El transcurso de las clases fue muy pesado debido a mi anterior encuentro con Ferdinand, esta vez no estaba en el salón, supongo que es porque debía recoger sus resultados del examen, sin embargo al apartar mi mirada de su lugar observé los asientos de Chris y Eve vacíos.
No pasa nada
¿cierto?, es lo suficientemente maduro como para cuidarse solo y para poder
hacer la elección correcta, si les habla a ellas que se olvide de mí, yo no
estoy dispuesta a cruzar palabra con ellas.
— ¿No que no te
importa? —susurró Pau en mi oído.
—No me importa
él, me preocupo por dónde estarán Chris y Eve.
—Escuché que hace
un rato tuvieron un altercado.
—Escuchaste
bien—asentí con la cabeza—nos dijimos ciertas cosas…
—Entre ellas lo
de Ferdinand ¿no es así?
—Siempre vas un
paso adelante.
— ¿Es cierto que
ustedes…tu sabes están juntos? —titubeó Pauline al preguntar.
—No Pauline, fue
solo una mentira.
—Ya veo, entonces
hasta dónde la van a llevar.
—No lo sé y no
quiero hablar de esto ¿si?
—Perdóname por lo
de ayer, fui una tonta.
—Es historia
antigua—respondí.
—Gracias, eres
una gran amiga—me tomó la mano rápidamente para que no nos viera el profesor y
me regaló una sonrisa.
La clase continuó
sin la aparición de Ferdinand. Alguien tocó mi hombro y giré para observar
quién fue, vi a Pauline con una cara de angustia detrás de mí.
—Ferdinand me
habló y dijo que estaba muy mal y que por eso no se pudo quedar a clases ah, y
te manda saludos—murmuró en medio del pasillo.
—Está bien ¿y no
te dijo algo más? —pregunté mordiéndome el labio inferior preocupada.
—No, solo eso,
nos vemos Ser debo ir a mi casa—me dio un beso en la mejilla y se alejó en la
motocicleta aparcada al lado de mi auto.
Saqué mi celular
dirigiéndome a mi auto, me introduje en el asiento del conductor, marqué unos
números que me sabía de memoria y esperé a que contestaran.
— ¿Bueno? —habló
una mujer del otro lado.
—Con el señor
Boucher por favor—se escucharon unas voces e inmediatamente regresó su boca a
la bocina.
—Enseguida la
conecto con él—sonó la música de espera.
— Está hablando
con el señor Boucher, dueño de la empresa Meilleur Mode ¿Con quién hablo?
—Papá llegaré
tarde a casa, debo hacer un trabajo en equipo, me quedo en la casa de Pauline
hasta mañana—advertí aun en pánico por mi mentira.
—Seguro, te
hablaré más tarde Serene para ver cómo van las cosas, recuerda el castigo.
—Lo sé
pa—suspiré—te regresaré la llamada más tarde—colgué y posé mi cabeza en el
volante.
Introduje las
llaves en el lugar indicado y salí rumbo a la casa de Ferdinand.
No sabía qué
estaba haciendo ni siquiera el porqué, pero ya había tomado mi decisión, mi
teléfono sonó y esta vez era Ferdinand.
—Hola Ferdinand
¿te encuentras bien?, Pauline me comentó todo voy enseguida a verte—dije más
preocupada de lo que creí y el solo rió al otro lado—no es gracioso—espeté.
—Veo que te
preocupo—sonrió.
—No, es solo que
debo fingir ¿recuerdas? —me escudé aunque si estaba algo preocupada por él.
—Ajá, como digas—dijo
con ironía—bueno, de todas formas gracias por venir.
—Espera, estoy
estacionando en tu casa—colgó—oye no cuelgues—grité al celular.
Bajé del auto
lista para entrar por segunda vez en la vida a la casa de Ferdinand. Giré la
perilla y esta se trabó como si estuviera cerrada con llave, decidí tocar la
puerta pero nadie abría, intenté con el timbre y unos pasos se acercaron
lentamente a la puerta, abrieron y vi a Ferdinand en perfecto estado y muy
arreglado sosteniéndome la puerta abierta.
—Pensé que
tardarías más—comentó mientras cerraba.
—Pues heme
aquí—giré para verlo—y por lo que veo vas mejorando.
—Bueno, no del
todo, necesito que me pases mi medicina, está en la sala del cuarto a la
izquierda de las escaleras—señaló el lugar donde estaba.
—Pero veo que
puedes caminar—musité—y no veo el porqué debo ayudarte en eso.
—Solo hazlo por
favor, no puedo permanecer mucho tiempo de pie—cayó de sentón en el suelo y
corrí a ayudarlo.
—Ponte…de…pie—dije
mientras lo echaba en mi espalda.
