurada.
Busqué en mi armario
algo que ponerme, el clima no era nada favorable para los vestidos, así que me
decidí por unos jeans, una playera con cuello en “V” y unos tenis. Algo muy
sport para mi propio gusto.
Al bajar mis padres
ya no estaban, ambos se habían ido a trabajar y solo estaba la sirvienta
recogiendo la mesa.
—Buenos días
señorita, su padre me dijo que cuando salga del instituto una limusina pasará
por usted para que asista a una reunión con uno de los nuevos accionistas de la
empresa—ordenó.
—Gracias—dije
dirigiéndome a la puerta.
—Espere señorita, un
joven pasó por aquí esta mañana preguntando por usted, le dije que estaba
dormida— ¿Un joven preguntando por mí?
—Y… ¿Cómo era ese
chico? —indagué.
—Era alto, delgado,
atractivo para las jóvenes de su edad, cabello castaño claro, ojos café muy
claro tanto que parecían dorados, la tez blanca y venía con una camisa a
cuadros y un pantalón de vestir—concluyó la descripción—y venía en un auto
Peugeot si no me equivoco, de color negro.
—Gracias—dije
molesta.
No puede ser,
Ferdinand vino a verme.
Al llegar al
instituto ya habían pasado la mitad de las clases y yo no había entrado a
ninguna.
—Con que ahí estás,
¿Qué ha sucedido? —preguntó Pauline.
—Me quedé dormida y
apenas me desperté.
—Todos los profesores
pasaron lista y ya dejaron las tareas, por cierto…no sé cómo decirte esto…
—Escúpelo.
—Reprobaste de nuevo psicología
empresarial.
—No puede ir peor mi
día Pauline, ¿Cuándo son los exámenes de regularización? —pregunté agotada.
—El martes de la
semana que viene Ser, ¿te encuentras bien?
—No, probablemente me
castiguen hoy por lo del otro día.
— ¿Por regresar tarde?
—rió.
—No te hagas—la
regañé—por lo de mi imagen—confesé cabizbaja.
—Pero no fue tu
culpa, si aquel chico no se hubiera tomado el camino a su casa no hubieras
llegado tarde.
—Pauline, es mi culpa
por completo, si no hubiera olvidado la salida a la empresa hubiera evitado
todo esto—susurré evitando que las lágrimas que habían logrado nublar mi vista
se derramaran.
—Ven aquí Ser—dijo
abriéndome los brazos y estrujándome contra ella—ya no llores, todo irá bien.
—Es solo que no
quiero que vuelvan a salirse de control las cosas Pau, no sé cuándo permití que
todo esto me sucediera en un día.
—Pero no todo es tan
malo, al menos conociste a un chico guapísimo.
—Eso no ayuda mucho
para consolarme.
— ¿Vas a negar que
estaba lindo? —recriminó.
—No estaba lindo, ya
te dije que no es mi tipo y que me resulta de lo más arrogante su actitud.
—Lo que tu digas,
solo te recuerdo que yo lo pedí primero.
—No me
interesa—sentencié.
Entré a la siguiente
y última clase lista para prestar la mayor atención posible, pues era la materia
que había reprobado y de verdad necesitaba aprobar su materia o le daría más
razones a mi padre para reforzar el castigo.
—Y es así jóvenes,
como la psicología nos puede ayudar a contratar al mejor personal y más
calificado para nuestras empresas—puntualizó el señor Baker
— ¿Nos vamos?
—preguntó Pau del otro lado del salón mientras los demás alumnos salían
corriendo hacia sus respectivos automóviles.
—Lo siento Pauline,
hoy vendrán por mí.
— ¿Problemas con la
empresa? —interrogó.
—No, sólo es un nuevo
inversionista.
—Suerte Ser, ya me
darás las buenas nuevas de tu adquisición.
Me dio dos besos y se
retiró a su motocicleta.
Caminé hacia el
estacionamiento esperando a ver a limusina, que en efecto, ya se encontraba
esperándome.
—Buenas tardes señorita,
su padre necesita de su presencia urgentemente en la empresa, espero que la
señora Valois le haya informado.
