Al llegar a mi casa tenía todo el rímel corrido por mis mejillas y
las sombras totalmente mezcladas sobre mis párpados haciéndolos lucir
multicolores. No me esperé a ver a mis padres, probablemente dirían y
supondrían un sinfín de cosas que me pudieron haber llevado a poner un pie así
en mi propio hogar, pero ninguna de ellas se acercaría, ya que solo fui a una
“cita de negocios”.
Me introduje
rápidamente en mi habitación y comencé a llorar en mi almohada sofocando contra
esta mis gritos desesperados, jamás me habían dejado plantada, si acaso el más
cercano fue Luke, un chico de preparatoria que me invitó a salir y llegó muy
tarde a nuestra cita, ha sido la única vez que me han dejado plantada y
humillada, pero con Luke jamás me había sentido tan miserable como con Ferdinand.
¿Por qué tuvo que
suceder hoy?, ¿Por qué debía llegar tan bien arreglado?, bien pudo haber llegado
como siempre y no habría reaccionado así, si no que decidió arreglarse y quedar
el mismo día con mi mejor amiga y lo que es peor ¡Se supone que no debería
importarme!
Seguí afligida en
mi habitación por este acontecimiento para después darme cuenta que no valía la
pena y que hiciera lo que hiciera jamás solucionaría nada llorando, así que
empecé por cambiar un poco mi imagen, salí sin permiso hacia la estética del
club de la familia a teñirme el cabello ¿será rosa o naranja?, debía hacer algo
para distraerme.
—Señorita, ¿Ha decidido ya lo que desea que le hagamos?
—preguntó la señora de la estética.
—Sí, quiero
teñirme el cabello de algún color…pero aun no decido cuál.
—Con el color de
tus ojos me parece que te iría bien un naranja.
—Entonces naranja
será—decidí, no estaba segura del resultado, ni de lo que mis padres pensarían,
pero no me importaba ahora pues estaba desesperada por hacer algo que me
mantenga alejada de mis propios pensamientos.
—Necesitaré que
espere un poco a que la base se asiente para después colocarle la segunda capa
de color.
—Pero sólo quiero
un ligero naranja ¿entiende?…uhm, algo no tan llamativo.
—Está bien, solo
le enjuago el cabello y quedará listo.
—Gracias—suspiré,
realmente estaba agradecida con esta señora por hacer que me olvidara del resto
del mundo que seguramente me recordaría de golpe todo lo que me ha sucedido.
Me miré en el
espejo asombrada por mi aspecto, si quería un cambio definitivamente lo había
logrado y drásticamente. La Serene inocente e ingenua había quedado atrás y
ahora se mostraba la Serene seria, la que había tratado de ocultar todo este
tiempo.
Al llegar a mi
casa la primera en verme así fue mi madre.
—Hola mamá—saludé
pasándome derecho a la sala para ver la televisión con ella siguiéndome de
cerca.
— ¿Qué te ha
pasado en la cabeza? —preguntó pausando cada palabra.
—Nada, decidí
pintarlo, ya le hacía falta un cambio.
—Pero no de ese
tipo de cambios hija, no sabes la estupidez que acabas de hacer.
— ¿Perdona?, no
es ninguna estupidez, de hecho es una de las cosas más inteligentes que he
hecho y de las pocas decisiones que me he permitido tomar y tu…tu, por primera
vez que decido en mí vida, me regañas y te molestas por algo que si bien no te
afecta a ti, ¡A mi si! Así que si sigues pensando que es una estupidez, es mí
estupidez no la tuya—estallé, me había estado guardando todo esto y justo ahora
vine a estallar y contra mi madre.
— ¡A tu
habitación jovencita! —gritó furiosa pero herida por mis comentarios.
Era muy tarde
para pedir perdón y yo muy orgullosa para poder ir a hacerlo, esto solo
empeoraba las cosas, pero si no les ponía un ultimátum jamás podría decidir
algo sola, mis únicas decisiones constaban en el color de mi blusa, el vestido
indicado, el maquillaje que combine…y cosas tan banales como esas.
Una vez en mi
cama <<últimamente mi santuario de reflexión, literalmente, porque ya
hasta me había comprado una cajita con inciensos y fragancias para
aromaterapia>> me tiré esta vez a reflexionar, al menos para pensar bien
las cosas que me estaban pasando.
Inmediatamente
esbocé una sonrisa al pensar en la cita de Pauline, aunque ésta se desvaneció
al recordar con quién era. Comencé a preocuparme por mi amiga, porque estaba
sola con Ferdinand y si él fue capaz de echarme de su casa de esa manera no sé
cómo reaccionaría con Pauline y ella era tan delicada en ese sentido.