—No puedo, me
siento débil—susurró con poco aire, la frase fue casi inaudible para mí.
—Está bien, si te
lastimo perdona—lo dejé caer frente a su televisor en un sillón.
—La medicina—bufó.
—Ya voy.
Me dirigí a aquel
lugar en su departamento y al entrar la música llegó a mis oídos, rodeé un
sillón y al ver su comedor quedé anonadada admirándolo.
— ¡No debiste!
—chillé.
— Es demasiado
tarde para advertirlo—jugó y lo golpeé juguetonamente en el brazo.
Me condujo hasta
una de las sillas en la pequeña mesa y me obligó a tomar asiento, todo lucía
espectacular; había preparado comida para dos personas, había carne, ensalada,
postre, pan, bebida, todo estaba a la perfección.
—Mírate, tus ojos
están tan brillosos—comentó Ferdinand sacándome así de mis pensamientos.
—Eso es mentira,
mis ojos no tienen brillo.
—Claro que sí,
los he visto brillar ya antes—bajé la cabeza para ocultar mi sonrojo—no es que
estuviera observando, pero los chicos de la universidad dicen que es lo más
encantador de ti, además de tu loco cabello anaranjado.
Inconscientemente
acaricié mi cabello y le sonreí con gratitud.
—Eso no es
cierto, los chicos no dicen nada de eso—reí.
—Eso dices porque
no hablas muy seguido con ellos, pero es verdad y ahora soy la envidia de media
facultad—sonrió ante su comentario.
—Solo parte de la
mentira—musité y el dejó de sonreír y bajó la mirada, se le veía dolido, pero
esa era la verdad ¿no?, todo esto era parte de una farsa.
—Cierto, solo
tomemos unas fotos de nosotros juntos para darles de qué hablar—se levantó y salió
del comedor.
Me hirió el saber
que todo este drama era sólo para continuar la mentira, en verdad deseaba que
fuera por simple desinterés de pasar el momento conmigo.
Al poco rato
llegó con una cámara profesional y me enfocó con ella; yo seguía fingiendo una
sonrisa como si todo esto fuera de lo más divertido y la tomó, después de una
ardua sesión de fotografía para mantener la mentira decidí que era mejor
retirarme.
—Disculpa, pero
debo ir a mi casa—musité algo triste por la situación.
—Pero aún no has
comido nada.
—No tengo hambre.
—Vamos, te saqué
de tu casa para que vinieras y supongo que no di tiempo a que tomaras un
refrigerio.
—Eso no
importa—susurré al borde de las lágrimas.
—Se que si, ahora
siéntate a comer.
—Dije que
no—chillé en forma de “berrinche pos llanto”.
—Siéntate, cociné
todo esto ¿piensas dejarme aquí comiendo algo para dos personas?
— ¡Dije que no!
—espeté y corrí por su casa hacia la salida.
— ¿Qué demonios
te pasa? —interrogó mientras me seguía.
Tomé la perilla
de la puerta y logré abrirla, pero él la cerró impidiendo mi salida.
—Déjame
salir—exigí.
—No hasta que me
digas qué te sucede.
—No es nada,
ahora abre la jodida puerta y déjame salir.
—No lo haré—se
abalanzó hacia mí y me besó, esta vez de una manera desesperada, me cogió por
la cintura y me alzó hacia él posando sus labios sobre los míos una y otra vez
en un apasionado beso, su lengua pidió permiso para entrar en mi boca y ésta
inmediatamente se abrió paso para hacer un eterno juego con la mía, no sé
cuánto tiempo había pasado, pero fue la sensación más embriagante y tentadora
en toda mi vida.
Me costaba
respirar y mantenerme de pie después de aquel beso.
— ¿Qué fue eso?
—jadeé.
—Un beso, creí
que lo sabías.
—No seas
tonto—sonreí—me refiero a por qué lo hiciste.
—Y por qué no
hacerlo, tengo la oportunidad de estar en mi departamento sólo con la chica de
mis sueños.
—Pero hace un
momento dijiste que era parte de la mentira.
— ¿Ese beso te
pareció una mentira?, porque a mí no—levantó las cejas sorprendido.
—No lo sé, debo
probar nuevamente para corroborar que no fue una simple mentira.
Volvió a
depositar sus labios con los míos en un tierno beso, como aquellos de los
cuentos de hadas en el que todo se resume en un “y vivieron felices para siempre”.
— ¿Sigue
pareciéndote una mentira? —interrogó tomando mi rostro entre sus suaves y
cálidas manos, obligándome a mirarlo de frente.
—No, pero no
estoy segura de querer seguir con esto—me aparté de su lado y abrí la puerta.
— ¿Por qué?, ¿por
qué no puedes continuar con esto? —gritó ofendido mientras avanzaba hacia mi
auto.