—Sí, lo hizo y por
cierto puede llamarme Serene, Ser o como guste, creo que llevamos demasiado
tiempo conociéndonos como para seguir tratándonos de “usted”.
—Como guste…s
Serene—sonreí ante su detalle.
—Gracias…
—Joseph—terminó mi
frase.
—Ok, gracias
Joseph—noté como su boca se curvaba en una leve sonrisa.
Mi chofer
prácticamente era como mi abuelo, siempre hablaba conmigo cuando era pequeña,
me consolaba cuando estaba triste, estuvo en todos los momentos buenos y malos
desde mi infancia y yo no puedo seguirlo tratando como alguien ajeno a mi vida,
realmente para mí es como alguien más de mi familia.
—Llegamos Serene, tu
padre debe esperarte ahí dentro.
—Gracias Joseph.
—Suerte Serene, y estoy
seguro de que podrás concretar la inversión—dijo con cierta esperanza en su
rostro antes de retirarse y dejarme justo en la entrada del lujoso edificio.
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—Adelante
señorita Boucher—invitó mi padre.
—Papá, sabes que
puedes llamarme Serene ¿cierto?
—Lo sé hija, pero no
debo mezclar la familia con los negocios.
—Bueno, dejemos estas
tonterías para otro momento, ahora dime ¿dónde está el inversionista?
—En la sala de juntas
esperando—resopló—ten cuidado, es algo “especial” —dijo acentuando esas
palabras haciendo unas comillas con los dedos.
—Lo tendré, ahora si
no hay más indicaciones, me iré a concretar este asunto.
Salí del despacho de
mi padre hacia la sala de juntas repitiendo cada una de las cláusulas de los
contratos, las respuestas a las preguntas más frecuentes, la misión, visión,
etc. de la empresa hasta llegar a la puerta de la sala.
—Buenas tardes señor, lamento y ofrezco mil
disculpas ante mi tardanza—recité mientras cerraba la puerta de espaldas a la
sala.
—No te preocupes
preciosa—Maldición, maldición, maldición, esto no puede estar pasándome.
Giré para ver el
rostro de Ferdinand observarme divertido por mi expresión. Estaba más que roja,
esperaba encontrarme hasta a un perro sentado en ese lugar pero jamás me lo
hubiera imaginado a él.
—Veo que te he
sorprendido.
—Para nada señor
Cordier, ahora bien, me han informado que quiere hacer una inversión en M&M.
—Está en lo correcto
preciosa—ya no lo soporto más, si vuelve a llamarme así no podré contenerme.
—Ahora bien, creo que
sabe en qué precio oscilan nuestras acciones—continué tratando de parecer lo
más seria posible.
—El dinero no es
problema si es lo que está insinuando señorita…
—Serene
Boucher—complementé—ahora, debe firmar antes estos papeles para poder realizar
las transacciones indicadas—tendí todos los papeles sobre la mesa tal y como
había visto hacer a mi padre.
Ferdinand tomó el
contrato y ni siquiera se tomó la molestia de leerlo, así sin más lo firmó.
— ¿No lo piensa leer?
—pregunté notablemente sorprendida.
—No, confío plenamente
en la empresa, ahora sólo tengo una duda ¿qué beneficios tengo con todo esto?
—Recibir un
porcentaje de las ganancias de la empresa—respondí automáticamente.
— ¿Y qué pierdes si
decido no firmar?
—A un inversionista,
creí que era obvio—contesté algo molesta por el rumbo de la conversación.
—Sabes de lo que
estoy hablando, ahora contesta o perderás a un inversionista—ordenó con esa
horrible sonrisa sancarrona tatuada en su rostro.
—Muy bien, no pierdo
nada—contesté tratando de disimular mi preocupación.
Estaba mintiendo, si
perdía esta inversión mi padre no me dejaría hacer las prácticas del instituto
aquí y qué decir del castigo que obviamente traería esto.
—Muy bien, en ese
caso…—tomó los papeles a punto de partirlos a la mitad.
— ¡NO! —grité
desesperada.
—Creo que ya nos
estamos entendiendo.
—Está bien, está
bien, ¿Qué quieres a cambio de firmar esos papeles? — mascullé con una cara de
pocos amigos.