Decidida salí de
mi habitación y corrí bajando las escaleras, tomé las llaves de mi auto y salí
como alma que lleva el diablo hacia nuestro garage. Una vez ahí abrí la puerta
para introducirme y manejar directo a su casa, cuando una persona pasó
corriendo hacia mi casa y tocó el timbre. Pero decidí no prestarle atención y
que alguien más se hiciera cargo de esto.
Corrí en el auto
por las calles, por primera vez me sentí realmente libre, busqué en mi bolsa mi
celular para llamar a Pauline per éste se me olvidó en la cómoda de mi
habitación. Aun así continué con mi trayecto hasta su casa, al llegar aparqué
en un lugar frente a la banqueta y salí furiosa con las manos en puños a los
costados. Llamé una vez a la puerta, pero nadie abrió, intenté de nuevo y esta
vez mi amiga decidió abrirme, pero ella estaba llorando, seguramente por
Ferdinand.
—Pasa—susurró
abriéndome la puerta.
— ¿Te encuentras
bien? —pregunté sin tacto alguno hacia su situación.
—Sí, las lágrimas
son de felicidad—ironizó.
—Ya, ya, he
entendido, disculpa, pero me alarmaste después de verte llorando—la tomé en un
abrazo y la consolé hasta que dejó de sollozar, deben ser como las ocho de la
noche y yo sigo aquí en la casa de mi amiga— ¿Por qué estas así?
—Ferdinand,
el…—sollozó nuevamente—él…me dejó…y salió…porque tenía…cosas que hacer—y volvió
a caer en lágrimas, al parecer no se había dado cuenta del color de mi cabello
puesto que no había comentado algo al respecto y no se había tomado la molestia
por regañarme.
—No te preocupes,
ya tendrá él sus razones para dejar ir a una chica tan genial como tú—traté de
consolarla. Ella volteó su mirada hacia mí.
— ¡¿Qué le has
hecho a tu cabello?! —al menos ya la había logrado distraer.
—Me gusta así
Pau, necesitaba un cambio y éste me vino muy bien—dije orgullosa de mi decisión.
—Al menos no fue
un tatuaje como la última vez que quisiste un “cambio” —me regañó.
—Al menos mi
temor a las agujas me salvó de esa estupidez—sonreí ante el recuerdo.
Pau y yo acabábamos de salir de la
preparatoria y yo estaba furiosa con Luke, así que decidí hacer un “cambio”
tatuándome una mariposa en el hombro derecho. Pau estuvo conmigo en todo el
camino tratando de hacerme reconsiderar las cosas, pero no la escuché; y no fue
hasta que vi la aguja del “aparato de tatuajes” que me asusté y huí de aquel
lugar.
—Gracias por
venir Ser, eres una muy buena amiga.
—No hay de qué,
pero si no te importa, debo ir a casa o mis padres se pondrán peor que
insoportables.
—No te preocupes,
gracias por venir. Nos vemos—me abrió la puerta y salí hacia la lluvia de la
calle.
Me planté en la
esquina en la espera de un taxi, pues mi auto apenas y tenía suficiente
combustible como para quedarme varada a medio camino, pero la mayoría pasaban
llenos o bien, no se detenían al hacerles la parada. Estuve ahí durante un buen
rato hasta que alguien se detuvo frente a mí.
— ¿Qué haces así
de nuevo? —dijo un voz familiar.
— ¿Te conozco?
—pregunté tratando de ver a través del vidrio a alguna cara familiar.
—Sí—contestó
entre risas.
—Si no bajas la
ventana no sabré quien eres—espeté golpeando el vidrio que detenía mi completa
visión.
—Yo creo que
sí…preciosa—contestó, e inmediatamente supe quién era.
—Ferdinand,
lárgate de una vez antes de que llame a la policía o comience a gritar—advertí,
ese día no estaba de broma.
—Lo siento, fui a
tu casa a verte, pero no estabas y creí que te encontraría en casa de tu
amiga—confesó—por cierto, tu cabello luce loco, pero fabuloso.
—Gracias…—dudé—lo
digo por el cumplido, pero jamás te perdonaré por lo de Pau, ¿qué era aquel
asunto tan “importante” que debías atender como para dejarla así? —no podía
controlar mi ira, el simple hecho de que haya dejado así a mi amiga lo había
hecho merecedor a un puesto en mi lista de “los chicos más odiados” y él
encabezaba la lista.
—Tú— contestó
seriamente.
— ¿Yo qué?