—Porque todo esto
es una mentira Ferdinand, por que Eve y Chris nos han orillado a esto—musité
sin poder verlo de frente para no derrumbarme junto con mi mundo frente a él.
—Ellas no tuvieron
nada que ver con esto Serene—comentó dando un paso hacia mí—yo siempre quise
estar así, contigo.
—Deja de decir
esas tonterías, tu no me quieres ni yo a ti, sólo fuimos presas de la
situación—mi estómago se oprimió mandándome un intenso dolor.
—Tienes toda la
razón, ahora vete, no quiero que pongas un pie de nuevo en mi departamento—se
metió y cerró la puerta de un golpe.
—No te preocupes,
no lo volveré a hacer—susurré segura de que no me escucharía haciendo así una
promesa conmigo misma “no poner un pié de nuevo en la casa de Ferdinand Cordier”.
Regresé cabizbaja
y agotada a mi auto, dispuesta a abandonar su propiedad inmediatamente,
introduje mi mano a la bolsa de mi abrigo buscando mi llavero.
—Joder, están en
mi bolsa y la bolsa está…—entorné mis ojos hacia la casa de Ferdinand—no, no,
no, ahora no por favor, no puede suceder esto—recargué mi cabeza en el volante
dándome por vencida—no puedo regresar a esa casa, me lo he prometido—me
dije—mejor llamaré a Pauline para que venga por mi y poder ir a su casa a pasar
la noche tal y como se los dije a mis padres—hurgué nuevamente en la bolsa del
abrigo y —maldición, maldición, maldición, ya no más, de verdad esto me
terminará matando.
Bajé del auto
para regresar por mis pertenencias a la casa de Ferdinand, pero mi orgullo y la
poca dignidad que me quedaba me impedían tocar el timbre; así que resignada,
regresé al auto a esperar que un milagro sucediera y el saliera a devolverme
mis cosas.
Me quedé dormida
en el asiento del conductor durante bastante tiempo, pues cuando abrí los ojos
el sol ya estaba puesto e iluminaba todas las calles. Bajé de mi asiento
tratando de recordar lo sucedido la noche anterior o al menos saber por qué me
quede en el asiento.
Me froté los
ojos, pues la luz no me dejaba ver del todo bien y las imágenes retornaron a
mí.
Ferdinand me
besó, nos peleamos y yo salí hacia mi auto, olvidé mis pertenencias dentro
y…demonios, no regresé por ellas.
Me dirijo esta
vez hacia la puerta y antes de arrepentirme toco el timbre, nadie abre, vuelvo
a intentar y sigo sin conseguir respuesta.
Miro a mi
alrededor para saber si su coche sigue en el garage y así es, el sigue dentro
de su casa.
— ¡Esto no es
gracioso Ferdinand, déjame tomar mis cosas! —Reclamé—se que estas ahí, no me
obligues a derribar tu puerta—volví a decir.
— ¿Y si no quiero
qué?, ¿soplarás, soplarás y la casa derribarás? —se burló dentro de su
departamento.
—No es divertido
Ferdinand, quiero mis pertenencias ahora—comencé a patear su puerta para ver si
así me abría pero todo fue inútil.
—Me debes una
puerta—advirtió Ferdinand.
—Me debes mis
pertenencias—farfullé.
—Pues pasa.
—Pues abre—rodé
los ojos ante su tonta respuesta.
—Se que lo haces
— ¿Hacer qué?
—recriminé.
—Ese movimiento
con los ojos, es irritante.
—No es
cierto…yo…no estaba haciendo eso—volví a rodar los ojos.
— ¿Ves?, ahí está
de nuevo.
— ¿Cómo puedes
saberlo? —Interrogué y no respondió— ¿Ferdinand, sigues ahí?
—Si—la voz sonó
cerca. Giré sobre mis talones y lo vi tras de mí, provocando que soltara un
grito. Me tapó la boca con sus manos y me llevó al interior de su casa.
— ¡¿mmmmmmm?!
—dije contra su mano.
—Me estás
llenando de baba la mano—se quejó y enseguida la aparto limpiándose con mi
vestido.
— ¿Qué rayos te
sucede?, eso parecía un secuestro—corrió hacia el interior de su casa y yo fui
tras de él.
—Toma—extendió mi
bolso hacia mí—esto te pertenece, ahora largo de mi departamento.
—Pero fuiste tú
quien me trajo—repelé.
—No, yo te dejé
en la entrada, tú viniste hasta aquí.
—Pero yo…—se me
acabaron las excusas, esta vez él había ganado.
—Si no te callas
y te vas te besaré nuevamente—amenazó con una pícara sonrisa.
Me sonrojé por el
argumento de su amenaza y di la vuelta dispuesta a marcharme, abrí la puerta y
salí hacia mi auto.