— ¿Te parece una
cita? — respondió.
—Ni loca…—y volvió a
tomar los papeles—…rechazaría tal oferta.
—Pero eso no es todo,
estarás a mi disposición por una semana.
— ¿Se le ofrece algo
más a su majestad?
—Nada más preciosa,
ahora corre feliz a disfrutar de tu nuevo logro— musitó mientras se ponía de
pie y me daba los documentos—solo no quiero que rompas la promesa.
—Idiota—susurré
mientras el giraba el picaporte de la sala para salir.
Se detuvo frente a la
puerta girando la cabeza para verme
—Pero por toda una
semana seré tu idiota—enfatizó.
No pude mantenerle la
mirada fija en sus ojos y me agaché para evitar nuevamente aquel contacto
visual que me era tan incómodo.
Sentí el móvil vibrar
en la bolsa trasera de mi pantalón y lo saqué para ver de quién se trataba.
“Mañana paso por ti a las 4 para
ir a comer Atte: Tu idiota”
Volví a releer el
mensaje sin darle crédito al texto que tenía ante mi ¿De verdad accedí a este
trato por el negocio de mi papá?, ¿tanta era mi desesperación por conseguir la
inversión? Me estaba volviendo loca.
Caminé saliendo de la
sala de juntas dispuesta a entregarle los documentos a mi padre y retirarme del
edificio para darme un respiro de todo lo vivido en estos dos últimos días.
—Felicidades—dijo mi
padre esperándome en la recepción.
—Gracias, fue…
sencillo.
—No seas tan modesta
pequeña, estoy orgulloso de ti—dijo con una amplia sonrisa en su rostro.
—De verdad no fue
nada—dije tratando de disminuir la atención que todos ponían en mí.
Papá jamás me llamaba
“hija” en el trabajo, siempre era “señorita Boucher” o simplemente “joven
Serene” pero esta vez se veía notablemente feliz.
—Bien Serene, ve a
casa y ya hablaremos más tarde, ni creas que lo pasaré por alto—sentenció, esta
vez no tenía escapatoria.
Joseph me recogió en
la empresa y subí sin ánimo a la limusina.
— ¿Te encuentras
bien? — cuestionó Jos.
—No, la noche será
complicada para mi Jos, no sé qué haré si me vuelve a castigar—confesé.
Debía hablar con
alguien sobre todo esto y tal vez Jos era la persona indicada y con la madurez
suficiente para apoyarme.
— ¿Se puede saber
esta vez por qué te castigará?
—Claro, por ir cual
vaga a la empresa de papá— contesté frunciendo a boca.
—Ya veo, lo siento
mucho, creo que no te puedo sacar de esta.
—No te preocupes, no
es tu culpa—dije sacudiendo la mano para restarle importancia a mi situación.
Nadie más mencionó
algo durante el recorrido a casa, simplemente necesitaba ahogarme en mis
pensamientos y olvidar todo, tal vez después de todo esto mi cita con Ferdinand
sería mi única forma de salir de casa.
Al llegar a casa mi
madre ya me esperaba con una tarjeta en la mano, la hora de mi juicio final ha
comenzado.
—Estoy lista— dije de
manera cantarina.
—Espera jovencita, alguien
te ha dado algo— se quitó de donde estaba para mostrarme un ramo de
tulipanes—esto merece una explicación ¿no crees? — extendió la tarjetita que
sostenía hace un momento.
“Espero
que las recibas con gusto Atte: El idiota”
—Mentiría si te
dijera que puedo explicarlo—murmuré viendo ante mi ese precioso arreglo.
— ¡Serene ha
completado…—la voz de mi padre se fue apagando conforme se acercaba a ver el
arreglo!— ¡¿se puede saber qué rayos hace eso en mi casa?!
—No tengo idea, no sé
qué es esto ni quien lo ha dejado—grité molesta.
—Serene Boucher, le
hablan en a puerta—avisó la sirvienta dejando toda la atención puesta en mí.
—Ve a ver quién
es—dijo mi madre.
Abrí la puerta para ver
quién era y… ¡maldición!, no esta vez.
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