—Tú eras ese
asunto tan “importante” que debía atender—musitó imitando mis gestos.
—Pero…—me dejó
sin excusas, el había dejado a Pau por mí.
No sabía cómo
reaccionar, por un lado estaba furiosa porque me dejara y después le hiciera lo
mismo a mi amiga; pero por el otro, me había ido a buscar hasta casa.
—Pero nada, ahora
sube y vámonos a tu casa.
—No, no pienso
subir a tu auto, prefiero morir de hipotermia y mojada antes que subirme de
nuevo a tu auto—la ira ganó.
—No digas
tonterías y sube—su voz se escuchaba más forzada.
—He dicho que
no—refunfuñé.
—No me obligues a
cargarte.
— ¿Qué?
—Tú lo
quisiste—al terminar la frase, me cogió por las piernas y la cintura y me
acurrucó en sus brazos como a un bebe
— ¡Auxilio!
¡Auxilio! —grité mientras él me metía en su auto. Un hombre se aproximó y lo
empujó contra su auto
—Deja a la
señorita—advirtió el tipo que se detuvo a ayudarme
—Está ebria, no
sabe lo que dice—mintió y aquel tipo se alejó dejándome indefensa en los brazos
de Ferdinand
—Bájame—reproché
ya sin esperanza alguna
—Te lo advertí,
no me diste otra opción—se encogió de brazos y condujo hasta mi casa—listo,
ahora puedes irte
—Idiota—mascullé
y azoté la puerta tras de mí.
Me introduje
rápidamente a casa sin mirar la hora que era, todas las luces estaban apagadas
y no se escuchaba ruido alguno en las habitaciones. Encendí la luz de mi
habitación y miré hacia mi celular que yacía aun en la cómoda, 2:00am decía el
reloj. Solté un grito de estúpida colegiala en cuanto vi la hora.
Unos pasos
rápidos se aproximaron a mi habitación y a sabiendas de que me habían escuchado
me tumbé en el piso envuelta en mis sábanas para fingir una caída
— ¡¿Qué
sucedió?!—preguntó mi madre dando unos tras pies dentro de mi habitación
—Me caí de la
cama, fue solo eso, no te alteres—musité mientras me ponía de pie
—Buenas noches—cerró
de un portazo mi habitación, pues seguía molesta por mi discusión de esta
mañana.
Me fui a dormir y
cuando abrí los ojos el sol estaba resplandeciendo en la ventana de mi
habitación me levanté lista para afrontar, esta vez a mi padre, así que me duché
y me arreglé como siempre sólo para estar en casa, bajé las escaleras y entré
como si nada al comedor
—Ya era hora—bufó
mi padre
— ¿Hora de qué?
—preguntamos mi madre y yo al unísono
—De que te
arreglaras…el cabello—dijo con una sonrisa—siempre te veías igual de seria y
ahora sí pareces una mujer de tu edad
—Gracias—dudé.
El día
transcurrió muy aburrido, creo que empezaba a extrañar mis discusiones con
Ferdinand, ¡en qué rayos estoy pensando!, no, no extraño nada y punto, si
vuelvo a pensar una tontería como tal me golpearé la cabeza contra un muro para
sacar estas ideas.
Después de un
largo tiempo pasando del sillón a mi cama y viceversa, decidí irme a dormir
cabizbaja a mi habitación, en definitiva el peor día de mi vida, sí, inclusive
peor que el día de la excursión.
A la mañana
siguiente me preparé para la universidad, esta vez no iba a retardarme y
asistiría a mis clases completas.
Hasta ahora en la
limusina todo iba bien, nada sospechoso para arruinar mi día.
Al entrar al
salón de clases sólo estaban dos chicas en sus salones, Eve y Chris, dos tipas
que solían coquetear con los chicos populares, por lo que todos teníamos más
que claro a qué nos ateníamos al tratar con ellas, en caso de ser mujer serías
un fácil más en el grupo y al ser un hombre se sabía que solo querían sexo con
ellas
—Buenos
días—entró la directora de la facultad de administración al aula—vengo a
presentarles a un compañero más dentro de la facultad, su nombre es Ferdinand
Cordier
—Maldición—dije
en voz alta y todas las miradas se dirigieron a mí—Perdone directora yo no
quise…—mi cara ardía en rojo vergüenza
—No te disculpes
señorita, después hablaremos de tu comportamiento.
Una sombra
comenzó a avanzar y a disminuir su tamaño hasta que por fin Ferdinand se hizo
presente, giró hacia mí y me guiñó un ojo, todos presenciaron aquel gesto e
iniciaron los cuchicheos de mi salón.
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