—Hoy hay clases,
¿piensas ir así? —Gritó recargado de una manera sexy en el marco de su puerta—
¿puedes dejar de mirarme así?, eso asusta—me guiñó un ojo y se adentró a su
casa— ¡¿no piensas entrar?! —gritó desde el interior.
—Dijiste que no
pusiera un pie en tu casa ¿recuerdas? —reclamé aun fuera.
—Te estoy
invitando, ¿vas a pasar o no?
—No, estoy mejor
aquí afuera—musité cruzándome de brazos.
—Entonces te
cambiarás acá afuera de ropa—cerró de un portazo y corrí a detenerlo pero fue
inútil, arrojó la ropa por la ventana y se quedó observándome mientras
sonreía—apúrate o se te hará tarde.
—Abre la puerta,
déjame cambiarme y me largo—bajó y abrió la puerta dejándome pasar.
—Toma una ducha y
te espero para irnos—cerró la puerta tras de él y yo subí a su habitación a
prepararme, mi celular vibró y contesté.
— ¿Bueno?
—pregunté
—Serene Boucher
dónde estás, te he estado marcando toda la noche—espetó mi padre del otro lado
de la línea.
<<Demonios,
debí haber pedido mi teléfono antes>>
—Uh…yo estaba
durmiendo y no lo escuché—mentí y Ferdinand comenzó a reírse tras de mí. No me
di cuenta de cuándo subió a verme.
—Te quiero aquí
enseguida—ordenó irritado.
—Debo ir a la
escuela, adiós—colgué y dejé caer el teléfono en la cama de Ferdinand.
—Eres una
mentirosa—rió Ferdinand
—Pero una de las
buenas—me di la vuelta y caminé hacia el cuarto de baño.
— ¿Necesitas
algo? —logré oír a Ferdinand tras el sonido del agua cayendo al suelo desde la
regadera.
—Privacidad—bufé
y continué con mi ducha.
Salí con la
toalla envuelta sobre mi delgado cuerpo y recogí la ropa que me había dado
Ferdinand.
—Se hace tarde—se
quejó girando la perilla.
Entró y me vio
frente a él, salté sobre la cama y me cubrí con las sábanas.
— ¡Largo de aquí!, me estoy vistiendo—recriminé
mientras el reía.
—Enseguida me
voy, solo toma—se agachó y recogió la toalla que abandonó mi cuerpo una vez que
estuve en la seguridad de las sábanas—póntela—la lanzó a mi rostro y se marchó.
Eso estuvo cerca.
Salí y Ferdinand
me esperaba sentado en un sofá de su sala.
— ¿Lista?
—interrogó alzando una ceja.
—Sí, solo tengo
una duda.
— ¿Qué sucede?,
si crees que te vi desnuda la respuesta es no, no vi nada.
—No es sobre
eso—me sonrojé ante su suposición—sólo quería saber por qué tienes ropa de
mujer.
—No es lo que
estás pensando—se levantó de un salto del sofá y caminó hacia mí.
—Tú eres la única
mujer además de mi madre que ha estado en este departamento y la ropa es de una
pasarela, la obsequiaron y la llevo cada que me mudo de casa por si acaso y
pues ahora…es toda tuya, te ves increíble—frotó su nuca con la mano y bajó la
mirada.
—Pues en ese caso
gracias—nos quedamos en silencio.
—Yo no
debí…—dijimos al mismo tiempo.
—Dilo tú—sonreí y
el suspiró.
—No debí hacer lo
que hice ¿sí?, espero que lo entiendas y que me disculpes, perdones o lo que
sea que hagas para saber que no hay rencores—desplegó una sonrisa de “de verdad
espero que me perdones” y no pude evitar devolvérsela.
—Fuimos los dos,
así que no hay nada que perdonar, todo está disculpado.
—Y qué dices de
un beso de reconciliación—musitó.
—Ferdinand—rodé
los ojos divertida.
— ¡Lo volviste a
hacer! —imitó el movimiento de mis ojos.
—Es algo como un
tic, no puedo evitarlo—reí.
—Pues por cada
vez que hagas eso buscaré la forma de darte un beso.
— Eso es una…
¿amenaza?
—Algo así—me dio
una última sonrisa y me abrazó por los hombros con un brazo para dirigirme a su
automóvil—tu conduces—me dio las llaves de su auto.
— ¿Yo? Pero este
es tu auto ¿recuerdas?, tu auto, tu conduces—le devolví las llaves.
—Bueno, quizá es
mi auto, pero me gusta cómo conduces, así puedo estar más tiempo contigo—se
subió del otro lado rápidamente.
—Deja de
molestar—lo golpeé en el brazo.
—Eres
divertida—se le formo aquel hoyuelo en la mejilla y comencé a conducir.
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